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Otros vendrán y de mi casa me echarán. La frase del abuelo era habitual cuando atravesaba el segundo patio, al cual daba la pieza de León, su hijo menor.
Ya al quedar viudo, le había entregado la sala a José, el mayor, una de las dos habitaciones del centro de la casa quedó para comedor diario y la otra se transformó en su dormitorio, donde la cama de dos plazas, el ropero y una mesa con sillas, dejaban poco espacio para caminar. Además, los cuadros familiares se concentraban en esas paredes descascaradas, con manchas de humedad. En las tardes, antes que sus nueras le prepararan la comida, recorría la casa repitiendo dichos traídos de Esmirna: Déyame entrar, me haré lugar, y bien que se hicieron lugar, si podían me tiraban por el varandado (1).
¿A dónde va la piedra? Al oyo del muerto.
Así todo el año, pero había una fecha en la que era el único dueño de su lugar. ¿Quién se animaría a hacerle alguna indicación o a darle una orden?
Porque él se hacía su casa como lo mandaba el Dió, como el patrón del Mundo lo había indicado, desde que los hijos de Israel salieron de Egipto y moraron por más de cuarenta años en el desierto. El era el dueño de su Sucá, la hacía y la deshacía ¿o acaso no era todavía el mayor de la familia? ¿no era uno de los primeros hombres a quien llamaban a leer la Torá en el templo?.
Ya el día siguiente a Kipur, empezábamos a juntar los materiales para las tres paredes que debían ser endebles, para recordar la fragilidad del bienestar humano: ramas, listones de madera, lonas y para el techo, ramas de pino, de palmera, de bambú o generalmente juncos, debían dejar pasar la luz y la lluvia y siempre proyectar más sombra que sol. Aguantábamos los gritos del abuelo si traíamos telas o cortinas de plástico.
En Izmir no había eso, no había eso, parecen gregos (2), no buenos djidiós. Aman Aman metan tino, el Dió está mirando si está bien la Sucá (3), si no lo está, puede bajar y darnos una dada (4).
Cuando ya estaba armada, llevábamos tablones, sillas y bancos, siempre de más, para que baje un profeta o quizás un ángel, a acompañarnos en las ceremonias. Y mis primas la decoraban con guirnaldas, con alfombras y cortinas. Por fin le poníamos las lucecitas de colores y cartones pintados en las paredes
¿Cómo se bendecían las ramas y las frutas, las oraciones que se leían y hacía qué puntos cardinales nos orientábamos? ¿Qué canciones, qué mensajes trae y qué significa la festividad? Hay muchos libros que lo cuentan, pero ninguno puede referir las historias mágicas del abuelo o las conseyas (5), lo que acontecía en Esmirna o lo que él escuchó del Tarapapú del padre (6).
En ninguna otra fiesta era tan maravilloso oírlo, en ninguna, tampoco, acaparaba tanto la atención general. ¿Sería porque, por ejemplo, en Pésaj se seguía el seder casi al pie de la letra o porque en Kipur estábamos demasiado preocupados o en Purim muy contentos, castigando a los enemigos del pueblo de Israel?
-No se olviden de agitar las ramas de sauce para pedir lluvia, vivimos gracias a las cosechas, repetía.
-Abuelo, en esta época, en Buenos Aires hay inundaciones ¿y cuándo vivimos en el campo?.
Decía mi primo Leonardo: mejor pidamos poder veranear.
En ese año sucedió una desaparición de la que se habló mucho, de una estudiante, que luego se conoció como “El caso Penjerek”.
- Aman Aman (7), mira lo que están quitando de la boca en noche de sucot, decía el abuelo mientras cenábamos en el Sucá. Bueno que tengamos, si en Izmir también teníamos esto.
Entendimos que iba a empezar uno de sus relatos.
-En Turquía, todo había,,,miren, como que lo estoy viendo, hace tiempo, mucho tiempo, yo era pequeño, vivíamos enfrente de la mar, parece que están pasando los vapuricos.
Estábamos en un cortijo, en una Sucá, diez veces esta, varias familias, a la hora del mediodía los rezos, las canticas, las voces de los vendedores de agua, de carbón, de melones. De repente, sentimos gritos y unas niñas entraron corriendo. Masaltó, Masaltica, se alejó para buscar el aro que rodó para la montañita y pasó uno, la tomó, la subió a un camello y se la está llevando.
-Aman Aman, nos tomaron batires (8), timaraná (9), todos a la calle.
Ya la madre, antes de salir del cortijo se tiraba los pelo, se pellizcaba las mejillas. -Aman Aman, que ya está criada, que no se la lleven, corran hombres, corran, turca que la van a hacer.
- Salimos y vimos a la caravana de atrás, por delante se perdía en la montaña que estaba llena de ladrones y de contrabandistas, carreras, idas y venidas, gritos, llantos, las mujeres se rompían la ropa, pero Masaltica ya no se vio por ningún lado.
Desmayos, juras de fuego, después formamos un grupo y subimos a la montaña a la noche, con luces y voces, pero la caravana ya estaba muy alejada.
Los padres pagaron a policías, a jenizaros (10), pusieron llamadas en templos y mercados, pero pasaron años y años sin que se supiera nada de la niña.
Y la madre, a la que le quedó sólo un hijo que después se fue a Trasvaal (11), envejeció con este dert (12). No hubo persona a quien no preguntó, buraco donde no buscó.
Y quitaron una copla y las madres cuidaron más a sus hijos y así pasaron días y vinieron noches, sin haberes (13), sin haberes, hasta que una mañana...
Una mañana, llegó una feria nueva, de la Armenia y una bavá (14) empezó a decir que la vendedora de aceitunas tenía los ojos azules, de Masaltica.
Ya su madres había muerto, en Ganeden que esté (15) y el padre, partido para el Trasvaal.
Pero los vecinos íbamos todos a ver a la muchacha de la feria, la llamábamos Masaltica y ella nos sonreía, nos saludaba, pero no hablaba, ¿se había quedado muda del susto?¿no entendía nuestra lengua?¿o era una treta para ganar más?
¿La habrían vendido?¿la había adoptado otra familia?¿la habrían dejado en una casa de mala vida de otra región o de otro país? ¿era realmente Masaltica?
Nos quedamos callados, el abuelo nos capturó con su historia, se había olvidado de la estrechez de su pieza, de las monótonas comidas que volverían a empezar al otro día, de los trámites para la jubilación.
Esa noche me quedé a dormir en la Sucá, él lo hacía siempre si no llovía. Es una mitzva (16), decía, pero para alegría. Al que no le gusta, que se vaya a su cama. Me armaron el lecho con dos sillas y tomé la mano del abuelo que estaba recostado en un sillón. A medianoche me desperté, la luna pasaba por el techo de la improvisada cabaña. Por un momento vi el desierto, la caravana atravesándolo de noche, una niña llorando, una mujer arrodillada, en una ciudad cercana, tirándose los pelos, jurando, pidiendo ayuda ante un auditorio paralizado por el miedo. Sentí su mano y se la apreté. Miré hacia el techo, divisé el cielo estrellado, unas pocas nubes, pero las luces brillantes las tapaban y comprendí por qué las mejores historias las contaba en Sucot. El miraba para arriba y veía lo mismo, podía ser Izmir o Marsella o Buenos Aires, ramas, hojas, que dejaban pasar las luces y le daban esperanzas. ¿La Osa Mayor, Andrómeda, Orión? Atrapado en la Cruz del Sur, en realidad, creo que no percibía las diferencias entre las estrellas y las constelaciones.
(*)El autor licenciado en psicología, es además investigador y escritor, con numerosas publicaciones en el país y en el extranjero, referidas a la temática de los sefaradíes.
(1) galería superior / (2) griegos, se utiliza a veces para los no judíos (judeo-español) / (3) cabaña (hebreo) / (4) dar un golpe, un castigo (judeo-español) / (5) cuentos de abuelas / (6) forma coloquial para nombrar los antepasados (judeo-español) / (7) interjección de asombro (turco) / (8) palpitaciones fuertes por susto o miedo (judeo-español) / (9) manicomio (turco) / (10) guardia del ejército turco / (11) antigua denominación del Congo / (12) ansia, pena profunda / (13) noticias (judeo-español) / (14) mujer vieja (judeo-español) / (15) esté en el paraíso (judeo-español) / (16) preceptos.
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