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Ken a buen arvole se arima, buena solombra lo kuviya
De acuerdo con el Talmud (Rosh-Hashaná,cap.I) existen cuatro principios de año:
a) El primero de Nisan, a partir del cual eran contados los años de reinado de los reyes de Israel,
b) El primero de Elul, con el que se iniciaba el cálculo para separar el diezmo de los cereales sembrados y cosechados en el mismo año,
c) El primero de Tishri, era el referente para contar los años sabáticos, los jubileos y los tres años de espera para poder comer, según ordena la Ley, de los frutos plantados tres años antes, como también separar el diezmo de las legumbres plantadas durante el mismo.
d) Y el que hoy nos ocupa, el 15 de Shevat, a partir del cual se comenzaba a separar el diezmo de los frutos cosechados en aquel año.
Es en Tu Bishvat que Dios decide qué árboles serán fructíferos, cuales crecerán y cuales se secarán y morirán. Sabemos que el pueblo hebreo fue originalmente agricultor y su profundo amor a los árboles que estas celebraciones demuestran, que incluyen la prohibición de cortar o dañar aquellos árboles que producen frutos comestibles.(Deut.X.19). También prohíbe el injerto para producir una nueva clase de fruto.
Dentro de todas las leyes que protegen y respetan la vida de cada árbol, existe una antigua costumbre que indica a los padres, plantar un cedro cuando nace un hijo varón y un ciprés en el nacimiento de una niña. Transcurrido los años, durante la boda de estos jóvenes, ramas de esos árboles se utilizan para adornar el palio nupcial. Una particular forma de acompañar el crecimiento de los hijos y de incluirlo en un momento trascendental como es la celebración de sus bodas. Hoy día, en el Estado de Israel, en esta fecha, en todas las escuelas los niños acostumbran plantar árboles, una forma de iniciarlos en el respeto y cuidado de los mismos y fomentar un sentimiento ligado a la tierra.
Y para rememorar esta fiesta, una tradicional costumbre celebrada entre las familias de origen alepino, en aquellos inolvidables días de la infancia, escenas repetidas durante aquellos años, cuando en el patio de casa, a la sombra de la parra, mamá cosía las pequeñas bolsitas, las adornaba con cintas de colores, para llevarlas luego a la casa del abuelo, quien las preparaba repletas de nueces, pistachos, pasas de uva y almendras, y, el día de Yt -yar, que así se denomina en árabe, a medida que llegábamos todos sus nietos, nos recibía con su amplia sonrisa, la alegría de sus canciones, mientras repartía a cada uno sus frutas envasadas en esa codiciada bolsita.
La mesa para festejar tenía las variedades con las que se recuerdan las especies bíblicas. En inmensas fuentes rebalsaban las uvas, algarrobas, almendras, naranjas, dátiles, higos, granadas, manzanas, especialmente incluía una fruta nueva para rezar sobre ella el Shejeianu, la bendición del primer fruto.
El abuelo, con el típico gesto de controlar su cabeza cubierta, iniciaba la bendición, que al finalizar, todos acompañábamos con el sabido amén, y dábamos comienzo al tradicional festejo, rompiendo nueces, abriendo pistachos, con tenazas o zapatos, provocando la algarabía que las inigualables reuniones de esta fiesta nos regalaban.
Así se enseñaba, ese modelo, la celebración en familia y la participación protagónica de los niños, las leyes del judaísmo, donde está inscripto el profundo amor a la naturaleza y la protección de las especies por conservar su original belleza. El árbol es símbolo de la vida y del saber, el hombre es comparado a un árbol del campo, comparte sus cualidades porque está en continuo crecimiento y desarrollo y su finalidad es madurar frutos y que éstos hagan crecer otros “muchos y buenos”.
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