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En las postrimerías de la segunda guerra mundial, los judíos italianos comenzaron a inquietarse seriamente por su estatus social, ya que en los comienzos del régimen fascista no había persecuciones. Entre 1919 y 1938, existía un cierto “antirracismo” en las bases ideológicas de ese movimiento; incluso dicho período tuvo la adhesión de miembros de la colectividad judía. Hay testimonios del consenso de Mussolini ante la condena internacional, en 1934, de las teorías racistas de Hitler.
Un año antes del comienzo de la segunda gran contienda mundial, y debido a diversas causas internacionales (entre las que se contaba las sanciones de la Sociedad de las Naciones a Italia por sus actitudes imperiales en África), Mussolini se vio forzado a apoyar a Alemania. Así a partir de 1938 comenzó a montarse la maquinaria ideológica racista en Italia. Si bien hay infinitos testimonios de la ayuda del pueblo italiano a los judíos amenazados, no faltaron los que se ubicaron junto a los perseguidores, cuyas acciones comenzaron a afectar seriamente la vida cotidiana de los judíos en ese país. Profesionales y funcionarios de la colectividad fueron despedidos de sus puestos y se llegó a prohibir el acceso de niños y jóvenes judíos a la enseñanza en todos los niveles.
Los primeros judíos italianos
Los judíos ya estaban en Italia desde antes de la formación del Imperio Romano. Allí llegaron en grupos tras la destrucción del Segundo Templo, cuando las huestes imperiales enviaron contingentes de esclavos judíos a Roma, donde según cálculos, habitaban la mitad de la población hebrea de ese territorio. Por edicto de Caracalla de 212 dC., les correspondió la ciudadanía romana como hombres libres; con el fin de la era de los césares, Italia se atomizó políticamente y la suerte de los judíos tomó diferentes rumbos.
A partir del siglo IV dC., cuando el cristianismo se convierte en religión oficial, los ciudadanos de ley hebraica vieron limitados muchos de sus derechos, además de la posibilidad de ejercer libremente su culto, como formas de presión para que lo abandonaran.
Pero, a pesar de dichas restricciones, no consiguieron hacer desaparecer a los judíos, quienes continuaron habitando diferentes regiones del centro y sur de la península, acuñando durante el medioevo un dialecto judeo-italiano, que tomó diferentes características según la zona. Una cruzada promovida por la iglesia poco antes de finalizar el siglo XIII, destinada a presionar a los judíos para que abjuraran de su fe, generó un éxodo hacia el norte, al que se agregaron otros provenientes de Francia y Alemania, donde también había persecuciones. Con el tiempo se convirtieron en comunidades sólidas, de notable progreso económico.
Llegados desde Sefarad
Al expirar el plazo del edicto de Expulsión en 1492, después de navegar hacinados compartiendo hambre y enfermedades, un numeroso grupo de judíos españoles, entre los que se encontraba el gran Isaac Abravanel, consiguió permiso para atracar en el puerto de Nápoles. No obstante su aspecto y estado deplorables, el rey Ferrante I de Nápoles los autorizó a permanecer en sus dominios, sabiendo de sus habilidades para el comercio.
Sus expectativas no se vieron defraudadas, “...tal como había previsto Ferrante, estos inmigrantes demostraron ser un colectivo vibrante y desplegaron todas las habilidades tradicionales, desde el pequeño comercio a la banca mercantil...” dice Howard M. Sachar (1). Isaac Abravanel, fue considerado ciudadano distinguido y se le encomendó la supervisión de las recaudaciones fiscales.
De esta forma el ilustre hombre volvió a conquistar el nivel económico que gozaba antes de la expulsión, junto a sus hermanos y a sus tres hijos; y una vez consolidada su fortuna retornó a sus estudios, retirándose de la actividad comercial.
Pero en 1510, y tras diez años de incertidumbre, los judíos fueron expulsados por orden de los fanáticos, tras la división del reino entre Aragón y Francia. Tres décadas después (no obstante la tolerancia local), el reino se despoblaría de judíos. Estos se trasladaron masivamente a Roma donde el papado del renacimiento era mucho más moderno y donde ya no quemaban “infieles”. Allí se encontraron con una pequeña comunidad de judíos que residía en barrios marginales del Trasteveré, y que el viajante Benjamín de Tudela estimara en un millar en el siglo XII. Otros, de origen ashkenazí, habitaban la zona del norte de Italia, donde habían sufrido restricciones en sus actividades comerciales. En busca de desarrollo, las pequeñas repúblicas y ducados comenzaron a confiar a los nuevos judíos residentes las tareas de agentes de comercio y bolsa, o de importadores de productos del Medio Oriente (2).
En Ferrara, se extendió a los judíos que escapaban, una invitación a establecerse dentro de sus dominios. Debido a esa actitud permisiva, esta ciudad se convirtió en centro de la vida religiosa y comunal de los judíos italianos. El renacimiento permitió salir del letargo en que estuvieron por siglos, donde ahora convivían las viejas comunidades, los ashkenazíes del centro de Europa y los nuevos sefaradíes. Estos últimos, a diferencia de lo sucedido en los Países Bajos, no encontraron terreno libre para ser dirigentes comunales, sino que debieron adaptarse a grupos bien organizados y modernizados con quienes, en principio, tuvieron inconvenientes para integrarse.
Hubo además distintas migraciones posteriores, como la arribada desde Alemania de contingentes ashkenazíes en el siglo trece. Entre los siglos XV y XVI arribaron los sefaradíes expulsados en 1492, y más adelante, los provenientes de países musulmanes. Esto imprimió gran diversidad en la forma de culto de las diferentes colectividades judías de las principales ciudades de Italia en el siglo XX. Si bien no eran numerosos, comparados con las grandes comunidades del Imperio Otomano, Roma poseía sinagogas para el ritual italianizado, ashkenazí, judeo-español y la variante catalano-aragonesa.
(1)Howard Morley Sachar, Adiós España- historia de los sefaradíes”, Editorial Thassàlia, Barcelona 1995.
(2)Eleonora María Smolensky – Vera Vigevani Jarach “Tantas Voces, una historia, Italianos judíos en la Argentina 1938-1948, Temas Grupo Editorial,1999.
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