No hay modo alguno de ingresar al verbo mágico mientras uno no pueda ver las llamaradas de agua y sentir la voz potente del fuego espumoso alzándose en olas de tormenta desde el océano furioso. La tempestad arrecia bajo la planta ciega de los pies, y hay que aprender a ver la noche con otros ojos que los del día para ser capaces de distinguir luego la luz, y entonces, recién, amar.
"¿Qué tengo que ver yo con esta guerra?", y estoy dentro de ella. "La gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que apreta desde abajo el tubo del dentífrico", dice Oliveira en el primer capítulo de la Rayuela de Cortázar; y uno pasa la vida desaprendiéndose, desaprehendiéndose para soltarse del equívoco, para redimirse de la ilusión vana, y una tras otra vez, renacer Otro con menos necesidad y más para dar.
Yo también estoy aquí. Ha culminado Shabát. Cuando escribo ésto, hebreos de todo el mundo hemos leído en el tercer libro de la Toráh el Orden de las Ofrendas, y luego, de Ezequiel, el anuncio de corazones de carne que habrán de suplantar a los de piedra, en el decurso de una redención de la que somos sujeto ignorante del objeto. La redención pasa por desadjetivarse hacia el horizonte del adverbio, y recién entonces, ejercer el verbo que viste, ejercer las cualidades que se van posando sobre la nada intensa a modo de las capas de una cebolla. Conociendo, co-naciendo, hacernos cognoscibles y adquirir identidad.
A cada rato suenan sirenas. Siempre suenan sirenas a cada rato, pero uno no siempre está en ese alerta inmanente que determina oirlas en plenitud, en los pliegues de sus octavas que se deslizan morosamente dibujando bucles inverosímiles que despiertan interrogantes en tiempo real. Y cada interrogante resulta apoyarse en certezas que la responden o banalizan, y así hasta el infinitésimo, en un camino reverso hacia el corazón de la cebolla. A cada rato suenan sirenas y no importa, como no importan las noticias virtuales de la radio porque ya no nos asombran, y entonces lo que importa es el fuego con agua dentro que lleva dentro fuego, importa una fragancia que inunde el silencio e importa el silencio que poblar de ese pensamiento que cubre púdicamente la desnudez del llanto que no llega, y no llega por miedo al instante después de la tormenta, si se encienden las luces y uno está ahí desnudo en medio de la platea tentado de dar explicaciones y sin atreverse a preguntar.
Hay que sentir a la lluvia crepitando en viva llama y a las flamas de agua desahogar el llanto de la tierra. Días atrás, en pleno mes de Adár, era la fiesta de Purím y las virtualidades se confundían. La reina Esther confabulada con su mentor Mordejái (Mardoqueo) se valía de la magia de la acción y la palabra para salvar a su pueblo de un exterminio que, desde el espíritu, atentaba también contra la carne. Dos mil y pico de años no son nada: todos los años, todos los días, nos reeditamos en una espiral ascendente o descendente, sólo ascendente o descendente, y seguimos amasando la cebolla, amasándonos a nosotros mismos, hurgando en el texto del discurso que se dice en nosotros, para sustanciarnos desafiando al tiempo. A través de ser siempre otros, pero siempre en referencia a lo que ya fuimos, somos capaces de ejercer una magia que se sobrepone al tiempo inflexible, y nos hacemos un yo, un sí mismo capaz de permanencia.
No hay en hebreo una palabra que signifique literalmente "realidad". La palabra que se usa a tales efectos es "metsiUt", que con puntillosidad y exactitud se debe traducir "hallabilidad". Real es lo hallable, lo que se encuentra allí donde hay un sujeto capaz de desarrollar habilidades cognitivas. Es real no la historia sino el acontecer de Purím en tiempo presente, cada vez que decenas, cientos de miles de personas lo viven al unísono y matan a Hamán el malvado y ayunan para (re)producir el milagro y luego lo celebran, envolviendo entre ambos aconteceres vitales, como se envuelve un tesoro, la sintonía peculiar de la magia ejercida por la conjunción de voluntades humanas.
¿Es más o menos virtual Purím que la guerra ésta en que los Estados Unidos de Edóm atacó a la Casa de Ismael...... -caramba, he leído de eso en alguna parte antes-? Es todo una misma realidad que hace girar la cabeza infinitamente hasta que la línea del tiempo se acomoda, a modo de hipérbole primero que se contorsiona hasta hacerse círculo único todos cuyos puntos acontecen sin cesar. Y entonces, sucede que hemos derrotado al tiempo, porque la hallabilidad de todo se denota permanente, con tal de que nuestras herramientas cognitivas se afilen lo suficiente como para sintonizar con un tiempo que está por encima del tiempo, un tiempo que se origina en la acción propia, y ante todo, la acción de la mente. Ahí es donde somos Zarathustra y El Profeta de Khalil Gibran y somos el hombre primordial del Génesis porque actuamos cual versiones del Demiurgo en la multiplicidad, como células divinas generadas por mitosis de la Divinidad. Caramba: es entonces que nos hacemos hombres.
Igualmente, hoy llueve y aún nieva Ierushalaim. Y como reeditarme no descarta lo aprendido en todos los tiempos pasados (porque deben seguir siendo vigentes), retorno por un instante a otra Morelliana de Cortázar, en Rayuela 116: "Error de postular un tiempo histórico absoluto. Hay tiempos diferentes aunque paralelos. En ese sentido, uno de los tiempos de la llamada Edad Media puede coincidir con uno de los tiempos de la llamada Edad Moderna. Y ese tiempo es el percibido y habitado por pintores y escritores que rehúsan apoyarse en la circunstancia, ser "modernos" en el sentido en que lo entienden los contemporáneos; sencillamente están al margen del tiempo superficial de su época, y desde ese otro tiempo en que todo accede a la condición de figura, donde todo vale como signo y no como tema de descripción, intentan una obra que puede parecer ajena o antagónica a su tiempo y a su historia circundantes, y que sin embargo los incluye, los explica, y en último término los orienta hacia una trascendencia en cuyo término está esperando el hombre". Es sólo cuestión de entrar en sintonía, y no sólo todos los instantes, sino también todos los signos de cada instante, pasan a decir lo mismo.
Ierushalaim imparte en estos días una fragancia peculiar. Entre Purím y la Guerra del Golfo. Entre la Guerra que tiene por protagonistas a Buz y Sattam, a Edom e Ismael, a Amaléc e Israel, a las profecías de la Toráh y del Corán y de Zacarías y de Ezequiel y de Isaías y de Nostradamus y uf, todos la misma guerra, todos el mismo trabajo y desafío buscando consumación en el tiempo (consumación del tiempo) en cada generación. Ierushalaim huele estos días a consumación que se aproxima, a ese dolor mínimo y sutil, casi un cosquilleo a la vez placentero y molesto, que precede al orgasmo. Despierto temprano por la mañana, un par de horas a lo más de haberme dormido; me levanto, me lavo manos y rostro, sonrío. Vuelvo a la cama. Armo un cigarrillo, lo enciendo, fumo un par de pitadas, lo apago, sonrío otra vez. Tiento la radio pero desisto. Una multitud de sueños pujan porque les libere el dique de la conciencia y los deje salir a poblar la noche de mi día. En vigilia de ojos cerrados me dispongo a vigilar su salida caótica, en apurado tropel que tiñe de colores líquidos la hallabilidad reinante, señalando en púrpuras e índigos las fisuras del rompecabezas que no se muestran a los sentidos de la piel. Es la expiación de la duda.
Anamnesis cortazariana, y soy hebreo. La formulación zen del conocimiento íntimo, formulado a través de cómo ser infalible en el tiro con arco: "Cierra los ojos, y da en el blanco".
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