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15-07-2011

AMIA: una fotonovela recrea los momentos previos al atentado
Ivana Romero

El intelectual mexicano Ilan Stavans y el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky crearon Once@)9:53, protagonizada por un reportero gráfico. El escritor Marcelo Birmajer, figura emblemática del barrio de Once, es uno de los personajes.

La mañana del 18 de julio de 1994, una bomba hizo volar el edificio de la AMIA, en el corazón del Once. Por paradojas del destino, el atentado se produjo en un barrio porteño de inmigrantes donde, según el intelectual mexicano Ilan Stavans, empieza y termina la argentinidad. Es que el nombre de este lugar viene del 11 de setiembre de 1852, cuando Buenos Aires se separó de la Confederación Argentina durante diez años. En sus calles conviven credos y orígenes, con argentinos de sangre mestiza, judíos, alemanes, chinos y otras colectividades que, en muchos casos, cargan con el estigma del destierro. Stavans y el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky observan: “Todo país tiene su 9/11. El momento clave –la herida– en que reconoce su vulnerabilidad ante el mundo.” 


Fue ese el escenario casi imprescindible para crear Once@9:53 AM, una fotonovela editada por La Marca que a partir de una historia de ficción, reconstruye los minutos reales previos al estampido y el horror. El protagonista es Roli Gerchunoff, un fotoperiodista de 42 años que “hace frilos” luego de ser despedido de una revista. Gerchunoff camina esa mañana de julio de 1994 por el barrio, en busca de fotos que muestren su esencia palpable, pero aun así, secreta. Hasta que lo inesperado sale a su encuentro bajo la forma de una mujer hermosa que, sin querer, guía al fotógrafo por el laberinto de calles hasta el borde mismo del abismo. Gerchunoff no deja nunca de hacer “click” hasta que alguien se encarga de que su cámara quede en silencio, quizás también como alegoría de aquel reportero gráfico que, unos años después del atentado de la AMIA, fue asesinado por mostrar el rostro hasta entonces anónimo de un tipo poderoso. 

Once@9:53 AM mantiene cierta estructura de los culebrones contados en cuadritos que hicieron de la fotonovela un género popular emparentado con el cine y el cómic antes de la irrupción de la televisión. Pero redobla la apuesta. Es, además, una reflexión sobre el mestizaje, sobre la tensión entre un pasado doloroso y un presente que sigue teñido por la sangre derramada. También sobre la fotografía y su pretensión de contar “la verdad”, sobre el tiempo y su pulso imparable, sobre las formas posibles de congelar un mundo que cambia a cada instante. 


Los autores se conocieron en 2009 por medio de Joshua Ellison, editor de la revista Habitus Magazine, que explora la literatura y las artes de aquellas ciudades del mundo vinculadas a la diáspora judía. De ese encuentro surgió este libro, que dialoga con la literatura (uno de los personajes es el escritor Marcelo Birmajer aunque también Stavans y Brodsky salen de bambalinas para ser actores), pero además con diversas artes visuales populares, desde el cine hasta el cómic pasando por el diseño gráfico. “La fotonovela forma parte de la memoria de algunas generaciones, pero es a la vez un lenguaje abierto a la innovación. Contar esta historia implicó reinterpretar y reformular una propuesta que tiene su estilo y su tradición e incorporar elementos contemporáneos respetando una estructura de referencia”, cuenta Brodksy. 


La elección de un reportero gráfico como protagonista que, sin saberlo, sigue un hilo fundamental en medio de un laberinto de vidrieras, tampoco es casual. “El fotógrafo es el único de nosotros –gobierno, periodistas, víctimas, testigos, opinión pública– que tuvo la Verdad (con “V” mayúscula) a su alcance”, explica Stavans. Y Brodsky resalta la capacidad del personaje de captar una realidad que comienza a cambiar cada vez más rápido, hasta ser vértigo y destrucción. Sin embargo, considera que el personaje central es el barrio, que aunque está allí a la vista, sigue siendo un espacio desconocido para muchos de los que viven en Buenos Aires: “El Once tiene polenta, tiene historia, es un buen ejemplo de nuestra identidad compleja, y fue el destino del golpe por eso, porque el Once integra, devora, comparte. Y esa integración, ese intercambio, esa apertura, es lo que el atentado buscó destruir.”

–La fotonovela tiene una temporalidad peculiar. Porque a excepción de algunos detalles como el diario que lee el reportero o el hecho de que la chica rubia vinculada al atentado no usa celular y llama desde una cabina, en general el relato se construye a partir de fotos que no pretenden enmascarar el hecho de que fueron tomadas en 2010. 


Brodsky: –Los tiempos en la narración son siempre peculiares en la medida en que cada narración es única. El relato es creíble en la medida en que está vivo, en que plantea interrogantes vigentes, en que cuenta una realidad cotidiana que sigue su evolución. La fotografía tiene muchas aspiraciones distintas, y la que predomina es la que cuenta de modo creíble. Congela un momento, pero al mismo tiempo calienta, señala y pregunta. Reinventa la realidad y siempre tiene trampas. En ese sentido, la literatura y la fotografía se llevan cada vez mejor.


Stavans: –En la medida en que Once@9:53am envejezca, dejará de ser una recreación histórica. Para los lectores del futuro será contemporánea a los hechos. Pero también quise hacer algo más. Al preparar la fotonovela, tuve en mente un poema de Yehuda Amichai. En él, Amichai se pregunta: ¿cuál es el diámetro de una bomba? Su respuesta es ineludible: puesto que el dolor no tiene límites, el diámetro de una bomba es el diámetro del mundo entero. No sólo el mundo actual sino el mundo de ayer y el de mañana. La explosión en ese Buenos Aires del siglo pasado sigue ocurriendo, sus efectos prolongándose hasta el infinito.

Para Brodsky, Once@9:53 AM permite “abordar un asunto pendiente haciendo las preguntas desde otro lugar, el lugar libre y sin condicionamientos que el arte permite, que la ficción habilita, un lugar de alguna manera privilegiado, ya que no hay negociación respecto del contenido. Hay preguntas. No damos respuestas”. Para Stavans, se trata de recuperar un género popular menospreciado “para elaborar una reflexión ontológica sobre los efectos del terrorismo en el quehacer cotidiano”. Y es que el atentado dejó una huella indeleble en una historia que nos vincula porque el dolor somos todos.<

Fuente: Tiempo Argentino

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