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Dice Nissim Teubal en su libro “El inmigrante”, recuerdos de su Aleppo natal hasta que emigró en l904:“Estábamos allí como una raza vencida, vegetando y excluidos de casi todas las actividades públicas, pero no vejados en nuestra conciencia (nuestra libertad religiosa era absoluta) ni sometidos tampoco como en otras partes, a saqueos sistemáticos y matanzas periódicas”.
En los templos y en las casas cada familia celebraba a su albedrío las tradiciones y ceremonias religiosas. En este clima se desarrollaba la vida judía en Aleppo, la religión organizaba la vida cotidiana, hacían sus oraciones, celebraban el Shabat en familia, las fiestas del calendario hebreo, bendiciendo el alimento cada vez que lo probaban, saboreando un pocillo de café, fumando un narguile o jugando taule como pasatiempo favorito.
Comerciaban con las caravanas, con los negocios árabes y con los beduinos que cambiaban sus cosechas por tejidos y artesanías, por quesos y frutos, azúcar y café.
Aleppo tenía sus dos mezquitas de gran valor histórico, la de Zacarías y la Kikanab, en cuyas paredes de basalto todavía se leen auténticas inscripciones heteas. Otro de sus monumentos era la gran Sinagoga, del siglo XIII que fue destruida en l947 por fanáticos nacionalistas. Su interior estaba dividido en secciones y por tradición eran conocidos los lugares que ocupaba cada familia. Tenía cinco altares de estilo oriental, con sus altos pupitres para el oficiante. En el mismo predio estaba el cementerio donde fueron enterrados rabinos y personajes religiosos con fama de santidad.
No se conocían cines y teatros, la vida social se limitaba a las reuniones familiares, que en ocasiones llevaban a sus casas cantores y juglares, despertando la admiración de los invitados quienes aprendían de ellos y luego repetían para su propio esparcimiento. Aleppo contaba a finales de 1900 con unos 250.000 habitantes, distribuidos en tres barrios enteramente deslindados y correspondientes a judíos, cristianos y mahometanos y en el orden mencionado correspondían quince mil, treinta y cinco mil y ciento cincuenta mil, como población total y cada uno dentro de su perímetro sin mezclarse. Como judíos tenían derechos civiles que la ley les reconocía pero en la realidad era muy diferente, si eran agredidos no tenían quien los defendiera o protegiera, imposible acusar a nadie. Aún en el círculo comunitario judío si uno de sus integrantes transgredía el Shabat, era considerado réprobo y ni sus familiares se relacionaban con él.
En el ámbito laboral y político no existían luchas sociales, los efendis (amos) hacían de sus asalariados lo que mejor les parecía, en un régimen de rigurosa servidumbre. El asalariado era esclavo desde la cuna hasta la muerte, no existían ideas de organización, ni mítines ni reuniones de carácter político o gremial. Los campesinos eran nómades y no les interesaba lo que sucedía en la ciudad. Recorrían libremente los campos con sus majadas, las apacentaban donde hallaban mejores pastos y las vastas extensiones se les ofrecían como si fueran los primeros días de la creación, sin dueños a quienes les perteneciera. Para el beduino la tierra era como el aire y la luz, todos tienen derecho a gozarla sin pago alguno. El fin de las guerras napoleónicas y la influencia europea se difundieron a fines del siglo XIX.
Con la construcción de ferrocarriles, el advenimiento de los buques a vapor y las nuevas técnicas de industrialización, el mundo estaba abierto a productos más baratos provenientes de Inglaterra, Francia y los Países Bajos. Los hombres y las noticias también podían desplazarse más rápidamente, antes había sido lento, caro y peligroso.
Durante la primera mitad del siglo XIX Francia e Inglaterra se desenvolvían en el interior del mundo otomano con fuerte ingerencia en los gobiernos y funcionarios para promover sus intereses comerciales y políticos. También extendían su ayuda y protección a comunidades con las cuales sus gobiernos mantenían una relación especial, como los católicos, armenios, judíos, griegos, con activa participación de las relaciones entre el sultán y las minorías.
La comunidad judía de Aleppo estaba regida internamente por el rabinato. Era la autoridad religiosa, a través de un tribunal de justicia autónomo la que resolvía casi todas las situaciones comunitarias. La figura del Jajam Bashi, era el cargo político que representaba a la comunidad ante las autoridades civiles. El tribunal estaba formado por sabios rabinos de riguroso conocimien-
to de la Torá. Escuchadas las partes en conflicto, la sentencia que dictaban era irrevocable. Avalados por autoridades musulmanas su resolución tenía carácter oficial.
El uso de talismanes y amuletos era común entre la población que desarrolló un pensamiento mágico, rico en creencias y supersticiones.
Grandes centros religiosos del Oriente Medio contaban con similares tribunales de justicia, el intercambio de consultas entre ellos por sentencias efectuadas, tenían valor de documento, se denominan responsa y son conservadas hasta hoy. Aleppo se caracterizó y destacó a nivel mundial, por su intensa vida religiosa y como gran centro rabínico.
A principios del siglo XX el conocimiento que los judíos de Aleppo tenían de Egipto y de ciudades de América se convirtieron en un atractivo lugar de migración, y los que se aventuraron atravesar los desconocidos mares hacia l890, fueron pioneros que con sus noticias de libertad y prosperidad invitaban a parientes y amigos que llegaran a las nuevas tierras.
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