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Sentado en un bar discutiendo de trabajo con un amigo, surgió el tema de la gente que a cierta edad le asalta la necesidad de buscar datos sobre su identidad. El me comentó que un compañero del colegio Carlos Pellegrini, lamentablemente fallecido hace dos años, con quien se había reencontrado y celebrado los cincuenta años de egresados, le contó su historia de búsqueda.
Al cumplir los sesenta años, tras su retiro de una importante firma en la que trabajaba, comenzó a viajar con asiduidad a Galicia buscando más datos sobre su familia. A pesar de tener un apellido muy frecuente, logró hacer un árbol genealógico completo y descubrió antepasados judíos.
Como una llama que enciende lo que encuentra a su paso, el viejo compañero le contó además, que surgió en él una gran necesidad de saber más sobre el tema judío, esa milésima proporción que tenía de hebreo en su sangre, comenzó a ser notada. En cada viaje reunía más datos que un día volcó en España del rey David, editado por LOLA (Literatura of Latin América, en Buenos Aires año 1999), firmando con el seudónimo de Manuel de Pomar.
El autor propone en su ensayo, la presencia judía en la península Ibérica, en épocas anteriores a nuestra era, con el propósito de hacer explotaciones de minerales estratégicos, integrando así la economía de Medio Oriente con la de Sefarad. Estos establecimientos ocupaban fundamentalmente las cuatro provincias gallegas, el Principado de Asturias, la provincia de León, la de Cantabria y algunas porciones de los territorios de Zamora y Palencia, que define como Triángulo Cantábrico.
No existen en realidad pruebas materiales necesarias para aceptar esta afirmación, tal como pretendería un arqueólogo o antropólogo, pero el autor expone todo un estudio de los toponímicos de la región antes delimitada y que no se suelen encontrar fuera de ella y que hablan de términos hebreos fusionados con la lengua local. Las palabras tienen a menudo una raíz que sufre variaciones en distintos puntos geográficos y comienza con el primer ejemplo: el término hebreo gan (jardín huerto, campo, prado) del cual derivarían Gándara (gan de arar), Gandarón, Gandarela, Gandaralonga, Ganceiro. Gandulla, es un gentilicio que alude a prados del río Ulla. Solamente en la Coruña hay 117 lugares con esta raíz.
Narra además, la historia bíblica donde se enfrentan Jacob con Laban, y el diferendo entre ambos clanes que termina en confraternidad. Para recordarlo, Jacob ordenó erigir una masebáth que denominó Galeth, especie de pequeño obelisco consagrado a Dios y pidió luego a los suyos arrojarle piedras alrededor hasta formar un túmulo. Han pasado casi 4.000 años dice el autor y hoy en tierras de Galicia (¿tierra de Galeth?) es habitual que al pasar por ciertos lugares considerados santos, el caminante arroje una piedra para seguir conformando un túmulo existente de tiempo inmemorial. Los llaman villadorio y hay decenas de ellos.
Estos establecimientos datan de la época del rey David y habrían sido fundados en sociedad con los fenicios. Las fundaciones abarcaban además toda la costa africana donde también dejaron sus huellas. Con mucho detalle y entusiasmo el autor desarrolla la explicación de otros toponímicos ayudándose con términos hebreos y fenicios y costumbres e historia de estos pueblos. Es difícil abrir camino, como ha intentado el autor, con hipótesis que ningún otro ha aventurado antes, pero vale la pena tener presente su intento para algún día tratar de sumar aportes a los expuestos en este trabajo de Manuel de Pomar.
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