Sefaraires


SEFARAires
Aires de Sefarad en Buenos Aires
TESTIMONIOS SEFARADÍES
Testimonio de una larga travesía familiar, Después de España, el exilio

Por Esther Tobi (*)
Originarios de España, los sefaradíes expulsados, se establecieron en cuantas ciudades fueron recibidos, para continuar con sus vidas y sus tradiciones; la fe fue la fuerza de su sostén, de la que nunca pudieron abjurar, a pesar de todas las iniquidades por las que tuvieron que atravesar.
Sus generaciones se fueron sucediendo, recorriendo países y ciudades; mis antepasados llegaron a Asia Central siguiendo la ruta de la seda, la que es hoy la República de Uzbekistán que conjuntamente con Afganistán, Beluchustán, Kiuguistán, Takzikistán, Kazakistán, circundan Persia (Irán), tomando su idioma con algunas variantes que hacen a la unidad de sus culturas y aspiraciones. Estos países formaron después de la revolución Bolchevique de 1917, parte de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Mis abuelos paternos, los Benayahu Jajamoff, se establecieron alternativamente en las ciudades de Samarkanda, Kokand, Bokara, Tashkent, la orgullosa capital donde nacieron mi padre Moshé y sus hermanos, con los bíblicos nombres Aarón, Salomón y Jacob, que siguieron establecidos, como sus antepasados,
Y fundaron sus comercios e industrias cuyo desenvolvimiento fue paralelo al de la comunidad musulmana en buena relación con la judía, intercambiando cultura, intereses comerciales y excelente vecindad, beneficiosos para ambos grupos sociales.
En la bonanza, entre material y espiritual, se hacía necesario profundizar la cultura judía para los jóvenes que iban desarrollándose bajo la tutelar protección familiar.
Fue necesario buscar en la cuna del judaísmo, Jesusalem, a los profesionales en el arte de instruir en la fe, a los hijos de las familias tradicionalistas de los judíos uzbecos.
Abraham Alzaphan y su esposa Rosa eran mis abuelos paternos, el primero, oriundo de la ciudad de Salónica, Grecia y su esposa, descendiente de la sociedad judía de Bulgaria. El joven maestro, Jajam Abraham Alzaphan, tal como se lo conocía, con su joven esposa Rosa, se establecieron en Jerusalem para ejercer su actividad docente. Allí nació su primogénita jerosolimitana Rajel, mi madre. Los judíos de Bokara, Benayahn Jajamoff y familia, encontraron en Abraham Alzaphan al maestro que buscaban para las familias que los esperaban en Uzbekistán. La hija del maestro, mi madre Rajel, rubia de ojos azules, nacida en Jerusalem en 1899, fue prometida al primogénito de los Benajahn, Moshé, mi padre, unión que se cristalizó a los 15 y 17 años de edad de los miembros de la pareja. No tuvieron hijos sobrevivientes hasta que huyeron de Bokara, a causa de la revolución bolchevique en el año 1917, que derrocó al Zar Nicolás, estableciéndose en Jerusalem: mi padre, madre y mis abuelos paternos salvando sus vidas, que peligraban por constituir la excelente capa social y económicamente alta que ocupaban.
En Jerusalem, compraron las propiedades que su economía, consistente en joyas y otros efectos transportables, les permitió. La casa que tuve ocasión de conocer y visitar en mis viajes hasta la fecha, está destinada al albergue de los miembros ancianos de la comunidad Bujarahí. El nombre del barrio es Shjunat Abujarim, con que se lo identifica.
Allí había nacido la que suscribe, Esther a los 10 años de arribar sus padres, después de la revolución rusa.
De allí partió mi padre, hacia Montevideo, en una misión para la venta de terrenos en Jerusalem, cuyos planos, muy bien conservados obran en mi poder.
En Jerusalém, mis recuerdos son los de mi primigenia infancia. La imagen del ancestral y reverenciado muro de bloques de piedras superpuestas, pertenecientes al templo que construyó el rey Salomón, nuestro sagrado Cótel, no se pudo borrar de mi mente. El sol dorado reflejado en su estructura, aún brilla en mis ojos. Es que en mis primeros momentos de vida, mi bisabuela Malcá, me paseaba como ofrenda, agradeciendo a Dios el milagro de mi supervivencia. ¡Mi madre había perdido tantos hijos! ¿Conservaría yo la vida?
Sus plegarias en sus labios y en mis oídos están marcados a fuego. El vía crucis de Jesús bajando por las escalas hacia su feroz crucifixión y sus millones de veces recordado paso por el gólgota por los peregrinos, debió dejar en mí, las huellas de la fatalidad histórica que aún hoy sacuden mi fe.
Conservo en mí el recuerdo de sus chales negros que cubrían a mi bisabuela Malcá de pies a cabeza como atómica promesa y el tañido de su voz en sus ruegos y gratitudes por el milagro concedido: su bisnieta Esther viva.
Conservo también la imagen de su afición por el rapé que inhalaba, cuyas volutas de humo me fascinaban al esfumarse.
Por ello no puedo concebir que se niegue que una criatura pueda conservar en su mente mucho de los recuerdos de su primerísima infancia.
De mi viaje por los océanos y los físicos malestares recuerdo el barco en el que mi madre y yo nos dirigíamos a América, previo trasbordo en el puerto de Trieste, donde mamá había sufrido un accidente en una de sus extremidades, recuerdo que siempre mantuvo entre sus memorias hasta su muerte en Buenos Aires a los 81 años.
El primer puerto al que arribamos en América fue Montevideo, pasaríamos allí 2 años, ciudad en la que nació mi primer hermano cuya amistad y afecto conservamos siempre intacto. Sus hijos Ariel y Beny me han hecho la tía feliz de dos sobrinos que amo, una prolongación de mis dos adoradas hijas Silvia y Viviana.
Llegar a Buenos Aires, toda una aventura para mis padres y parientes, fue la tierra dorada de paz y sosiego que nos dio cobijo.
Donde el nuevo idioma fue la primera y más importante meta que mis padres se habían fijado y que gracias al tesón y la suerte, podemos lograr. Mamá ya tenía el djudesmo entre su magra fortuna, idioma que los sefaradíes conservaron desde su expulsión de España.

(*) La autora es cultora de la temática sefaradí y ha enviado el presente testimonio, escrito especialmente para Sefaraires

 

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