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En relación a la mujer embarazada es común que la madre sefardí le indique a su hija que mantenga su embarazo en secreto, que no lo anuncie hasta que haya cumplido los tres primeros meses de gestación.
Debemos tener en cuenta que muchas mujeres veían frustrado su embarazo en este primer periodo al exponerse a accidentes en tareas domésticas u otras causas que les produjeran la pérdida espontánea del embarazo.
Pero esta observación provocó un temor aceptable que luego se tradujo en superstición. Motivo por el cual se evitaba el comentario transformando algo posible en temeroso e imponiendo silencio como una forma de protección para evitar la pérdida.
Cuando cumplían su sexto mes de embarazo, celebraban la fashadura, ceremonia a la que son invitadas las mujeres de la familia, amigas y vecinas para preparar el ajuar del bebé.
En esta ceremonia también se cumplen algunos requisitos con el propósito de brindar seguridad y buena vida para el hijo por nacer.
El primer corte de la batita es de medida más larga de lo común, está a cargo de una mujer con hijos sanos y con padres vivos, que representa larga vida para el bebé y en compañía de sus padres. Se desparraman sobre las prendas recién cortadas caramelos y confites acompañados de cantos y bendiciones, acto que convierte a la ceremonia en una reunión alegre y colorida.
Cuando el embarazo llega a buen término y el bebé ha nacido, se estila enviar a la parida una bandeja con mogados y mostachudos, con ramito de ruda envuelta en papel dorado y una manito de oro para el recién nacido, como símbolo de protección que se interpone entre el mal amenazante y la persona defendida.
La ruda se guarda bajo el colchón del bebé, junto a un libro de salmos y un cuchillo.
La ruda es una planta que se usa para alejar los males de la casa y para proteger a sus dueños de los efectos de la envidia.
En algunas circunstancias se utiliza en infusiones para aliviar diversos síntomas.
Vamos a hablar un poco del mal de ojo en el que creían casi todos los pueblos de Oriente y al que los romanos llamaban oculus fascinus o como los pobladores del sur de Italia que aún llaman Jettatura. Esta creencia todavía cumple un papel preponderante en la vida de la comunidad sefardí.
Las personas más fácilmente atacadas por el mal de ojo, según se cree, son las mujeres embarazadas, los enfermos, los recién casados, la parturienta y los recién nacidos.
Muchas veces cuando se elogia a alguien, sobre todo a un niño, se añade inmediatamente Aynaráh, deformación de la palabra hebrea ayin-ha-re, aynaráh que no le apodere, que no tenga efecto sobre él, mientras se hecha con la lengua unas gotitas de saliva.
También para preservar a un niño de los maleficios del a aynaráh, la mamá o la abuela abrocha a su ropa interior una bolsita con dos pedacitos de ajo, clavo de olor, granos de sal, piedritas de alumbre y polvo de carbón entre otras cosas.
Si por desgracia el mal de ojo cae sobre alguien que ha enfermado o ve menguada la prosperidad de sus negocios, se llama a la mujer especializada quien conoce el Prekante contra el ayinaráh, una fórmula compuesta de 37 versos y los recita acompañada del humo de unas hierbas quemadas y pasando la mano sobre el que ha sido víctima para conjurarlo.
En oportunidades, para esta misma situación, se convoca a un rabino quien lee algunos versículos bíblicos o determinado Salmo que habla de la protección divina y lo libera acompañado de algunos gestos sobre el damnificado.
También se usa un g-rez para curar al enfermo víctima del aynaráh y consiste en una cinta de pergamino manuscrita que contiene una fórmula cabalística.
Existe también una cantidad de talismanes para prevenir el mal de ojo, muchas veces algo visibles y otras no tanto.
Para preservar a la parturienta y al recién nacido se prende del borde de su cama o en el tul mosquitero un ramito de albahaca y una cáscara de ajo. También al coral se atribuye las mismas virtudes a favor de los niños.
Además de estas creencias y supersticiones hay innumerables hechos que se consideran mala suerte.
Si una persona silba, se considera como anuncio de malos augurios.
Se conjura con una frase, su boca está llena de leche y miel y nuestra casa llena de felicidad.
Tampoco se pueden dejar:
Los zapatos dados vuelta del revés.
Una cama sin almohada.
No se puede:
Arrancar un árbol frutal.
Ceder una brasa de su brasero sin dejar una para su fuego.
Destruir un horno.
Es de mala suerte
Que se rompa un espejo.
Que se agiten llaves o tijeras.
Cortarse las uñas el día jueves.
También hay fórmulas para el mal de amores, si una mujer es engañada por su esposo, si la hiyika no consigue novio o el que tiene no les gusta.
También hay palabras que se evitan para no atraerlas como si por sólo nombrar una enfermedad o el fin de la vida fueran eficaces para provocar el mal.
Estas palabras se reemplazan por otras, en el caso de ir al cementerio se dice vamos afuera. Y en una conversación se utiliza una expresión para cortar, entre el nombre del fallecido y la que se menciona enseguida; se dice pescado y agua de mar.
Creo que estos comentarios que por hoy termino, son de un trabajo que recién comienza ya que son innumerables las creencias y supersticiones que se practicaron y aún se practican y que ejercieron su influencia sobre varias generaciones.
Son de un florido ritual como casi todas las tradiciones de la comunidad sefardí que ayudaron a mantenerse, a vivir y sobrevivir en familia, sosteniendo valores y vínculos, comunicados en la misma lengua en la que trasmitieron su modo de vida, parte de este legado que hoy intento presentar en este tema que elegí: creencias y supersticiones.
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