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Las costumbres y las tradiciones cumplen una función importante en la vida del pueblo judío. Y cuando se trata de trasmitir tradiciones, la mujer sefardí es su principal protagonista. Es ella quien despliega una actitud protectora, con recursos misteriosos e interesantes, para mantener la salud y el bienestar de los miembros de su familia. Esta particularidad se manifiesta a veces en palabras, que usa mientras arma amuletos, prepara fórmulas o dice refranes a cada momento en la vida cotidiana.
Son dichos con deseos que atraigan lo bueno, algunos de los cuales se apoyan en textos sagrados. El uso de símbolos y talismanes se agrega a estas expresiones orales.
Una tradición que define al mal siempre provee un talismán para su protección.
Como decían las abuelas, la madre sefardí embezaba a las hijas las konseyas, los konseyos, las kantigas ,komidas y kuras para ser novia cumplida.
También es quien enseña todas las tradiciones para celebrar las fiestas religiosas.
Algunas mujeres tienen la sabiduría y el poder de curar, ese es el lugar que ocupan generalmente algunas abuelas, un legado importantísimo para dar, desde la cuna hasta la jupá.
Este legado como herencia cultural en la memoria de los judeo-españoles se ha ido acumulando con los siglos, configurando hoy lo que llamamos tradición oral y es de una filosofía tan sencilla, que se refleja como un modo de vida.
Hay un repertorio de carácter críptico que el conocedor no divulga, son fórmulas conservadas, trasmitidas de generación en generación y que mantiene en secreto el mensaje así como su potencia sanadora y protectora.
La trasmisión de tales prácticas se hace según el criterio personal del que posee el conocimiento. Elige entre los familiares de su mismo sexo el que considera que será poseedor de tal herencia, con la garantía de discreción, seriedad y que además tiene aptitudes para el ejercicio de tales prácticas. Algunas de esas prácticas responden a los preceptos de la alhajá, es decir que fue dado como norma, por ejemplo: la Mezuzá.
Un gesto característico, toco y beso la Mezuzá, ese pequeño estuche que contiene un pergamino manuscrito con el Shemá Israel, (escucha Israel) como elemento de adhesión a la fe mosaica y que se coloca en el marco de la puerta de entrada de la casa. Los sefardíes no salen de su casa sin besar la Mezuzá.
Un refrán que nos remite a este tema es: Beza la Mezuzá y métete a caminar.
Es posible que una vez alejado de su casa, si olvidó algo, más vale no regrese, porque ahora sí comienzan las creencias. Es de mal augurio empezar la jornada entrando y saliendo dos veces a la casa. Si eso ocurriera, en la segunda salida, lo debe hacer con el pie derecho.
Dentro del grupo de creencias también se tiene en cuenta la elección de los días para realizar cambios o iniciar nuevas actividades: los días martes no son considerados propicios, de manera que: Lo que tienes que hacer en martes, hazlo un día antes.
En martes ni tu casa mudes, ni tu hiya cazes, ni tu ropa tajes.
El nombre de martes proviene de la época del imperio romano donde evocaban a Marte como dios de la guerra y esto no es de buen augurio.
En cambio el lunes y el jueves en que se lee la oración matinal, el libro de la Torá, son particularmente propicios.
Una creencia muy extendida de las juderías de Oriente es que no debe iniciarse una empresa durante la segunda mitad del mes lunar, cuando la luna está en menguante, pero sí en la primera mitad cuando la luna está en creciente, esto es favorable.
Y ya que estamos con la luna, hablemos también de las estrellas.
Muchos de nosotros cuando niños, mirábamos el cielo algunas noches, señalando maravillados las estrellas con los dedos y escuchábamos sorprendidos de nuestros mayores la amenaza y prohibición de no volver a hacerlo porque nos crecerían verrugas o nos quedaríamos ciegos.
Gestos tan sencillos y que eran como un juego, se prohibían porque eran continuación
de los miedos en la época de la Inquisición, cuando los conversos eran identificados por judaizar .
La costumbre consistía en mirar el cielo al atardecer del día viernes para saber si había salido ya la primera estrella, señalándola y confirmar de esta forma la iniciación del día sagrado, el shabat y lo mismo al día siguiente para confirmar el momento de su finalización.
Este mirar al cielo y señalar a la primera estrella, costó la vida de muchos judíos que fueron identificados como tales por ese tan acostumbrado gesto.
La expulsión de los judíos de España en 1492 convirtió a los sefardíes otra vez en pueblo diaspórico que pasó, de tener un hogar seguro, del que se llevaron simbólicamente las llaves de sus casas y del que también quedaron en las jambas de sus puertas las marcas imborrables de aquellas mezuzot.
Se podría pensar que cuando tuvieron la opción de instalar un nuevo hogar reforzaron algunos rituales y creencias que les permitiera sentirse más protegidos
Así antes de mudarse a una nueva casa se suele enviar pan, sal, aceite, un espejo y un libro de oraciones.
También cuando la compran, es costumbre sacrificar un gallo o un cordero.
Recuerdo con precisión y entusiasmo, cuando de niña participé en la celebración familiar por la compra de un terreno, donde la familia construiría una nueva casa.
En el terreno hicieron un pozo para colocar la piedra fundamental y todos los presentes, grandes y chicos, arrojábamos contentos moneditas como símbolo y augurio para que tuvieran buena vida y con abundancia
Por supuesto, luego disfrutamos del cordero asado que el shojet, previamente, había revisado con minuciosidad para verificar que el animal fuera sano y luego sacrificado según el rito kosher.
También se invita a algunos rabinos a la inauguración para que la bendigan con la lectura de algunos salmos y participando de una abundante comida.
Se realizan prácticas de creencias más populares, como colgar una herradura, fijar dos cuernos de buey y se plantan unas matas de ruda macho.
Hay otras situaciones que invitan a una costumbre como llevar aceite al templo, que debe ser tan antigua como que hace ya bastantes años que se usan las velas y anteriormente se encendían los dehuies, consistente en un recipiente de agua y aceite sobre el que flotaba un pequeño disco de corcho perforado en el que se introducía un pabilo de cáñamo o se afinaba entre los dedos un pedacito de algodón, que una vez encendido servía como ritual de protección y pedido, acto que cumplíamos preocupados, pero con esperanza que todo salga bien ante la inminencia de un parto, por una operación o para la mejoría de un familiar enfermo.
También se cumple este ritual la víspera de Iom Kipur, vela encendida que ha de alumbrar durante todo el día santo hasta la caída de la noche, para expiar culpas y para que todo lo que venga sea bueno.
Durante la celebración de Pésaj, algunos sabemos aquello de guardar un pedacito de matzá del aficoman para tenerlo como amuleto protector simbólico para un posible viajero.
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