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Los pobres siempre son mayoría, los djidiós de Izmir no fueron la excepción. La cantidad de barriadas de miseria extrema que conocimos a través del relato de nuestros padres así lo demuestra:
L´azareto (el azarerto), El jan de las cabras (el corral de las cabras), El pasheico (barrio de los servidores del Pashá), La shapaná, El comerchico (del poco comer), Bodicó jorió (barrio de las ratas).
En época de guerra esa pobreza implicaba hambre. Fue justamente en esas circunstancias que los “muestros” partieron para Buenos Aires.
Aquí encontraron trabajos que no requerían toda la jornada, con una ganancia que a ellos les parecía enorme porque podían satisfacer sus necesidades básicas.
Pero los mancebos querían diversión y apareció el café del “ieritlí Itzjaqui” en la calle 25 de mayo entre Tucumán y Viamonte.
Allí, con la música que aportaban Pelegri y Mushico “el arabiano” (de aspecto de árabe), Farji entre otros y con la enigmática presencia de “Madama” Sadrinas, una mujer muy seria que observaba todo con su pocillo de café y permanecía imperturbable ante los desbordes del resto de la concurrencia, los “muchachos” tomaban y se divertían hasta casi la madrugada.
Luego, contrataban un mateo que llevaba a cada uno a su casa y en el que a veces, los “utes” de los músicos seguían sonando al compás de los cascos del caballo sobre el empedrado.
Al tiempo, el café pasó a manos de Liá Buchuk y siguió la farra, allí y en el “Izmir” de Villa Crespo.
El hijo del “ieritlí”, Elías Itzjaqui, se instaló en la calle Vera al 900 donde destilaba “raquí” (anís seco) del bueno y molía a la turca un exquisito café que entregaba a domicilio.
Cuando la juventud necesitaba emociones más fuertes, cruzaba el charco. Ya instalados en Montevideo se dirigían al café de Batino en la calle Colón donde se encontraban con sus paisanos que vivían en esta ciudad y hacían planes para la noche.
Dormían en la casa de un djidió cuyo nombre omitiremos y al que apodaban “Chintián” (bombacha en turco) ya que siempre quería estar pegado a las mujeres. Este hombre tenía una gran habitación donde tiraba unos colchones. Además les preparaba unos riquísimos bohios, burrecas y un sustancioso yogurt. El pago era a voluntad, se le daba lo que se podía, nadie quitaba oyos (abusaba) y todos felices.
Chintián conocía varios “quecos” (prostíbulos de Montevideo) y a muchas de sus pupilas. Él acompañaba a los musafires (visitantes) consiguiéndoles lo mejor por lo que podían pagar. A menudo hacía la vista gorda cuando un djidió le introducía alguna “nekevá” (mujer) subrepticiamente en su casa. Algunos dicen que a veces participaba de las farras, pero no hay testimonios suficientes.
Al regreso, los comentarios sobre hazañas y gameedades (tonterías) duraban semanas. Cuando se agotaban, planeaban otro viaje a Montevideo.
A “Chintián” le surgió una competencia, cuando Marcos Córdova abrió un recreo en Punta Chica, a orillas del Río de la Plata. A veces se organizaban grandes picnics, que partían en bañaderas (antiguos micros) desde el café Izmir con grandes provisiones de garrafas de raquí. El efecto de este, producía algunos desbordes y uno que otro escándalo.
Otras veces, un reducido grupo de muchachos se instalaba por un fin de semana usando el vestuario para otros fines que el establecido. Aprovechaban la proximidad de San Fernando y Carupá (localidades donde funcionaban burdeles clandestinos) y otros llevaban las “señoritas” desde Buenos Aires. Se recuerda a una Ginette que presumía de francesa y que resultó ser judía de Estambul.
Muchos años después, ya en la década del 60, algunos de aquellos mozos jóvenes ya papús (abuelos) aun paraban en el Izmir que ya no era lo que había sido. De allí se dirigían a un café de las proximidades de Nazca y Rivadavia donde los esperaba una señora cuarentona entrada en carnes que salía con uno de ellos, mientras el otro tomaba un café. Al rato volvía y se iba con el que esperaba.
Cuando regresaban se decían: - Na, di q´estamos en Montevideo. Varios testimonios confirman que esta apetecible cuarentona, decía a quien quisiera escucharla que prefería clientes djidiós porque “eran muy limpitos”.
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