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Papeles de un Traductor (IV)
Yo y Tú fuera del Tiempo: Yo y Tú, el Tiempo

Por iaIr menachem

El tiempo, el espacio y el Ser, trenzados en indescifrable nudo que hace sospechar una única substancia, son elusivos a la capacidad analítica de los hombres, desde que sus coordenadas exigen muchos más planos perpendiculares entre sí que los que somos capaces de deducir. Queda aprender sin razonar, imaginar, intuir, acceder la información inmutable. ¿Quién tiene algo que decir al respecto? He aquí algunas puntas del ovillo:

"Todo lo que existe en los Mundos Superiores, existe también en el año, y en el alma del hombre", dice el Raavád (probablemente Rabi Abraham ben-David de Posquieres, 1120-1198) en su comentario al Sefer Ietsiráh o Libro de la Formación, 2c, texto fundamental de la Cabaláh atribuido al patriarca Abrahám. Hay que atender a la precisión: lo que existe en el mundo de las ideas y las almas, de las ideas vivas, se distribuye también en el tiempo espiral de modo tal que cabe entero en cada año, y asimismo "en el alma del hombre", en esta otra dimensión de la sustancia que llamamos "alma" y que anima a los cuerpos en el mundo de la multiplicidad. Por lo pronto, el tiempo es ya no un receptáculo vacío a llenar de acontecer, sino algo con valor ético/estético propio y subjetivo, carne de la carne de lo que trae consigo a la vida el alma del hombre, y no sólo.

Porque viene a continuación el Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, a decir que cada integrante del pueblo de Israel vive en sí toda la historia del pueblo de Israel (entiéndase y extiéndase en sujetos y culturas). O sea, que el mapa del laberinto vital del individuo, es idéntico al del conjunto de todos ellos. Cada hebreo enfrenta la oscuridad y la esclavitud en el Egipto llamado Mitsráim (que significa "opresiones"), y se atreve o no se atreve a su propia redención. A cada uno le es develada la Ley, y la toma vitalmente o se retiene en la magia menor de los Mundos Bajos. Cada quien vive la riqueza, el éxtasis y el deleite de los días del Templo de Salomón. Cada uno vive en sí, lee y reescribe, el texto de la escritura sagrada, y traza un nuevo pliegue en la urdimbre del pergamino. La historia de todos es la historia de cada uno, pero más notablemente aún, la historia de cada uno es la historia de todos.

Decir que la historia global burila el fondo de la historia personal es, visto a través del más potente microscopio, decir que el bien y el mal individuales están sujetos a los del común. En enunciación más bella que la del Epicuraísmo, y más temerariamente precisa, ésto sienta las bases de una sociedad moral. Pero al mismo tiempo, como sabíamos ya (v. párrafo anterior) que cuanto hay en los Mundos Superiores lo hay también en el alma del hombre, concluiremos fácilmente que la historia es no más que un despliegue lineal de esos Mundos de dimensiones Superiores; y que por tanto, el mundo de las ideas se manifiesta, necesariamente y en toda su extensión, en el trazado fundamental de la historia. ¿Habla ésto de determinismo? Habla de causalidad, pura, intensa, inextricable desde dentro del tiempo, incomprensible. Habla de una lógica de deleitable precisión para esa causalidad que nos sabe mágica y nos tienta a pensar en el azar. Habla de esa combinación de providencia y albedrío que no tiene cómo caber, en puridad, en nuestras lógicas contritas.

Para completar, dice el Maguid de Mezrich (libro Imréi Tsadikím, 38, 43): "Cuando el hombre se eleva a sí mismo, hace elevarse también todos los otros universos". Y viceversa. Pristina claridad acerca de la interacción entre un chino tropezándose con una baldosa floja a su paso por Helsinki, y mi destino individual, ese destino que es sospechosamente muy poco individual en tanto atado, aferrado, al de todos los que viven en mi generación, y al de todos los que dibujaron previamente esa historia global que, a modo de un espiral, me toca repetir y sobre todo, significar. Hay que consensuar un sentido y entender, dados estos contornos al Ser, a qué llamamos "presente".

No existe en hebreo la conjugación del verbo "ser" en presente, en primera persona del singular. Esto es: si quiero decir en hebreo "Yo soy" digo "Aní (yo) Hú". "Hú" significa Él (en tanto pronombre); o sea que la única forma de aseverar que yo soy es a través de la objetivación de mí mismo que me permite decir, en definitiva, "Yo soy El". En realidad, la única forma de aseverar que yo soy es siendo, efectivamente. Que es un hecho lingüístico por excelencia, y opcionalmente filosófico.

Por otra parte, no existe diferencia formal alguna entre las siguientes proposiciones, cuando dichas en hebreo:
* "Yo estoy caminando";
* "Yo camino"; e incluso
* "Yo soy un caminante",
desde que, en la rigurosidad de un presente que me encuentra caminando, las tres proposiciones se implican entre sí hasta significar lo mismo. En tanto en este instante camino, yo camino; de modo tal que soy un caminante ahora, aunque haya pasado veinte años sentado y me disponga a repetir la experiencia comenzando dentro de cinco pasos.

Seguir adelante (manteniéndonos a salvo de la melaza del pensamiento que hace todo homogéneo y asfixia) exige salir de la abstracción, o caer en la trampa de los excesos, abstrayéndonos en ese caso hasta estar refiriendo palabras vacías de sentido para nuestros intelectos limitados. Hablar de "mí", es hablar de todos. Hablar de "hoy", resulta hablar de siempre. Hablar de "yo" implica hablar de un "Tú" global, en tanto el tiempo no es, respecto de lo Absoluto, más que una estratagema para hacer entrar en un cilindro de radio "x" el contenido de otro de radio "y" infinitamente mayor (un salame infinito en una salchicha idem, digamos). Y la matriz de ese "Tú" global es el que la doctrina iniciática hebrea, a modo de "Tú" absoluto, llama Dios.
Amiguemos los habituales extremos de la filosofía del ser: hay un yo posible, pero es relacional, al punto que, dice Martin Buber, "captándome a mí mismo, capto todo lo que me configura, que no proviene de mí, y por consiguiente toda la esfera del yo es tal porque el Tú absoluto la ha constituido como tal". De tal modo, "cada tú singular resulta un canal de observación del Tú eterno, que nunca es un ello del que podamos hablar o al que podamos usar como un objeto" (*) (y éste es el ideal de toda relación yo-tú, en la que ambos conserven su autenticidad; ésto es, funciona con el Absoluto, y con todos los que le siguen hacia bajo).
Empezamos con el tiempo bien desde fuera nuestro. La arbitraria lógica de esta reflexión exige arribar al tiempo desde tan adentro como uno es capaz de vivirse, de referirse, de hallarse. Me regala Buber la más contundente aserción: "Quien no sea capaz de anticipar la pregunta del maestro no sabrá responderla". Y viceversa, digo, porque ahí, en la previsibilidad dialogal con "Lo Otro" referido por fin en segunda persona, se encuentra el núcleo de la sabiduría, protegida cual por una cáscara repugnante, por la náusea sartreana, por el asco de la semejanza, por todo eso que nos marea hasta que aprendemos a dialogar con los matices, a amar desde el espejo y desde la noche y desde el fondo del lenguaje, a reconocernos en lo externo a nosotros que va dejando de ser ajeno; a hacernos tiempo.




(*) A falta de los libros correctos a mano, las citas de Buber son tomadas de: "Personalismo y Educación. Veinte palabras claves en el pensamiento educativo de Martin Buber", en extracto de http://www.sepyc.gob.mx/coleccion/diaz/paginas/capV.html

Papeles de un Traductor (IV)
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