|
Resulta sumamente útil recordar las diferentes situaciones por las que han pasado los ju-díos sefaradíes expulsados de la península Ibérica en tierras del antiguo Imperio Otomano, al momento de evaluar las causas de su emigración al Río de la Plata y otros destinos, justamente en momentos en que la nueva República Turca experimentaba los primeros pasos de su grandes reformas, muchas de las cuales no sólo fueron acompañadas por la mayor parte de los judíos allí radicados, sino que en muchos casos hubo un apoyo explícito y activo. Los Otomanos fueron una dinastía de sultanes que al comenzar el 1300 dominó a tribus turcas de Anatolia. En los docientos años posteriores, conquistan territorios en Europa (Balcanes y países eslavos), Asia y África. Basaron sus conquistas sobre las tierras del Imperio Bizantino por un lado, y por el otro sobre el estado mameluco. La población del Imperio Otomano era musul-mana en su mayoría, aunque había minorías cristianas y judías destacadas, conviviendo junto a otros grupos minoritarios. Los judíos que se encontraban allí desde la época del Imperio Bizantino eran llamados romaniotas (por el imperio romano de oriente), mientras los que habitaban el estado mameluco eran llamados judíos arabizados. En territorios conquistados los otomanos, reclutaban gente joven generalmente entre los cristianos, para formar su ejército de jenízaros, a quienes convertí-an luego al Islam. Al conquistar Constantinopla en 1453, le cambiaron el nombre a la histórica ciudad por Estambul donde establecen su capital, para lo que comienzan la reconstrucción. Para restaurarla, concentran núcleos de población que remueven de diferentes sitios del imperio. Entre esa gente se encontraban numerosos grupos de judíos romaniotas. Ese fue el motivo por el que la comunidad judía de Estambul cobró un gran desarrollo en la segunda mitad del siglo XV, en detrimento de otras ciudades que se despoblaron de sus miembros judíos, entre ellas estuvo la comunidad romaniota de Salónica. La salida de los judíos de la península Ibérica, comenzó aún antes de 1492 debido a las persecuciones que iban en aumento. Grandes grupo pusieron su mira en tierras del Imperio Oto-mano, que con Bayezid II (de 1481 a 1512) fueron bien acogidos quizá con la pragmática inten-ción de que sirvieran para desarrollan sectores del intercambio comercial, aportaran técnicas in-dustriales y contrarrestaran en parte a la gran minoría cristiana. Al llegar a Estambul los expulsados hallaron una comunidad romaniota fuerte y numerosa, originaria de Salónica, donde solo había quedado una minoría ashkenazí de Europa central de finales de la Edad Media. Hubo enfrentamientos constantes y una convivencia complicada, donde ambas comunidades trataban de imponer sus normas cotidianas sobre asuntos sociales y legales. Había diferencias sobre casamientos, leyes de pureza, formas de la oración, etc. Tuvo que pasar un siglo para que los sefaradíes integraran en su seno a la comunidad romaniota. La composición de los judíos en el Imperio Otomano era muy variada. Incluía a romaniotas, sefaradíes-portugueses, ashkenazíes (unos pocos), caraítas y judíos-italianos. A partir del siglo XVII aparecen los judíos-francos, que eran comerciantes portugueses que se asentaron en Italia y luego pasaron a esas tierras. En la zona de países árabes del Imperio, estaban los judíos arabiza-dos, conviviendo con sefaradíes, ashkenazíes y magrebíes. El Imperio Otomano, concedió a las minorías consideradas infieles (judíos y cristianos), es-tatus de "protegidos", siendo bastante tolerante con sus creencias. Sobre todo con los judíos, que fueron bien tratados y muchos alcanzaron puestos clave en la economía (S. XVI), en cargos políti-cos y administrativos. Su seguridad les permitió comenzar a ayudar a comunidades de hermanos perseguidos o empobrecidos. Los judíos en su carácter de no otomanos, al igual que otras minorías, tenían una carga impositiva especial (un pago per capita), desde tiempos anteriores al Imperio. Además se les exi-gía el uso de vestimenta diferenciada (de colores especiales), y la prohibición de construir nuevas sinagogas, aunque dichas limitaciones casi nunca se cumplieron al pie de la letra. La mayoría de las sinagogas existentes en el Imperio Otomano eran nuevas, y sólo en Esmirna, donde no existía comunidad judía antes de la formación del Imperio, a principios del siglo XVIII existían seis sina-gogas nuevas a las que luego se agregaron otras. La comunicación entre la comunidad y las autoridades del Imperio Otomano, se efectivizaba a través de intermediarios especiales. Eran nombrados por el gobierno, coordinada-mente con los judíos destacados de cada ciudad. Generalmente eran miembros cultos que habla-ban bien el turco, y tenían una posición honorable dentro de su grupo. La decadencia del Imperio comenzó a sentirse desde el siglo XVII, el gobierno central tuvo cada vez menos autoridad y comenzaron a aflorar los gobernadores locales autoritarios, que en muchos casos ejercían presión tributaria sobre las minorías, especialmente la de los judíos Los emigrados sefaradíes al llegar a tierras del Imperio Otomano, se dieron su propias or-ganizaciones. Es así como en Estambul llegó a haber decenas de kehalim con su propia sinago-ga, fundada por la ciudad de origen, como por Ej.: Kahal de Portugal, Calabria, Gran Sicilia, Pe-queña Sicilia, Cataluña, Córdoba, Ashkenazim, Gran Estambul, Pequeño Estambul, Edirne (caraí-tas de Adrianópolis), etc, llegando en total a ser 39 organizaciones. Al principio en el Imperio, la organización adoptó el carácter de una sociedad de emigran-tes en la que cada grupo se establecía en un sector determinado de la ciudad, formando sus pro-pias organizaciones, donde como vimos, las autoridades otomanas preferían no tratar directamen-te con ellos sino con sus representantes. Recién con el paso del tiempo hubo movilidad demográ-fica, comenzaron a mudarse de sus barrios, mezclándose unos con otros entre los siglos XVII y XIX , allí se perdieron definitivamente los lazos de origen y constituyeron organizaciones centrales, que facilitaban la administración y el control comunitarios. Generalmente cada comunidad grande tenía influencia sobre las de las ciudades más pequeñas. Eran los rabinos los que desempeñaban el rol de dirigentes (los jajamim, del hebreo sabios). Existían también tribunales judíos donde am-bas partes acordaban concurrir, sin que pudiera según los casos intervenir los tribunales musul-manes. El centro de la vida comunitaria y del kahal era la sinagoga, donde tenía lugar toda actividad religiosa y social, y donde se estudiaba la Torá. Se hacían asambleas generales y se tomaban las principales decisiones colectivas. Además existían yeshibot o escuelas de Torá y Talmud Torá donde los niños varones estudiaban religión. A nivel comunitario estaban las tahanot que guiaban las relaciones cotidianas re-glando entre el particular y el grupo comunitario en diferentes aspectos de la vida. Había diferen-tes tahanot, pero principalmente se ocupaban de recaudar impuestos y todo lo referente a los tri-butos, asuntos de la vivienda, y el control de pesos y medidas comerciales, temas de moralidad y castidad, prohibición de usar prendas suntuosas, etc. Los impuestos eran de capitación, inmobilia-rio (sobre las propiedades de sus casas) y otros que se pagan directamente al gobierno. |
|
|
|
|
|
|
|
Creación
y Dirección:
Arq. Luis León
Asesores
de dirección y colaboradores permanentes
Sr. José Mantel
Dr.Santó Efendi (EEUU)
Declarado
de "Interés Cultural" por Departamento de Cultura de AMIA ( Asociación
Mutual Israelita Argentina) y
CIDICSEF ( Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefaradí)
Todos
los artículos, son colaboraciones ad-honorem de los respectivos
autores, y reflejan sus opiniones personales. La dirección y redacción
de SEFARaires, puede no coincidir con el contenido de algún artículo,
siendo el mismo de total responsabilidad del autor. Se autoriza
la reproducción total o parcial del contenido de los Sefaraires,
mencionando la publicación y el autor.
|
|