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14-06-2011

Rumbo a los 80 años, el histórico teatro IFT apuesta a recobrar su lugar en la Sala Roja

A poco de celebrar sus 80 años, el histórico teatro IFT (Idisher Folks Teatre) fundado en la década del 30 por un grupo de inmigrantes de la colectividad judía en la Argentina, apuesta a aggiornarse y a reposicionarse a través de la inauguración de la Sala Roja, un nuevo espacio en su edificio de Balvanera para la presentación de artes escénicas experimentales.

Con una arquitectura similar a la de un sótano, sin escenario ni taburetes, este lugar que se inauguró el pasado mes de mayo, invita a directores y artistas a innovar a través de distintas expresiones como el video-arte y otras modalidades del teatro experimental.

La apertura de la Sala Roja, se enmarcan en la voluntad de los directivos por devolverle al IFT la impronta que supo tener a comienzos del 1900 cuando se lo consideraba uno de los iconos indiscutidos del teatro independiente porteño.

“En sus orígenes, el teatro surge de la inquietud de judíos inmigrantes por expresar y mostrar su bagaje cultural, en principio en su propio idioma, y luego abierto para toda la sociedad argentina”, comentó a Télam Fanny Glaperin, miembro de la Comisión directiva de la Federación de Entidades Culturales Judías de Argentina que colabora con el IFT.

La historia del lugar comenzó hace 79 años en un local alquilado frente a la Sinagoga de la calle Paso al 400, donde un grupo de judíos llegados desde distintas partes del mundo buscaba construir un lugar donde continuar su tradición cultural.

Allí, la iniciativa comenzó como un proyecto de tinte más bien comunitario donde se mostraban obras de teatro, se dictaban clases de idish, danzas, música y canto coral para unos 80 chicos.

Sin embargo, la creciente demanda hizo que la idea de construir un teatro propio comenzara a cobrar entidad.

Tuba Barbalat, colaboradora del IFT, explicó a esta agencia que “en ese momento se creó un comité de construcción dirigido pro el escritor Pinie Katz y, acompañado por un grupo de compañeros donde se encontraba mi padre Wolf Barbalat, compraron el terreno donde actualmente está el teatro y construyeron el edificio en cinco años”.

Así fue como el IFT, ubicado en Boulogne Sur Mer 549, abrió sus puertas en 1952 ostentando los mayores adelantos técnicos de la época, comparables sólo con los mejores teatros de Buenos Aires y se convirtió en uno de los emblemas de las artes escénicas alternativas de la época.

A partir de este período, el IFT comenzó a ofrecer puestas de la talla de “Madre coraje”, de Bertolt Brecht, “Las Brujas de Salem”, de Arthur Miller, hasta “El diario de Ana Frank” de Oscar Fessler, que en 1959 constituyó la primera obra en castellano que trajeron a al escena local.

Es que hacía algunos años había comenzado a discutirse acerca de la utilización exclusiva del idish porque reducía el número de espectadores: la puesta, que permitió incorporar a sus plateas a espectadores criollos, fue un éxito rotundo que le permitió permanecer en cartel durante tres años.

“Había que conjugar el pasado con el presente, encontrar las vías y las formas artísticas que transmitieran esas transformaciones”, advirtieron desde el propio teatro.

Así fue como, gracias a esas apuestas por llegar a un número mayor de espectadores, desde ese entonces el IFT se posicionó como una de las salas más importantes de la escena under porteña.

En ese sentido, Luis Tabachnik, esposo de Tuba y presidente del teatro durante varios períodos, comentó a Télam que “hasta la década del 70 fue su época de oro, verdaderamente revolucionaria para la ciudad porque introdujo en la dramaturgia del teatro independiente a numerosos escritores laureados internacionalmente”.

En paralelo, la sala también permitió que la emblemática Mercedes Sosa tuviera su primera aproximación a los escenarios porteños en el IFT junto a Oscar Matus, Tito Francia y Armando Tejada Gómez con quienes marcó los lineamentos de lo que luego sería el Nuevo Cancionero.

Esa apuesta por la innovación y la cultura popular molestó a la dictaduras militares que asaltaron el poder y que llegaron incluso, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía en 1966, a obligar al cierre de sus puertas, pero una movilización popular de la que participaron distintas organizaciones sociales, logró la reapertura del IFT.

“En esa oportunidad se incorporaron a la actividad del teatro importantísimas figuras de la talla de Víctor Heredia e, inclusive, Violeta Parra que tuvo en el IFT el único lugar porteño donde tuvo la oportunidad de cantar en vivo”, recordó Glaperin.

Durante esos años también se había iniciado un trabajo de acercamiento a grandes artistas plásticos como Juan Carlos Castagnino o Antonio Berni que colaboraron con obras, exposiciones y actividades culturales y políticas que permitieron acercar el arte a la sociedad.

Sin embargo y con la proliferación de espacios de teatro alternativo, el IFT fue perdiendo peso dentro de la escena local.

Para revertir ese proceso, el complejo se encuentra en una etapa de reestructuración que le permita volver a erigirse como un lugar de referencia dentro de la cultura porteña.

Al respecto, Raquel Tela, flamante Directora de Programación del teatro afirmó a Télam que “la idea es que el IFT vuelva a funcionar como un centro cultural en todo el sentido de la palabra”.

“Sabemos que ahora es más difícil destacarse como teatro de vanguardia porque hay muchas más propuestas que antes en la ciudad de Buenos Aires, todas de calidad, pero también contamos con lo que significó el IFT para los artistas”, agregó Tela.

Y concluyó: “El objetivo es que, enmarcado en una mentalidad progresista, este lugar dé un espacio tanto a los artistas reconocidos como a aquellos que no lo son.”

Precisamente ese fue el objetivo del relanzamiento de la Sala Roja, que durante muchos años permaneció cerrada, como un lugar de experimentación donde directores y actores pueden manejarse a su antojo y volcarse, sin restricciones, al juego, al ensayo y al error.

Fuente: Agencia Télam

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