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Esa noche Symbul le dio el pecho a Nissimachi (1), su segundo hijo y cenó con Mushico.
Después se sentaron al lado de la radio a escuchar un programa cómico. Cuando el chico dio señales de tener sueño, le dijo:
- Bueno, Mushico, a pishar y a echar (2).
Una vez sola, cambió de emisora, para poner a Lolita Torres y empezó un bordado.
En ese momento, se apoderó de ella una cierta nostalgia y comenzó a recordar el tiempo en que con su marido Yaquito, recién casados, vivían en el conventillo de Cuño (3) y él se iba a hacer changas al mercado de Gurruchaga al 300. Acomodaba fruta, cargaba cajones de huevos, lavaba con la manguera los puestos, lo que hubiera. Después llevaba a la humilde pieza lo que le daban, un poco de fruta, una gallina, algún peso. Siempre estaban juntos y a la tardecita salí-an a pasear por la avenida Corrientes tomados del brazo.
Cuando empezaron a progresar económicamente, Yaquito se iba a la mañana y regresa-ba a la noche y ahora que se estaba convirtiendo en un hombre “rico y abastecido” (4) y frecuen-taba el club de Las Heras, muchas noches volvía después de cenar.
De repente, se sobresaltó al oír voces. Era la radio, se había quedado dormida. Miró la hora y pensó que su marido estaba por llegar. Efectivamente mientras guardaba su labor llegó Yaquito. Este al revés de su mujer, estaba exultante. No por eso dejó de notar una cierta tristeza en Symbul.
Cuando ella le contó lo que había estado pensando, muy serio le contestó:
- No muyer, tu no sabes el aj (5) que tenía todas las madrugadas cuando salía pa-ra el mercado. No´staba seguro nunca, si me darían trabajo. Como me tomaban a mai-tap(6) a mí que soy chiquito, me daban lo más pesado ¿y todo para qué?, para este pan, para este queso. Acodraté de todas las películas que quishimos ver en el cine Villa Cres-po y no pudimos. Cómo mos parábamos en la vidriera de la rotisería Fermi y mirábamos los pollos al spiedo y otros manjares y mos íbamos a casa a comer higado con vinagre, que me gusta muncho pero de vez en cuando.
Ahí Yaquito se puso un poco filósofo y dijo:
- No se quien escribió que en el recuerdo hasta las cosas tristes parecen alegres.
Estas últimas palabras dejaron boquiabierta a Symbul. Su marido hablaba como los de la radio, pero las anteriores palabras le habían llegado al corazón, se reprochó no haber valorado justamente los esfuerzos de él y se prometió en adelante acompañarlo en todo.
Pero Yaquito tenía preparada una sorpresa, de allí la enorme alegría que sentía al llegar a su casa. Y le contó a Symbul el motivo de la reunión de esa noche en el club de Las Heras. Con Enrique el selaniclí (7) y otros dos djidiós importantes, industriales textiles, iban a construir un edificio de ocho pisos en la avenida Libertador. De los dos pisos que le tocarían pondría uno a la venta y el otro sería para ellos, cada hijo que tenían y los que iban a tener, si quiere el Dió(8), tendría su dormitorio, pieza para la sirvienta, un comedor diario y otro fino para las vishitas, justo enfrente del Rosedal.
Symbul compartió la alegría de su marido, ella no sabía dónde quedaba la avenida Liber-tador, pero le gustaba mucho el Rosedal y por supuesto también lo de los hijos que iban a venir, por lo menos una nena.
(1) Diminutivo de Nissim / (2) Expresión para mandar a los niños a la cama / (3) Tradicional vivienda multifamiliar habita-da sólo por sefaradíes / (4) Expresión en judeo-español para decir que alguien tiene una holgada vida económica /
(5) Profundos deseos de... / (6) Burla / (7) Originario de Salónica / (8) Si Dios quiere (judeo español)..
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