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A comienzos del 1900, llegó al puerto de Buenos Aires un barco trayendo inmigrantes adultos, jóvenes y menores, provenientes de Italia, España, Francia y también Esmirna, dispuestos a hacer fortuna. Estos, se podría decir, eran los primeros djidiós que llegaban al Río de la Plata.
Entre los recién arribados, se encontraba un joven de 14 años, alto, moreno, bien parecido y bastante inteligente, pues provenía de una familia que ahora llamaríamos de clase media alta. Se llamaba Alejandro Gerardino, su apellido era italiano y sus raíces eran de judío sefardita.
En Buenos Aires no tenía parientes ni amigos y una familia de emigrantes italianos lo cobijó en su casa, lo ayudaron a seguir estudiando y como se mostraba inteligente y con ganas de progresar, lo hicieron ingresar a la escuela de oficiales de la Policía Federal, al graduarse, comenzó a trabajar en la comisaría 27 del barrio de Villa Crespo. Aunque había sido criado en un ambiente no judío, se mantenía fiel a su culto sin hacerlo destacar. Por eso, desde la seccional de policía, emplazada justamente en un barrio con gran población sefaradí, se relacionó con la Comunidad de la calle Camargo, protegiéndolos y hasta colaborando a reunir fondos para la construcción de la primera sinagoga.
La Comunidad sefaradí por su parte, le tenía aprecio y un gran reconocimiento por haber llegado a oficial de policía, cargo destacado sobretodo por su origen inmigrante. Cuando se presentaba en alguna calle del barrio, montado en su caballo, haciendo el recorrido habitual, La gente lo escuchaba; el golpe de los cascos sobre el empedrado, era como un aviso para que las djudías lo espiaran por la celosía de la primera habitación del conventillo: “ven Bojora, ke está pasando el kumisario djidió, y todas admiraban su figura alta y erguida.
Pero durante las décadas del treinta y cuarenta, cuando en el país había discriminación comenzaron a vigilarlo al observar que entraba y salía seguido de la sinagoga de la calle Camargo, así descubrieron su origen, un oficial de origen judío producía desconfianza y no era admisible dentro de la fuerza de policía. Por eso, faltándole poco tiempo para retirarse con casi 24 años de actividad en la policía, montaron una historia de supuestos sobornos en el estacionamiento del hipódromo de Palermo durante las carreras de caballos. La simple acusación sirvió para separarlo de su cargo y privarlo del goce de los beneficios que por el mismo le correspondía, luego buscaron la forma de enviarlo un tiempo a la cárcel de Devoto.
Estaba casado con Rosa Benveniste, una de las tres hijas de un renombrado rabino jerosolimitano y vivían en una hermosa casa de la calle Padilla del barrio de Villa Crespo. Su nueva situación lo obligó a venderla y enviar como medida precautoria a su mujer y a sus cuatro hijas a Montevideo a salvaguarda de mayores represalias. Al salir de la cárcel, hizo retornar a su familia y fue a vivir a una pequeña vivienda de la calle Loyola, donde se reencontró además, con los parientes que fue trayendo a su costo, desde Esmirna de donde eran originarios.
Buscó un puesto municipal donde trabajar y luego se alejó de Villa Crespo el barrio de los sefaradíes, donde vivió sus mejores y también sus más dolorosos años para afincarse en el barrio de Flores, donde después de varios años murió en el olvido a los 74 años.
(*) La autora, es una lectora de Sefaraires, que ante la convocatoria de nuestros editoriales, consultó a los descendientes de Gerardino, personaje destacado en la comunidad sefaradí de Villa Crespo, decidió escribirlo y enviarnos el material en forma de artículo.
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