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Las matanzas indiscriminadas de gran cantidad de población por prejuicios raciales, diferencias políticas o por cualquier otra excusa caprichosa y mezquina, maquinarias instaladas para eliminar masivamente a quienes no piensan como ellos, es una acción distintiva de los seres humanos, que viene desde el fondo de la historia. Quizá en el siglo XX, cuando el hombre supuso que alcanzó un status “más civilizado” comenzó a levantar masivamente su voz contra ello, empleando medios internacionales de comunicación, y creando movimientos humanistas en casi todos los países de Occidente, que levantaban sus voces contra la guerra y el genocidio.
Pero sin duda, la matanza nazi de millones de judíos y otras minorías, por lo cuantiosa, brutal y sistemática, fue la más difundida de todas. Los miles de artículos, películas y narraciones sobre el tema, parecieron exorcizar la barbarie y el “nunca más” casi se daba por descontado. Pero no obstante, las matanzas continuaron en cada continente, y el quehacer nazi se reeditó en decenas de sitios. En América Latina, tras cada golpe de estado militar, comenzaba la caza de brujas, desaparición de opositores, las torturas como un quehacer cotidiano.
Nuestro país tuvo la suya, primero fue un gobierno electo que eligió el camino de la dictadura (María Estela Martinez de Perón), con golpes internos y la operación de bandas asesinas que recorrían las calles en autos misteriosos, con el argumento de combatir acciones de una guerrilla de mentalidad infantil y desbocada. Así eliminaron sistemáticamente a delegados obreros no complacientes, dirigentes estudiantiles y empresarios nacionales opositores a su política. Luego vino una larga noche, la oscuridad de una década donde reinó la dictadura militar y económica y desde el poder se raptó, torturó y “desapareció” a miles de personas, muchas de las cuales jamás habían siquiera tocado un arma, ni leído un panfleto político. Durante esa década no hubo ley ni justicia, fue realmente una mancha negra en la historia de la República Argentina.
Era una shoá más (término hebreo adecuado en lugar de holocausto), otra matanza donde la inteligencia se empleó para descuartizar, arrojar al río a las víctimas y torturar a familias enteras. Aunque parece imposible tratar de distinguir niveles dentro de la tortura y la muerte, lamentablemente, testimonios de sobrevivientes declararon que cuando la víctima era un judío, se le propinaban castigos corporales más cruentos, demostrando que tras cada torturador hay un émulo de Menguele o de Borman.
Con el regreso a la democracia, cada comunidad recordó a sus seres “desaparecidos” por la dictadura. Con motivo de cumplirse los treinta años de aquel horrible momento, surgieron recuerdos especiales; y bajo el nombre de “Homenaje a los Desaparecidos de la Comunidad Judía de Córdoba”, el Centro Unión Israelita de Córdoba, editó un libro. En sus páginas (finamente diagramadas) expone historias, imágenes y opiniones sobre aquellos hombres y mujeres, en su mayoría muy jóvenes, que perdieron la vida en manos de la dictadura civil del gobierno de Estela M. de Perón y luego bajo el golpe de estado militar de las distintas facciones que alternativamente dominaron el país.
“Volvió a sus hermanos y les dijo: ¡El joven ha desaparecido! Y yo, ¿a dónde iré?” (Génesis 37,30). Este versículo fue el elegido para encabezar el monumento a los desaparecidos de la comunidad judía de Córdoba. Y la introducción del libro se cierra para dar lugar a los testimonios con esta frase: “Queremos también que este texto llegue a nuestros jóvenes, que en las mismas latitudes tal vez con matices, andan subiéndose a cuestas de nuevos sueños. Pero más que nada lo hacemos por respeto a nosotros mismos, y a nuestros propios sueños que a veces de tan pisoteados, pensamos que no volverán a aparecer. Sí, tenemos casi diría la obligación de seguir soñando, y si podemos, de seguir realizando. Es una mitzvá, un precepto religioso, saber adonde iremos.
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