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Jaim Danon era un hombre alto y apuesto que vivía con su mujer, Luna Albajari y sus hijos, Isaac, Rosa y Matilde, en una linda casa con mármoles blancos en un buen barrio de Izmir.
Su principal ocupación se concentraba en el comercio de los famosos higos de su ciudad, pero entre sus cualidades, se centraba el conocimiento de muchos idiomas, como el griego, el armenio, el francés, el italiano, etc., lo cual en una ciudad portuaria no era un don menor, pues le permitía intermediar en operaciones comerciales que le dejaban interesantes comisiones. Para sintetizar en una frase, nuestro Jaim Danon estaba bien de situación.
La hermana de Luna, su mujer, estaba casada con Cuño, que tenía un almacén en Buenos Aires, en la calle Gurruchaga al 400. Este le mandaba cartas a Jaim, instándolo a que viniera, ya que “aquí se podían hacer muy buenos negocios”.
Sea por la insistencia de su concuñado, por la inestabilidad o por ambas cosas, un día de 1919, se despidió de su mujer y de sus hijos y se embarcó para estos lares.
Tras dos años de duro trabajo, mandó los pasajes para su familia con la que se reencontró en 1921. Poco después, nacía Susana, la hija argentina.
Para esa época atendía un pequeño barcito en la vereda impar de Gurruchaga al 400 que se llamaba Izmir y en el que su colaborador de siempre, el griego Basilio, cobraba fama como gran shishero (neologismo: hacedor de shishes).
La calidez del servicio y la llegada cada vez mayor de inmigrantes de Izmir a Villa Crespo, hizo que el bar resultara chico.
Así fue que en Gurruchaga 430, el Café Izmir encontraría su lugar definitivo. Era una casa espaciosa, de la que tiraron paredes para hacer un gran salón, con mostrador al fondo.
En sus mesas se jugaba a la pastra, table, dominó. Miembros de la colectividad griega o armenia venían a departir con Jaim, en su lengua materna.
Su hijo aprendió de Basilio, el arte de hacer shishes y como el alumno superó al maestro, los djidiós decían: -que los shishes me los haga Isaquito.
Este también se convirtió en un gran jugador de table y del montillo, que es una variante del mismo juego y venían de otros barrios a desafiarlo, retirándose siempre perdedores.
El viernes, se estableció como el día de la fiesta con tañededores (1). Los habitués llevaban a sus esposas y la música, la bebida y la sensualidad que transmitían las bailarinas, contagiaba a la concurrencia que respondía con toda la bulla y el jaleo de que son capaces los muestros (2).
Los sábados, en la trastienda, se armaba una mesa de póker. Se estableció como hora límite para finalizar la partida, la una de la mañana. Una noche, un djidió con la billetera gorda y el cerebro flaco, que a la hora de cierre llevaba perdida una suma considerable, pidió una hora más y se le concedió. Pasada la hora y la suerte seguía esquiva, pidió otra hora. Ni el bar ni el resto de los jugadores querían concedérsela. En medio de un griterío, porque se negaba a pagar lo perdido, llamaron a Jaim. Este lo conminó a honrar la pérdida inmediatamente. El otro sacó un revólver. Jaim le dijo: -sacar revólver es fácil, pero hay que tener culico para apretar el gatillo. Y le encajó un trompazo entre mushos y caras (3), que lo tiró al suelo.
El tipo se levantó, pagó y sin decir palabra se fue con los mocos en colgando (4). Tal, el talante de nuestro héroe.
La dueña del local le había tomado tal aprecio que quería vendérselo con muchas facilidades. Pero él rechazó varias veces la oferta. No quería echar raíces. “En cuanto puedo, me vuelvo a Izmir”, decía.
Un buen día, porque los hijos eran grandes, por cansancio o vaya uno a saber por qué, dejó el bar y se hizo saldero.
La posta la tomó Alboher y la leyenda continuó.
Hacia fines de los años 50, un djidió, Marcos Córdoba, en sociedad con un armenio, abrieron un café de este tipo en Canning al mil y pico, el “Ararat”.
Mi padre me llevó una noche. En una mesa, un anciano venerable, de cabellos y bigote blancos, manchados de tabaco, golpeaba estruendosamente sus enormes manos al compás de la música.
Todos lo miraban con respeto y simpatía.
Mi padre adivinó mi pregunta y me dijo: Es Jaim Danon, el fundador del Izmir.
(1) Músicos / (2) Referido a los sefaradíes, nuestro / (3) en medio del rostro (del judeo-español) / (4) Expresión del judeo-español, equivalente a “con el rabo entre las patas”.
(*) La información de este artículo fue facilitada por el Sr. Isaac Danon, de 91 años, en entrevistas con el autor, durante el mes de octubre de 2004. El Sr. Isaac, es hijo del nombrado Jaim Danon, fundador del Bar Izmir y tuvo protagonismo en la comunidad sefaradí de la calle Camargo.
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