Todo tipo de planes se forjan en nuestras mentes cuando el almanaque nos muestra un día feriado, pero el de organizar una fiesta con amigos para festejar el 9 de Julio o el 25 de Mayo por la significación de las fechas, no es lo que más suele acontecer entre nosotros, los argentinos.
Por supuesto, al estar lejos del terruño, la nostalgia se nos mete muy hondo, llega a ser parte de nuestro palpitar, de nuestra respiración y ahí sí buscamos la compañía de compatriotas para compartir con ellos ese sentimiento que al fin nos hermana, nuestras costumbres, nuestra comida y la música que tanto extrañamos.
Otras latitudes, otras culturas… ahí vemos interesantes diferencias.
Al llegar a USA, hace más de dos años, procuramos que la colectividad de este país supiera de los problemas que sufrían los judíos en nuestro país. El tema les era conocido ya que en un lapso muy corto fuimos invitados a participar de un encuentro sobre La Argentina en Crisis en la Arizona State University al que asistió un representante del consulado argentino en Los Angeles, y la Jewish Federation de Phoenix ya tenía planeada una reunión especial para recaudar fondos por parte del grupo femenino, en la que se presentó un video mostrando como afectaba a la colectividad la situación económica argentina, escenas que me apenaron profundamente.
Por nuestra parte tratamos de divulgarlo todo lo posible y en una ocasión, al cabo de una exposición sobre el particular, una encantadora mujer se nos acercó con la pregunta: “Cómo podría ayudar?”. Así conocimos a esta bellísima persona que, entre otras cosas, ha hecho trabajo voluntario en Israel y cuyo hijo se encuentra allí ahora, siguiendo su ejemplo.
Compartimos su seder, conocimos sus amigos y hasta dormimos una noche bajo las estrellas en su suckot, concretando una fantasía que mi esposo venía entretejiendo desde que llegamos a este clima tan benigno (salvo en el verano que merece un capítulo aparte).
En esta ocasión, nos invitan a un picnic del 4 de Julio. Aceptamos con alegría y mucho interés; nosotros llevaríamos vegetales (como hace tanto calor (en Arizona, el verano castiga con temperaturas que pueden llegar a los 50 grados C), fueron vegetales crudos, como suelen servir aquí: brócoli, coliflor(el coliflor crudo sumergido –dip- en salsa es riquísimo), apio, rabanitos y zanahorias con dos salsas para acompañar, una de ellas, humus, hecho por mí al estilo en que mi madre preparaba berenjenas; otra, en base a palta); también se nos dijo que si queríamos ver los fuegos artificiales, lleváramos mantas o sillas plegadizas, cosa que por supuesto, hicimos con entusiasmo.
Desde la primera vez que vi proyectada sobre la pantalla del cine una de esas escenas en las que los protagonistas contemplan las estrellas o los fuegos artificiales recostados sobre el césped, tenía estampado el deseo de hacerlo algún día y había soñado con ello.
Los fuegos artificiales de la Falla Valenciana en Mar del Plata son espectaculares y las cascadas de luces caen sobre uno provocando escalofrios; pero el espectador suele estar de pie apretujado entre la multitud.
Volviendo a USA, el patio de nuestros amigos, que en otro momento, albergó el suckot y nuestro colchón inflable, estaba decorado con los colores azul, blanco y colorado de la bandera norteamericana, cintas, globos, moños, vajilla descartable, banderitas, todo alegórico al motivo de la reunión. Al frente de la casa flameaba su bandera.
Éramos un grupo de diez adultos y un niño de 8 años, muy despierto y participativo.
Cuando comenzamos a comer los panchos y hamburguesas, (entre las distintas ensaladas había una israelí con diversas verduras verdes picadas y un cereal) la dueña de casa repartió unas hojas impresas con 10 preguntas relacionadas con la fecha, que debíamos responder por elección múltiple; ella leyó las opciones y luego las respuestas correctas. Para mi sorpresa, obtuve el segundo premio, que consistió en un simbólico bolígrafo decorado con la bandera norteamericana y un águila en un extremo.
Se vivió la fecha con toda naturalidad, sin ninguna pompa; no se cantó el himno. Lo tradicional es: embanderar todo con sus colores, los picnic, los fuegos artificiales y el pastel de manzana (que, como nuestro chocolate caliente, también esta ligado al festejo).
Partimos luego para ver los fuegos.
Los norteamericanos suelen planificar sus actividades con mucha anticipación y esto despierta nuestro asombro. Estando aquí uno entiende que es la única manera ordenada de movilizar en forma organizada una multitud.
Sabíamos que habría varios fuegos artificiales en nuestro vecindario, el muy popular del Lago del Río Salado que “corre”(en realidad está embalsado en un proyecto de la misma universidad que convirtió un hilo en un espejo de agua) detrás de la Arizona State University en Tempe, y los de la ciudad de Mesa en un Community College, los de los Casinos en las reservaciones indias, -hay varios cercanos-, pero desconocíamos que habría otros, como el que presenciamos, en el parque de una inmensa iglesia, la Central Christian Church of the East Valley o los de un cementerio privado no muy lejos de donde nos encontrábamos.
Entramos en el estacionamiento de una escuela secundaria; estaba abarrotado y sólo logramos ubicarnos después de varios intentos; habían abierto una tranquera a un terreno suplementario para dar cabida a más vehículos.
Empezamos a caminar; no tenía idea de donde nos dirigíamos ni de la distancia a recorrer; al ver gente ubicada en el césped al costado de la calzada, creí que ya estábamos en el lugar buscado y que allí nos instalaríamos; pero no fue así, seguimos caminando y caminando, nuestra amiga al frente a pesar de una reciente lesión de tobillo, mostrando no sólo su entusiasmo sino su energía, en esa noche calurosa; una multitud se nos iba uniendo; en cierto momento noté que una mujer y unos niños nos daban la bienvenida con pantallitas impresas que además de su utilidad pragmática de paliar el calor, traían el programa de los festejos. Estos habían comenzado el día anterior y no se limitaban a los fuegos artificiales que, por supuesto, eran el broche de oro.
Había un escenario enorme, muy iluminado y colorido, levantado en el parque que era inmenso a su vez; calculamos que debía haber mas de 30.000 personas; muchos habían hecho sus picnics allí mismo; habia stands que vendían comida y artesanías, vimos gente a cargo de seguridad, ambulancias preparadas, baños plásticos instalados y gente sentada en el suelo por todos lados (parecía la playa Bristol o La Perla, de Mar del Plata, en plena temporada veraniega).
Muchos, muchos niños en los que así se sembraba la semillita de las tradiciones, compartiéndolas en familia; no se extravió ninguno. Todo era muy tranquilo. La gente sonriente, esperando paciente a que llegara el gran momento.
Grandes y chicos lucían todo tipo de elementos fosforescentes y coloridos y los blandían al compás de la música, lo que agregaba colorido.
Las luces se apagaron y supimos que los fuegos comenzarían; todos quedamos expectantes.
El espectáculo fue muy hermoso y excedió nuestras expectativas. Fueron 40 minutos de maravilla; constaté que en el programa no hacían alarde de su extensión, siendo que los del lago cubrieron un lapso de 15 minutos solamente; el boca a boca era más que suficiente para llevar multitudes a ver estos fuegos.
Si bien lo que voy a narrar a continuación no está relacionado con el festejo patriótico, sí lo está con mi curiosidad por entender esta cultura y creo que viene a cuento porque muestra el espíritu con el que se compartían los festejos.
Nuestra anfitriona tenía un problema en su tobillo, como ya he comentado, y nos había sorprendido que hubiera caminado tanto; estábamos pensando estrategias para acercarnos con algún vehículo, pero no nos dio tiempo porque sin dudarlo preguntó a varias personas, al azar, si la podían acercar al estacionamiento distante en el que habíamos dejado nuestro automóvil; con toda tranquilidad, sin ningún temor; enseguida encontró quien la llevara.
Pensé que salir de allí tomaría mucho tiempo, pero la multitud se movía a paso regular y con toda serenidad nos fueron llevando sin notarlo hasta la intersección de dos avenidas donde los policías no sólo estaban organizando la circulación de los vehículos, sino que habían encendido unas luces especiales que llamaban la atención de los conductores para evitar accidentes; es así que pronto se despejó el sitio y en ningún momento hubo embotellamiento alguno.
Se dieron algunos encuentros y desencuentros tipo comedia de enredos buscándonos unos a otros en los tres vehículos en los que habíamos ido, pero nuestra amiga fue la primera en llegar, a pesar de nuestras prevenciones y temores.
Este año se pudo notar que la gente intercambiaba deseos de que fuera no solo un feliz, sino un 4 de Julio en paz y en seguridad. Lo fue y nos dejo admiración y hermosos recuerdos.
Recuerdos que despiertan remembranzas de mi niñez; mi padres estaban tan orgullosos de ser “argentinos naturalizados”, estaban tan agradecidos a este país que los había cobijado, dado trabajo, la posibilidad de tener una familia y dejar atrás el infierno europeo entre las dos guerras y lo que sucedió después; también nosotros teníamos nuestra banderita argentina en la mano que yo movía al compás de la música de la banda, sentada en los hombros de papá para poder ver el desfile.
Renée R. Grosman
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