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Estuve en cinco campos nazis, pero ya no tengo rencor: el odio te destruye
Por DelaCole.com

Jorge Klainman no suele llorar. No le sale, dice. No lo hace cuando a sus 89 años repasa, con un detallismo que asombra, los horrores que vivió durante su adolescencia en cinco campos de exterminio nazi. O cuando se despierta en medio de una de las recurrentes pesadillas que le traen fantasmas del pasado. Ni siquiera cuando recuerda a sus padres y hermanos, de quienes nunca se pudo despedir. Esa fortaleza, quizás, sea parte de los restos del “muro” que él mismo levantó en su cabeza durante los más de 50 años que pasó en silencio, callando su angustia. Es que Jorge, que llegó a la Argentina después del fin de la guerra con el objetivo de reconstruir su vida, mantuvo sus secretos ocultos hasta de su mujer y sus propios hijos. “No podía hablar”, explica.

Pero algo cambió en él y hoy, con un libro escrito y decenas de charlas en todo el mundo, se prepara para volver a contar su historia en el Museo del Holocausto de Buenos Aires (a las 18, en Montevideo 919).

“Nací en 1928 en Kielce, Polonia. Tuve una infancia hermosa. Hasta que (Adolf) Hitler invadió mi país”, le cuenta Klainman a Clarín.

La ocupación de Polonia en octubre de 1939 marcó el inicio de un proceso que cambiaría a Europa para siempre. Mucho más al pueblo judío, que empezó a sentir muy rápido las consecuencias de la “solución final”. Tras ser capturada por los nazis, en 1942, la familia Klainman pasó por el mismo proceso al que debían someterse todos los judíos.

“Nos dividían en dos filas. A una iban los hombres mayores de 18 años, aptos para hacer trabajo forzado. El resto –mujeres, enfermos, ancianos y menores de 18 años– iba a la otra. Yo tenía 13 y mi hermano 15, pero logramos escabullirnos en la fila de los hombres. Mis padres y mis hermanas fueron a exterminio. Quedé sólo con mi hermano, pero a las dos semanas nos separaron”.

La certeza de que su hermano estaba vivo y el deseo de reencontrarse fue “lo único” que motivó a Jorge a luchar por su vida durante los tres años y medio que pasó en cinco campos nazis: Prokocim y Plaszow, en Polonia; y Mauthausen, Melk y Ebensee, en Austria.

“Nos hacían trabajar nueve horas y caminar tres. ¿Comida? 300 calorías diarias. Una vez me intentaron fusilar junto a otras 200 personas, pero me dieron sólo en la pierna. Me sacaron vivo de la fosa cuando se preparaban para quemar a todos los cadáveres. Fui el único en sobrevivir”, rememora Klainman, quien al ser liberado por las fuerzas estadounidenses en mayo de 1945 pesaba apenas 26 kilos.

Después de recuperarse, Jorge se puso como objetivo reencontrarse con su hermano. Pero cuando lo logró ubicar, ya era demasiado tarde: “Él también había sobrevivido al Holocausto. Lo busqué por todos lados, pero murió de una peritonitis en junio de 1946, en Italia. Cuando me enteré fue un golpe casi mortal. Pensé en suicidarme”.

Ya sin familiares vivos en Europa, Klainman, a sus 18 años, tuvo que empezar de cero. Se acordó entonces de una tía de su madre que vivía en Buenos Aires y arregló su llegada al país. “Argentina me dio todo. Aquí pude trabajar 63 años como joyero, conocí a mi mujer y tuve a mis cuatro hijos. Le debo mucho”, explica Jorge, quien desde hace cinco años está radicado en las afueras de Tel Aviv, Israel.

Klainman reconstruyó su vida muy rápido. Pero tuvo que mantener su pasado oculto de los ojos de todos, incluso de su familia. “Enterré los recuerdos de mi pasado en un rincón de mi mente y allí se mantuvieron por 50 años, protegidos por un muro que yo mismo había levantado”, explica el joyero.

En 1998, algo le hizo clic en la cabeza: “Empecé a escuchar nuevas teorías financiadas por los nazis de que la shoá fue un invento de los judíos. Eso me sublevó. Y me di cuenta de que el que calla, colabora. Rompí el silencio, escribí mi libro (El Séptimo Milagro) y desde entonces viajo por el mundo contando la verdad. Un crimen así no puede olvidarse”.

“Contar el horror me liberó y así pude sacarme el veneno que tenía de adentro. Los jerarcas nazis eran inhumanos, unas máquinas de matar. Pero no se puede generalizar. Muchos otros alemanes, incluso oficiales, me ayudaron a sobrevivir”, dice Kleinman.

¿Si guarda rencor? “Ya no. El odio te destruye. Lo sufrí en mi cuerpo y mi mente. No importa lo que te haya pasado, hay que dejar de odiar”.

Fuente: Clarin.

Estuve en cinco campos nazis, pero ya no tengo rencor: el odio te destruye
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