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Aún tengo un tío en Izmir, dice la entrevistada, suelo ir a menudo allí y preguntarle por mi abuela Masaltov, que llamaban Masaltó la Levía, quien se anticipó con su modernismo a la generación que la seguía. Durante los dolorosos momentos de la segunda guerra, llegaban a la ciudad jóvenes que huían de las persecuciones nazis y la comunidad judía les buscaba lugar para que durmieran; mi abuela iba puerta por puerta procurando fondos para que completaran el viaje hasta Palestina (el Estado de Israel no se había declarado la independencia del estado de Israel).
Ella hablaba perfectamente el inglés porque estudió en la Scotch School de Esmirna, el día que celebraron el egreso de su camada de estudiantes, recibió un juego de findjanikos (pocillitos) de porcelana de regalo, y mi tío que hoy tiene 89 años, me dio los seis a mi. “Este reglo que llevé a Israel (los pocillitos: findjanikos en turco), lo repartí con mis hijos y mi hermana,
Son ya un símbolo familiar. Hace unos años, viajando hacia Bariloche en Argentina, dentro de un taxi, tuvimos un trágico accidente con mi esposo, en que nos dieron por muertos y el auto quedó como un conjunto de hierros retorcidos. A la semana, los médicos consideraron un milagro nuestra recuperación y estábamos en un avión de regreso a nuestra casa en Miami, agradeciendo a Dios, sin duda. No suelo soñar en los vuelos aéreos, pero esta vez tuve uno con los findjanikos de mi abuela, era en un café donde el mozo estaba barriendo esos pocillitos (que en el sueño no eran míos) para tirarlos a la basura. Fui a decirle al dueño que era una pena que los tiraran, pues estaban en buen estado y el señor los hizo levantar. Yo lo considero un símbolo donde mi abuela nos protegió a través de esos pocillitos, nunca volví a soñar en los aviones a pesar que hacemos viajes cada tres meses. “Al regresar, dije una Berajá y le encendí una candela porque ella me quería mucho bien. Esos pocillos se los regalaron a mi abuela en su graduación, porque fue nombrada la más linda de su promoción”. El padre de mi abuela, de apellido Sujamí, tenía una buena situación económica, por eso pudo enviar a su hija a estudiar en un buen colegio. Ella siempre fue muy activa, cuando llegó Ataturk y cambió la escritura, fue de las primeas judías que concurrió con su libro bajo el brazo a aprender el turco actualizado, llamando la atención de sus vecinas porque por esa época estaba ya casada y tenía hijos grandes. “Socialmente, mi abuela era llamada Masaltó la Levía, vivía en el barrio de Karatash en la caleya del Hospital Judío y los sefaradíes convivían bien con los turcos. Mi abuela gracias a su formación, aprendió hipnosis, que aplicaba sólo para beneficiar a la gente. Mi tío contaba que solían consultarla para que por medio de esa técnica, descubriera cosas, en muchos casos se trataba de encontrar el sitio donde algún muerto había guardado sus ahorros”.
En Esmirna había un conocido rabino Eleazar, cuenta la entrevistada, que la gente recurría cuando tenía sueños que quería interpretar. Una noche en la casita del primer piso donde vivía mi abuela con toda la familia, golpearon la puerta y ella fue a abrir. Había un hombre muy anciano de barba, mal vestido, ella no se asustó sino que entró para sacar plata del pantalón del tío y darle una limosna. Al regresar, el hombre ya no estaba, y tampoco se lo vio en la calle. El rabino interpretó esto (que comprobadamente no era un sueño) como una prueba de Dios a su persona.
Quizá todo esto es un prólogo para contar la historia personal de la abuela que es muy curiosa e interesante pensando que hablamos de un siglo atrás. Cuando habían pasado diez años de su casamiento con un journalista conocido aún no tenían hijos, ella por lo tanto, le ofreció el divorcio, ya que en esa época se consideraba responsable de la situación exclusivamente a la mujer. El rabino preparó una ceremonia de divorcio, que consistía en un minián, es decir, la presencia de diez judíos adultos para validar la sentencia. Sólo habían reunido a nueve y Eleazar salió a la calle para buscar el décimo, ya que era un barrio netamente judío. El primer hombre que vio, dijo ser un comerciante egipcio de paso por Izmir, aceptó ingresar y preguntó la causa de la reunión. El rabino como al pasar le dijo que se trataba de un divorcio, al entrar el hombre se sorprendió de la belleza de la mujer y le dijo que el la tomaría como esposa, que no le importaba si era estéril, éste lo hizo callar inmediatamente, pero “tres meses después se casaba nuevamente mi abuela con este comerciante egipcio y un año más tarde tenían el primero de los hijos, el hermano mayor de mi madre”.
(*) Este artículo fue redactado a partir de la entrevista en Buenos Aires (11/2004), a la Sra. Clara Sadí , nacida en Esmirna en 1940, emigrada a Israel y luego a EEUU donde hoy reside.
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