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Clara Saúl se quedó un momento contemplando los frascos de vidrio y cajas de cartón que llenaban el local de artículos dietéticos. Latas de conserva y de productos importados, bolsas de arpillera repletas de avellanas, de cascarilla de cacao, de arvejas, porotos, maníes y de toda clase de cereales y hortalizas disecadas.
Ya sólo faltaban dos números para que la atendieran. Miró las paredes atiborradas de propagandas de suplementos alimentarios, de paquetes de pastillas y gotas para el adelgazamiento, el stress y diversas dolencias, escritas en múltiples idiomas. También vitrinas y alacenas con comidas y bebidas llenaban el negocio y escuchaba el parloteo de las clientes del barrio de Villa Crespo.
Apretó el billete de cien pesos que le había dado su hija y recordó sus palabras:
- Este año, vas a comprar las frutas secas que necesités pero molidas o picadas, así trabajás menos y no te olvides de la canela y el azúcar impalpable, vamos a hacerlo todo más sencillo así no jadras tanto -. Después la dejó por un llamado en espera para seguir hablando a los pocos minutos. - Y no te olvides de la miel, no te vas a poner a hacer almíbar, y después llamás un remís y venís a casa, los decoradores terminaron hace una semana y vas a ver cómo cambió todo, parece otro departamento.
La mente de Clara, volvió a la pregunta de la vendedora:
¿Qué voy a llevar?. Almendras y nueces molidas y piñones, canela en rama, y...
Entonces su vista se detuvo en las bolsas, de las que sobresalían los frutos enteros.
- Mire, señorita, téngame paciencia, déjeme pensar, necesito que me tome con las buenas.
- Como no, si quiere espere unos minutos, mientras atiendo a otra persona.
El ruido de la rotura de cáscaras, el murmullo de ingredientes desmenuzándose, el olor que subía al ser pisada la fruta llegaron a su cerebro y se decidió en un instante.
- No, gracias, ya está, déme dos kilos de esas nueces y uno de almendras enteras y también lo que anoté en este papelito, y por favor déjeme llamar a un remís, porque no me dan las piernas, ni puedo cargar bultos.
El auto tomó por la calle Coronel Díaz, hacia Las Heras. Era una mañana nublada y las hojas de los árboles empezaban a caer en Buenos Aires. Ya era mediados de marzo y se veían niños con uniformes escolares que salían de una escuela alemana. De pronto, una lluvia ligera interrumpió los pensamientos de Clara, que se sentía como después de una travesura.
Llegaron al edificio y el cuidador de la cochera la ayudó a subir los paquetes.
Su nieta le abrió la puerta de servicio.
- Hola, abuela, estoy estudiando con una amiga; mamá llega al mediodía, dijo que dejes las cosas en la cocina, por eso te abrí por acá.
Clara se sentó un momento y después de tomar el té que le ofrecieron, se dispuso a desenvolver su compra. Sentía las ásperas y nudosas cáscaras, cerraba las manos sobre los frutos y los apretaba con placer.
Por fin, fue a traer el gran mortero de bronce, que estaba en el living, junto a las fotografías de la familia. Atravesó el pasillo, cruzó el recibidor y se detuvo ante los cambios en la decoración.
De color gris plateado, el mobiliario era totalmente diferente al anterior, una mesa laqueada, rodeada de ocho sillas de color crema, de un modelo sencillo, un gran sillón de cuero blanco que ocupaba gran parte de la habitación, una mesa ratona de grueso vidrio, sobre la que descansaba una estatuilla estilizada, casi sin forma, y una mesita adosada a la pared clara, de superficie lisa, sin ningún adorno, parecía arrancar un cuadro sin marco que reproducía una manchas que graduaban sus colores, haciéndose más oscuras en los bordes.
- Noelia - gritó a su nieta - ¿Cuándo van a terminar de poner lo que falta, y las cortinas; y decime dónde dejaron el mortero, que lo necesito para machacar lo que traje?
- No saben bien si van a poner cortinas, el piso es muy alto y fijate si lo que me pediste está en la parte chica del living, donde hace una ele, sino atrás de la cocina, en el cuartito, ahí guardaron varios objetos.
Clara recorrió el departamento. Sólo encontró un florero, una frutera y unos cuadritos a medio envolver en un rincón. Regresó a la cocina y se puso a observar los artefactos metálicos, el Inmenso horno y las pulidas alacenas que tapizaban las paredes, la mesa redonda de hierro pintada de blanco, todo daba una sensación de vacío, de estar ordenado, bajo control cada utensilio, y fue como si la viera por primera vez.
Sintió el impulso de sentarse, pero sin embargo fue abriendo las bolsas y fue depositando una a una las nueces y almendras enteras sobre la gran superficie metálica de la mesa. Alrededor, puso los higos de Esmirna y las pasas de uva.
- No es más hermoso que el cuadro que compraron? -pensó.
- ¿A qué estás jugando, mamá?
Susana la besó y ella enseguida le preguntó por el mortero, debía pisar todo eso para poder hacer los travados y el mazapán.
- Mamá, te repetí que compres las cosas molidas, para que no trabajes.
- ¿Y dónde está el mortero? El que te regalé, el que trajo mi madre de Turquía, pesado, de bronce, o trajo embruyado para que no se lo vean, no lo estoy taseando, traémelo, hace setenta años que cocino con él, no salen las comidas con el mismo gusto.
Susana no contestaba.
- Ya sé, en hora negra, ladrones, ladrones y lo habrán vendido por una pita de jalbá
Su hija se sentó y la tomó de las manos.
- No te asustes, está guardado, bien guardado.
- Y para qué…por qué?
- Mirá, no se como explicarte, cambiamos el estilo y habían cosas que no iban, pero entendé, ahora se usa todo más despojado, funcional, hay que renovarse, y la luz, creo que no voy a poner cortinas.
- ¿Y qué es funcional? - Es que sirve para algo específico, tiene una utilidad inmediata, una función -se apresuró su hija.
- ¿Y de que no la tiene el pobre? ¿Te enfaciaste?, yo quiero que me lo devuelvas.
- Mamá, no ves que casi no se ven objetos, es el minimalismo, disfrutar el espacio, el vacío.
- Yo quiero lo que te regalé y los dulces hacelos vos con el libro de cocina sefaradí que te
Compraste. Y no voy a entender para que tienes cosas alabadas si la gente no las puede ver, que va a mirar el ojo del benadam si no es lo bueno, amán amán!!!, cachivache, lo tomaste como mira dámelo, y no me enojo porque ya tenemos Pesaj detrás de la puerta.
- No puedo hacer los travados, mamá…llevamos la biblioteca al country, no va con el estilo…
- Monolista- terminó Clara. Y ahora quitalo de donde lo encantonaste..
Pasó una hora, las tres mujeres se turnaban, una rompía las cáscaras, otra machacaba, otra revolvía el almíbar; el sol se ocultaba y los rayos daban sobre el bruñido bronce del mortero, sacándole chispas.
- Mira. Que pesado, que hermoso, cómo se va a esconder esta maravilla bajo siete cadenados, ¡aman aman!, funcional, quitaron moda nueva, ya lo decía mi padre: el viejo quiere vivir, para más ver y oir.
ENFACIARSE: cansarse / BENADAN: persona, hombre / JADRAS: aspaviento, palabra homónima, en este caso por trabajar sin objeto claro / Aman aman: interjección turca equivalenete a ¡Dios mío! / EMBRUYADO : envuelto, arropado. / PESAJ: pascua judía / TASEANDO: viendo, observando / PITA DE JALBA: bagatela, de poco valor / EN HORA NEGRA:.expresión típica lamentativa / ENCANTONAR (de cantón), arcaísmo de rincón, guardar en lugar insólito, para nosotros.
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