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El mes pasado finalizó en la ciudad de Rosario, Argentina, el III Congreso Internacional de la Lengua Española. El famoso humorista y escritor argentino Roberto Fontanarrosa, tuvo un papel protagónico rescatando valores de la lengua que los formalismos arrinconan en la calles oscuras del habla: las llamadas malas palabras, que con sus interrogantes fascinó al público. ¿Por qué son malas palabras? ¿Les pegan a las demás palabras, les hacen daño? ¿O son de mala calidad, se gastan más pronto?¿Son malas porque están reñidas con la moral? Y por último ¿Quién las define como malas palabras?. Con su intervención puso sobre la “seria” mesa del Congreso, una parte importante del habla popular, destinada a la clandestinidad en los diccionarios.
El escritor habló de la fuerza terapéutica de las “malas palabras” y eso no es una simple definición, el lenguaje constituye el cauce principal del desarrollo de la humanidad, en él se incluyen palabras que testimonian los nuevos inventos y avances científicos, el ánimo de la población que lo habla y la creatividad del pueblo al incorporar palabras que en la siguiente década, los más jóvenes harán pasar al olvido con otras expresiones. También podemos encontrar en la lengua, los avatares sufridos por sus hablantes y en eso, el judeo-español es un ejemplo. Partiendo del español, el djudesmo, de los judíos expulsados de la península Ibérica en 1492, se convierte en lengua exiliada. Igual que un ser que no olvida su lugar de origen, pero en contacto con nuevas regiones, adopta para el habla, términos de quienes le ofrecen sustento y lo proveen de utensilios para cocinar o ropa para cubrirse. Así fue conformándose el judeo-español a través de siglos, como lengua autónoma, con el aporte de vocablos del turco, griego, hebreo y posteriormente francés e italiano. Y en él no están ausentes “malas palabras” que, como dice Fontanarrosa, “tienen una gran fuerza terapéutica”. El pueblo puede mediante su uso, descargar tensiones, ira o emociones indeseables, que de otra manera se convertirían en una cuota extra de neurosis.
Estas “malas palabras”, han servido además para enviar mensajes contundentes e inequívocos a sus semejantes en situaciones especiales. Es quizá en los refranes donde se ve con mayor claridad el empleo de palabras de la vida callejera o la intimidad de los adultos. Un ejemplo del napolitano es: “Chi non piscia in compagnia, o e un ladro o una spía” (quien no orina en compañía o es un ladrón o un espía), haciendo referencia a la necesidad de cuidarse en extremo de quien no comparte con nosotros la intimidad, apelando a una metáfora del ancestral acto de orinar en grupo, entre los hombres. Puede a veces detectarse la extrema importancia y confianza que depositan en la lengua algunos pueblos; he recogido un testimonio sobre pobladores de Sicilia de cuando estaban en el frente de guerra, al temer que uno de los miembros del escuadrón fuera un espía, le hacían decir, apuntándole a la cabeza con sus armas, djídjere (garbanzo), término que ningún extraño a su comunidad puede pronunciar con exactitud.
La tradición judeo-española tiene también refranes que contienen malas palabras, como el tradicional: “No digas ande pishas porke va otro i kaga”. La incorporación de esos términos, muestra una necesidad imperiosa de llegar a advertir con el refrán: cuídate de no revelar tu negocio porque otro te lo robará y perfeccionará. O “tali kulo, tali braga, tal chikur de canyibamaso (tal trasero, tal bombacha, tal cordón de atar), para hacer referencia a una persona que se ha comportado muy mal, y la ira contenida en el refrán, complica no sólo a ésta sino a toda su familia.
Un próximo artículo podría tratar sobre la gran cantidad de insultos y calificativos despectivos que el djudesmo conserva, muchos más que de palabras halagadoras. Aventuro que cuando se está por agradecer y elogiar a alguien, se emplean otros recursos, como el obsequiar dulces, dar abrazos, proponer paseos, muestras de afecto equivalentes a las de las palabras; en cambio las “malas palabras” están dirigidas a quienes no queremos tener cerca o deseamos no ver más.
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