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Ha existido una realidad específica en la vida judeoamericana, la de los criptojudíos. Ya en una carta del 3 de octubre de 1502, el mercader italiano Piero Rondinelli luego de afirmar su reciente encuentro con el descubridor de la Tierra de Santa Cruz (el Brasil actual), Américo Vespucio afirmaba que éste ' ... vino aquí hace pocos días, el cual ha pasado muchas fatigas y ha tenido poco provecho ... ', señalando a continuación que '... el Rey de Portugal arrendó las tierras que él descubrió a ciertos cristianos nuevos... '. . Y justamente estos 'cristianos nuevos', algunos de ellos 'criptojudíos', formarían parte indisoluble de la historia de la América Colonial que en este trabajo nos propo-nemos rescatar del anonimato o el desconocimiento. Y esta historia de los criptojudíos en la América Hispanoportu-guesa, es una historia en la que se enseñoreaba la Inquisición. Es, por lo tanto, la historia de los perseguidos, de los atormentados en los potros de las sedes inquisitoriales (Lima, Cartagena, México). Una historia de terror que nace en estas tierras cuando Felipe II, Rey de España en 1570 decide establecer el primer tribunal inquisitorial en Lima (ciu-dad llamada entonces 'Los Reyes') y al año siguiente otro tribunal en México, cubriendo así toda la América hispana. Se propuso por explícito objetivo 'liberar el suelo contaminado de judíos y herejes', en especial 'los de la nación por-tuguesa' -que era como se designaba a los conversos o criptojudíos. Vale también apuntar que antes de la instala-ción de la Inquisición en América, la función análoga la desempeñaban autoridades religiosas como los 'provinciales' de diversas órdenes y, más tarde los obispos y, a veces, simultáneamente los 'provinciales' y los obispos. En fecha tan temprana como el año 1528, en México fueron ya quemados en la hoguera dos 'judaizantes': Hernando Alonso y Gonzalo de Morales. Luego le seguirían varias decenas de personas con el mismo final.. En 1492, al tiempo que concluye una historia, la de los judíos de España, nace otra: la de los judeoconver-sos de América. El carácter de 'criptojudíos', es decir, de llevar consigo oculto el judaísmo, determinó en éstos una especial impronta. Los ritos y la vida en comunidad sólo tuvieron la posibilidad de desarrollarse desafiando el bárbaro celo de la persecución inquisitorial. En este período, la especulación filosófica nacida de la Kabalá (o Cábala) como cualquier otra que intentase despegar de la Escolástica, no tenía cabida; muchas de las actividades y ocupaciones que los judíos desarrollaron en España antes de la Expulsión, tampoco tuvieron posibilidad de desenvolvimiento en la América hispana colonial. Así, ni médicos ni cartógrafos, ni traductores ni financistas, ni poetas ni diplomáticos pudieron salir de hogares judíos (excepción hecha del médico Maldonado de Silva). Y por supuesto, lo mismo suce-día con los conocedores de la Torá (Antiguo Testamento). Todas éstas, actividades que en su época con tanto suce-so llevaron a cabo los judíos de la Península Ibérica. Mientras que en Europa, desde 1488 los judíos producían muchas obras de imprenta -para difusión del cre-do, mayoritariamente- y pocas décadas después hubo más de cien imprentas sefardíes, a la América hispana la imprenta llegó lenta y tardíamente, consecuencia de una política escolástica que ahogaba cualquier expresión cultu-ral que llevase un sello singular. El monopolio comercial que impuso España en el Nuevo Mundo, fue igualmente férreo. La economía de estas tierras se basaba especialmente en dos factores: uno, la extracción de minerales como el oro, la plata, las piedras preciosas. Otro, como la extracción de la caña de azúcar especialmente y otros cultivos, que originó un elevado empleo de los indígenas primero y, más tarde, de los negros provenientes del África como esclavos. La política económica estaba pensada para el exterior -donde estaba la metrópoli- y no para el interior. En este proceso, se dilapidaron los metales preciosos americanos. Por otra parte, las casas de crédito llegaron a Améri-ca hispana recién a finales del siglo XVIII, cuando llevaban casi dos siglos de funcionamiento en Europa occidental. Esto fue también el producto de una ilusión de abundancia monetaria. En casi toda la etapa colonial de la América hispana, no se conocieron en estas tierras los modernos instrumentos del capitalismo: ni los Bancos ni las Bolsas de Comercio, ni las sociedades anónimas ni los documentos de cambio ni nada de lo que hace a la esencia de las acti-vidades productivas, de acuerdo a los modernos parámetros de la economía. Instrumentos éstos que tuvieron en el siglo XVII la llave maestra de la inserción de holandeses e ingleses, por ejemplo, en la alta economía internacional. Y fueron no pocos los judíos sefarditas -en especial los de la capital holandesa, Amsterdam- que se hallaron a la van-guardia de la modernización de la actividad económica, que traería el progreso material a los pueblos. Entendemos que otra América hubiera sido posible, sin la Inquisición. Así como la Expulsión de la Península Ibérica concluyó con casi diez siglos de importante aporte judío a los reinos de Iberia, durante los siglos XVI y XVII los judíos bien pudie-ron haber legado un aporte trascendente a la América hispana si no hubiesen sido combatidos en la forma en que lo fueron.
(*) El Dr. Mario E. Cohen es investigador especializado en la historia de los sefaradíes, ha publicado numerosos trabajos y libros. Y sobre este tema es importantísimo su aporte el libro: América Colonial Judía. Es además el presidente de Cidicsef, (Centro de Inves-tigación y Difusión de la cultura sefaradí) de Argentina, y ha concurrido y presentado trabajos en numerosos congresos y seminarios nacionales y del extranjero.
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