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Lejana época de viajes prolongados y estadios cortos en diferentes sitios, nos juntábamos en hoteles, campos y pensiones, los errantes de los caminos en busca de un poco de charla, distensión y hasta a veces, contención afectiva en medio de extraños. Viajantes de comercio, visitadores médicos, extensionistas rurales y otros individuos desarraigados constituíamos un grupo que a la fuerza de encontrarse en los distintos pueblos de la campaña, ya éramos, casi una familia con encuentros programados. Algunos de nosotros caíamos por la noche a los hoteles de pueblo, como almas en pena buscando alguien con quien hablar o la mas de las veces a que nos escucharan después de largas horas al volante hablando solos con el viento.
Había en ese grupo ocasional algunos mas hábiles que siempre encontraban la casa de alguien para pernoctar, o que formaban pareja con alguna dama a la que visitaban regularmente todas las semanas, a despecho de la familia “legitima” que los aguardaba en la capital o en otro sitio los fines de semana .
Uno de estos últimos era “el Morito” quien por lo general nos presentaba en los distintos pueblos a su “novia"” a su “esposa”, quienes solícitas nos saludaban como amigos de su “marido”.
No se como se arreglaba “el Morito” para conciliar tantas esposas y novias pero lo hacía bien y reconozco que me provocaba envidia. Su nombre era Hamid Benu Larache pero el gustaba de llamarse “Moro Bereber”, su baja talla trajo el diminutivo con que lo tratábamos los demás.
Era un típico árabe, la tez oscura, el pelo negro ensortijado, ojos color azabache, un bigote cuidado, y una sonrisa compradora que era su mejor arma para la venta, como para la conquista.
Si bien me caía simpático el hombre, yo no me acercaba mucho pues dados los conflictos árabe-israelíes no deseaba tener roces con él que pudieran alterar la buena convivencia que se daba en los encuentros fortuitos que teníamos ambos, pero uno nunca puede prever los hechos...
En uno de los solitarios caminos de la ruta del desierto, encuentro a la vera del camino, la “Estanciera” verde del Morito, quien aliviado al verme me hacía señas con su brazo al par que me regalaba su compradora sonrisa.
Cuando revise la avería de su vehículo pude solucionarla transitoriamente (la mecánica es mi hobbie), le aclaré que el deterioro mecánico requeriría “cirugía mayor”. Si no quedaba otra alternativa, al llegar al próximo pueblo, pondría manos a la obra y le haría el trabajo yo mismo, en función de mis posibilidades.
El Morito subió a su auto cargado de cortes de tela y otros artículos y con su sonrisa compradora me dijo “Hazlajá y berakáh te de D’s (éxito y bendición)” lo cual me dejó estupefacto y cavilando, mientras seguía a la vieja” estanciera” humeante por la ruta hasta llegar a Santa Rosa.
Una vez llegados a destino, detuvo su vehículo, lo cerró y vino conmigo. Ni bien estuvo a mi lado le pregunté: “Morito, acaso eres hebreo?”, me miró sobrador, contento y me respondió : “No , pero es como si lo fuera.”
Una vez instalados en casa de su “esposa pampeana”, fui con él a comprar los repuestos para reparar el motor de su auto. Mientras lo hacíamos, El Morito me contó como es que no era judío, pero como si lo fuera.
Según su relato era originario del interior de Marruecos, de Larache, una localidad donde desde tiempo inmemorial, convivían moros, cristianos y judíos.
Todos de habla árabe Bereber y con conocimiento parcial del español por la cercanía a la Península Ibérica y a los numerosos sefaradíes que llegaron a Marruecos desde el siglo XV en adelante.
Después de la expulsión de los hebreos (1391-1492), siguió la de los moros (1526) y después la de los moriscos (moros forzados a la conversión cristiana) hasta el siglo XVI y XVII. A este último grupo de árabes de fe cristiana (moriscos) pertenecía Hamid, aunque no pareciera un religioso devoto, sino que lo era según ocasión y conveniencia.
Como la reparación de su motor me iba a demandar más tiempo, decidí dedicar el fin de semana al Morito y así tuve la oportunidad de conocer su historia y por qué era “casi judío” como yo. Según la narración de Hamid, la situación en el interior de Marruecos, era de extrema pobreza, razón por la cual su familia se trasladó a Tetuán y una vez allí estuvieron muy en contacto con la judería del lugar, cuyos hábitos y costumbres no le resultaron extraños ni contradictorios. El Morito era apenas un muchacho, cuando fue contratado por los notables de la judería, cuyo líder, el Rabi Guedalia Ben Halal, lo tratara siempre de buena manera y con cariño.
Su trabajo fundamental consistía en llevar los viernes al horno municipal, las marmitas con las comidas del shabat a las distintas familias de la judería. Las ollas venían con un sello hecho de harina y agua que las hacía herméticas en indicaba que no habían sido violadas las aberturas.
Cuando los judíos regresaban a sus casas el Sábado después de las oraciones, ya llegaba el Morito con una gran bandeja sobre su cabeza y en cada casa entregaba la olla correspondiente con su ORIZA o ADAFINA * lista y caliente para engalanar la mesa del sábado. Muchas veces la gente no tenia medios para comprar la comida y al Morito le entregaban un marmita sellada pero vacía. Era en esas oportunidades en que el muchacho consultaba al Rabi y este junto con los notables se ocupaba que la marmita vacía regrese rebosante de una buena comida caliente para alegrar el shabat de un familia careciente.
Me aclaró Hamid que eso era “Tzedakáh beseter” (justicia en secreto), y que nunca sabía el receptor de quien emanaba la ayuda brindada y por él recibida. A medida que pasaba el tiempo fue mayor la identificación de Hamid y su familia con la judería.
Anunciaba los eventos sociales (casamientos, circuncisiones, etc), acompañaba el paseo de la novia judía portando una luminaria de color y otros menesteres que a mí, criado en un hogar ashkenazi, me resultaban fascinantes y nuevos.
El padre de Hamid era quien tenía el honor de llevar después de Pésaj, la bandeja con levadura al Rabi Ben Halal y junto con ella le llevaba a su amigo judío, pescado, trigo, leche y miel en una invocación de paz, bienestar y felicidad que me pareció muy emotiva y hermosa.
Se estaba dando una situación paradojal. Yo judío le estaba reparando el motor al árabe, quien parloteando sin parar me estaba enseñando judaísmo.
Cada tanto me agregaba frase como “Besiman tov” (es buena señal), o cuando se me zafó una llave y me hice un corte en la mano me dijo : “Kaparáh por esto” (Que sea en reemplazo de males mayores).
Cuando se refería a “sus esposas o novias” decía “las malogradas” que no se si aludía a su condición de infelices o de ilusionadas sin esperanza en formalizar vínculos con el morito.
“Che Ruso, Que no se te caiga el mazal, pero empezó el shabat “me apostrofó mi anfitrión y lo cierto es que yo, entusiasmado con terminar el trabajo, había olvidado el inicio del sábado. Le expliqué (o le pedí disculpas) que no respetaría ese sábado como otros, pues sino no terminaría de armar su ”estanciera”. Me “perdonó” pero decidido a no dejarme olvidar cantó melodiosamente el Leja Dodi y el Igdal con una voz y una entonación como nunca hubiera oído yo antes, menos que menos de labios de un árabe cristiano como era el Morito.
Continuando con su relato, el Morito me narró sobre el surgimiento de nuevos nacionalismos en Marruecos. No habían sufrido la gran guerra de Europa pero peligros nuevos se avecinaban, fue por eso, que numerosas familias de la judería optaron por la emigración hacia nuevos horizontes. Una de ellas fue la del Rabi Ben Halal. El anciano padre se Hamid se entrevistó con su amigo judío que partía y le dijo: “Por el D’s que separó tu ley de mi ley, no hay dogma que nos enemiste ni diferencia en nuestras religiones salvo las que D’s estableció para rendirle culto de manera diferente. Por esa amistad que nos une te pido que lleves a mi hijo contigo.
Sé que no estará desamparado junto a ustedes.” Así fue como el joven Hamid llegó a Argentina acompañando al judío Ben Halal quien fuera su protector y padre sustituto.
Después, los años difíciles en el país y la necesidad de conocer el vasto territorio, hicieron que Hamid soltara sus alas y se dedicara a los menesteres en que estaba cuando yo lo conocí.
Terminado mi trabajo, el Morito se subió a su “estanciera”, le dio arranque y al ponerse en funcionamiento el motor con su ronroneo parejo y sin humear, me comenzó a abrazar y besar al tiempo en que me decía:”que tengas berakáh” “que nunca se te caiga el mazal” y otras expresiones que ya no recuerdo pero que en su momento me provocaron mucha gracia. No me dejó ir ese día. Primero porque “¿qué clase de judío era que viajaría un sábado?” Y segundo, dijo que se ofendería gravemente si yo no me sentaba en su mesa (la de la malograda de turno) para lograr “timimona.”. Ese término me desorientó, así que accedió a aclarármelo en la cena que prepararía. Durante la tarde no salió de la cocina, excepto para hacer alguna compra en el almacén, o bien enviaba a la malograda que lo hiciera por él. Por fin fue el horario de cenar y el Morito me agasajó como a un rey. La timimona era la cena del fin de pascua judía. Supongo que deriva de shimona (ocho días sin levadura), lo cierto es que consiste en una gran comilona de exquisiteces desconocidas por mí. Tuve que probar la almoronia (pollo y varios), las shubaikas (buñuelos dulces), las paleve (bizcochos) y otros manjares cuyos nombres olvidé ya. Todo rociado con rosolis (un aguardiente a base de higos), que Hamid sacó del fondo de la” estanciera” donde lo llevaba celosamente guardado.
Todo lo comí. Nada desdeñé pese a la mezcla de sabores a los que mi estómago y paladar no estaban habituados. Mi anfitrión se encargó de hacer llevadera y alegre la velada a la cual asistía la malograda sin quitar los ojos del hombre a quien ya consideraba definitivamente suyo.
“Ferazmal *, Isaac, Ferazmal” me decía cuando se despidió con su sonrisa de vendedor de dentífrico. Mientras yo me alejaba de Hamid no podía dejar de pensar en lo irónico de la situación: Que un moro me haya enseñado tanto de mis hermanos judíos de quienes yo desconocía todo.
Volví a ver al Morito varias veces ese año. Siempre tenia una” malograda” nueva para presentarme. Luego me enteré que sentó cabeza al casarse con la hija de un rico acopiador de cereales pampeano.
Hoy es un afamado y respetado cerealista. Ocasionalmente lo visito para recordar viejos tiempos. Es para mi un acabado ejemplo de lo que la tolerancia y la sabiduría puede lograr entre los hombres de buena fe.
Siempre recuerdo las palabras dichas por su anciano padre y nunca dejo de emocionarme por ellas.
En cuanto al Morito, lo imagino por las angostas callejas de Tetuán, repartiendo el pan de la Tzedaka (*3) o llevando en su cabeza las marmitas del shabat para la judería.
Hace pocos días, en un lujoso hotel céntrico, oí desde atrás el típico saludo de Hamid “ Ferazmal Isaac, Besiman tov Isaac !! “. Me di vuelta y ahí estaba el Morito. Mas gordo, mas canoso, señal clara que para él también pasaron los años.
No así para la jovencita que lo acompañaba y a quien con una sonrisa pícara me presentó como a “su novia” y yo inevitablemente pensé: Mi buen amigo trajo otra malograda, feliz de él, así que lo abracé deseándole que su D’s le traiga Koiaj (Fuerza, vigor) y me alejé sonriendo.
* ORIZA : Comida a base de arroz / ADAFINA : Preparado a base de garbanzos y huevos duros /
*2 FERAZMAL : Contracción : Fuera el mal. Uso djudezmo. / *3 PAN DE LA TZEDAKÄH: Un encargado retiraba de los hogares hogazas de pan para los desposeídos /
PS: Agradezco a la señora Gutkowsky y sus testimonios de Sefarad, sus descripciones dan forma a algunos de mis relatos.
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