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Hasta principios de los años cincuenta del siglo pasado, en sus casas de Buenos Aires, y seguramente en las de diferentes ciudades del interior, las djudías aún realizaban ciertas tareas del hogar que les eran exclusivas, como reponer los taponzicos, kaplear, ir al kalailadjí, etc. Los taponzikos (del español taponcitos), eran paños de tela liviana con que se forraban los estantes de los roperos. A veces solían ser de papel con los bordes decorados. Reponerlos, era una actividad que al menos se hacía dos veces al año, para las festividades de Pésaj y Rosh Hashaná. En determinados días, el ama de casa djudía, ponía manos a la obra, los cambiaba por otros recién lavados fijándolos con chinches o simplemente apoyándolos. El taponziko cumplía, a menudo, función de caja fuerte. Bajo la tela se escondía aquello que quería ocultarse (cartas, dinero, etc.) por modo de la dula (por miedo a la doméstica). Al llegar de Turquía, los inmigrantes trajeron consigo diferentes utensilios de cocina que usaron hasta que la siguiente generación y los cambios en la tecnología les demostraron que podían ser reemplazados. Así está el pai-lón (paila u olla grande), el tipsín (del turco, suerte de olla), la tabá ( suerte de asadera). Una variante de los dos primeros era el pailón o tipsín burakado (paila u olla con agujeros para colar el líquido). Cuando estos se gastaban o mostraban oxidación y daños significativos, se concurría al kalailadjí . Este término turco significa herrero u opera-rio que trabaja con metales. Él se encargaba de calafatear las ollas y rellenar con metal los agujeros de la pieza. Kaplear es uno de esos verbos que se encuentran en ciertos dialectos y que, imposibles de traducir, hablan de una acción exclusiva de la cultura que acuñó la palabra. En este caso, kaplear corresponde a la acción de coser con una aguja muy gruesa (similar a la del antiguo colchonero), uniendo la sábana de cama con una frazada o manta. Esta actividad era realizada por las djudías, cada vez que cambiaban las mudas de cama de toda la casa. Con paciencia y grandes hilvanes hechos con hilo grueso de bordar, se fijaban una sobre otra y las cosían para evi-tar que durante la noche con el movimiento se separaran produciendo la "incómoda sensación" de destaparse. También puede contarse entre estas tareas propias de un hogar de djidiós, la de pelar arroz. El arroz fue siempre un alimento importante en las comidas de la tradición judeo-española, llamado comúnmente "arroz a la tur-ca". Para cocinarlo, previamente las djudías esparcían la cantidad prevista sobre la mesa y comenzaban a seleccio-nar grano por grano moviéndolos con dos dedos de la mano; igualmente se hacía para arvejas, porotos, etc., des-echando cualquier unidad que no estuviera en perfecto estado y con su color adecuado. Al tomar un baño era usual reemplazar la esponja por el shabunluk, cuya traducción literal sería "jabonador", una suerte de guante sin dedos, hecho en casa con tela de toalla dentro del cual se ponía la mano usándolo para enja-bonarse. Otra tarea en el hogar era el preparado de masa fila, una masa hojaldrada destinada, principalmente, a la elaboración de baklavá. Esto sucedía previo a las principales fiestas judías y ciertos eventos (compromisos, bar mitzvá, casamientos). Era una costumbre culinaria de Medio Oriente que los sefaradíes hicieron suya. La tarea, ge-neralmente, era compartida por todas las mujeres de la familia (abuelas, madres, hijas y nueras). Los aprontes con-sistían en cubrir todas las superficies horizontales de los muebles de cada habitación (mesa, camas, aparadores) con sábanas y luego espolvorear estas con harina. Sobre ellas, se iban colocando las finas capas de masa fila que una vez secas se superpondrían una sobre otra para conseguir el espesor necesario de una buena baklavá. |
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