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17-06-2011

Mística, lírica y política
Ariel Hendler

La publicación de “La Academia de Piatock”, de Alberto Szpunberg, permite al autor de esta nota un recorrido que traza un arco entre el misticismo judío y el marxismo.

Es difícil precisar si La Academia de Piatock es una colección de poemas sueltos y autosuficientes o si es más bien un único gran poema con una estructura casi narrativa, o teatral, hecho de monólogos sucesivos a cargo personajes que se desafían y se responden unos a otros en un largo contrapunto coral. Su autor, el poeta Alberto Szpunberg, tampoco se molesta en aclarar la cuestión –o revelar el truco–. Pero es indudable que en este libro publicado recientemente en Argentina (ya existía una edición venezolana) se puede leer el balance personal y literario de siete décadas de vida, número redondo.

“Piatock es un personaje real. Mi padre siempre nos contaba que era el tonto del pueblo de Ucrania donde él nació, Berdichev, y un pariente mío confirmó que su nombre consta en las actas censales –explica Szpunberg–. Era el hombre que vivió siempre usado y abusado por los demás. Lo que yo hago es imaginar que un día Piatock convoca a una asamblea permanente en la que todos habitantes del pueblo tienen derecho a hablar y a expresarse en forma democrática, y en la que todo puede ser cuestionado.” De modo que Piatock le va cediendo el uso de la palabra a cada uno, y así se entreveran las razones de los rabinos y teólogos con las perplejidades de los incrédulos y, según aclara el autor, el “naide es más que naide” de Artigas.

Lo que resuena en todas estas voces es el testimonio personal de un movimiento de ida y vuelta desde la tradición judía de la formación temprana a los ideales revolucionarios (Szpunberg arriesgó su vida al límite entre los años 60 y 70) y el reencuentro posterior con esa herencia para recrearla con ese poder de síntesis que a veces da la madurez. Todo esto, atravesado por un humor zumbón e inteligente, un espíritu irónico por naturaleza muy alejado de cualquier temor religioso o ascetismo militante. En el libro se recrean viejas discusiones que nutrieron la educación sentimental del poeta en el seno de la colectividad; por ejemplo, a propósito del “milagro de la copa”, uno de los ejes temáticos del libro: “Levanto la copa para la bendición del vino y, a la altura de los ojos, allí donde llega cualquier mirada, apoyo la copa en el aire y abro la mano, como quien da o saluda o se cubre del sol, y es evidente que, antes de estrellarse, la copa permanece en el aire sostenida por sus propios destellos”. Enseguida no tarda en llegar una posible réplica: “¿De qué milagro me hablan si es una maniobra más de la fábrica de vidrios y cristales Glasserman Hnos., cuyas acciones suben o bajan según me hundo o emerjo?”.

Una dicotomía entre marxismo y misticismo judío que el autor dice haber superado, entre otros motivos, gracias a la lectura de las Tesis para una filosofía de la historia de Walter Benjamin. De hecho, asegura que, de no haber sido por ese texto canónico, La Academia tal vez nunca habría visto la luz. Allí, el filósofo frankfurtiano opone a las versiones mecanicistas del marxismo, entre otros argumentos, el mandato judío de no escrutar el futuro y consultar oráculos o adivinos. “Benjamin recupera la dimensión de lo imprevisible, lo azaroso”, comenta Szpunberg. Todo momento es único y nada del porvenir es previsible, como tampoco se podía leer en su propia obra poética anterior este retorno a las fuentes.

Alberto Szpunberg empezó a militar de adolescente en la juventud del PC, hasta que a los 22 años lo expulsaron bajo la acusación de alentar tendencias “pro chinas”. “Fue una catástrofe personal, se me vino el mundo abajo porque el Partido era mi vida”, recuerda. Ya lejos de la “Fede”, en 1963, estuvo muy cerca de formar parte del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), la efímera y trágica experiencia foquista comandada por el periodista Jorge Ricardo Masetti en Salta, con el aval del Che. Pero no llegó a subir al monte porque antes sobrevino la derrota total de los guerrilleros. Poco después, Ciro Bustos, uno de los hombres de confianza del Che, lo contactó para incorporarlo a una de las tantas células destinadas a sumarse a los renovados planes continentales de Guevara, con base en Bolivia, pero, una vez más, la derrota temprana de la guerrilla abortó todos los planes. “¿Quién si no yo y cuándo si no ahora y dónde si no acá?”, escribe Szpunberg, en una cita casi textual del Talmud, para volver sobre este episodio en “Rabí Iacov Itzjak de Pzhyza, el Iehudí, recorre Ñancahuazu”.

Tras la muerte del Che, el grupo en el que militaba adoptó el nombre de Brigada Masetti, y fue uno de los tantos que en esa época iniciaron la insurrección contra la dictadura de Onganía. Desde esa época, Szpunberg aprendió a llevar una doble vida compartimentada entre la militancia clandestina y su participación pública en el campo intelectual y literario. En los primeros años 70 la Brigada se sumó a las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL); después se disolvió y casi todos sus integrantes se unieron a otras organizaciones más fuertes, hasta la derrota final de ese proyecto revolucionario que, como es sabido, abarcaba mucho más que la lucha armada. “¿Por qué esta noche es diferente a las demás si afuera el matarife afila paciente su cuchillo y ahora recostarse acaso sea dormirse para siempre?”, se lee en otro de los poemas, “El cordero de dos cabezas formula las cuatro preguntas”. La formulación recrea una oración ritual de la Pascua judía, y la referencia más o menos velada es a la larga noche de la dictadura.

El recurso de evocar la rica tradición de la exégesis de los textos sagrados le sirve a Szpunberg para abordar sin caer en lugares comunes algunos conceptos como lo innombrable, lo inefable y los límites del lenguaje. En L a Academia de Piatock se expone la idea de que todo lo vivido puede resumirse en un instante huidizo e inasible, como aquel en el que termina el viernes y comienza el sábado, cuando ocurre el milagro de la copa. Y se reivindica el espacio en blanco entre dos letras, misterio que inquietó a los cabalistas: “Aun entre letra y letra hay una porción de mundo suficiente como para divagar toda una vida” (“Habla Piatock”).

Pero esta herramienta le sirve también para aproximarse a otro agujero negro del lenguaje, y es la tragedia argentina que su generación vivió en carne propia: “Segundo versículo: el día más terrible de los días, un 24 de marzo de 1976, por ejemplo, ¿cómo ayunar si la palabra pan tiene una sílaba menos que hambre y que la palabra piedra y si la sola sílaba que podría llenar tanto vacío es treinta mil veces innombrable?” (“El cabalista de la Sublime Alarma convoca a los 36 Justos”). Una inquietud que remite a la célebre pregunta de Theodor W. Adorno sobre la posibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. “Toda poesía tiene inevitablemente una dimensión social, pero también una dimensión cósmica y una musical”, opina Szpunberg como si contestara a esta cuestión.

Tal vez, por eso, incluso antes que las palabras hay un intento por recuperar la musicalidad del registro oral. Por ejemplo, el de ciertas canciones judías tradicionales con una sola estrofa que se repite incorporando cada vez un verso nuevo, hasta que cuesta cantarla de un tirón: “Si yo preguntase cuál era el sentido de la vida esa mañana en que la calandria piaba y expiaba sobre uno de los pinos que crecen junto a las orillas de la laguna de Chascomús mientras la ciudad de las murallas eternas bajo la lluvia empezaba a hacerse más pequeñita a mis espaldas/ Él se pondría a cantar y esa sería su respuesta” (“Pío, que se salva porque Dios es grande, marcha al exilio”).

En tanto, en el poema “El Desaparecido recorre todos los territorios ocupados del mundo y da su informe” se introduce, en el mundo de la Academia, desde el título mismo el conflicto eterno en Oriente Medio entre sus temas de reflexión. De hecho, en varios pasajes aparece la idea de la “piedra” que a veces arroja un chico o un joven palestino. La lucha, por lo visto, continúa.

Tal como escribe en “Reb Arieh Leib Ben Naftule repasa El Capital”: “Al dar vuelta la última página, el sentido de la escritura comienza:/ no hay más victoria que los nuevos frentes que se abren/ no hay más respuesta que una nueva pregunta”.

Fuente: Revista Ñ - Clarin.com

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