Es invierno del 1777 . Estamos acampados en Valley Forge y esperando. Tenemos mucha hambre y no tenemos ropa para abrigarnos o zapatos para los pies. La mayoría de los soldados maldicen a George Washington por ir a la guerra contra los ingleses. Hay quienes esperan su caída y dicen que no hay esperanzas de ganar la guerra, pero yo creo que su causa es justa, para liberar a los Estados Unidos de la opresión. A pesar de todo el sufrimiento, soy leal con todo mi corazón a George Washington. La primera noche de Janucá llegó. No sabía qué hacer para poder encender las velas de Janucá aquí, entre los gentiles. Decidí esperar hasta que todos duerman y entonces saqué la januquiá de mi padre. Hice la berajá y encendí la primera vela. Miré a la luz y me senté a llorar como un niño pequeño; recordé cuánto sufrieron mis padres en Polonia por tantas persecuciones y decidí entonces en mi corazón, que por el bien de mi padre y mi madre, tengo que ayudar a George Washington a que Estados Unidos sea un país libre, una tierra de refugio para todos mis hermanos que están sometidos a la crueldad. De repente sentí una mano tocando mi cabeza. Alcé los ojos y era él, ¡el General Washington en persona! Me preguntó: “¿Por qué lloras, soldado? ¿Tienes frío?”. Se sentía dolor y compasión en su voz, yo no podía verlo sufrir. De repente, me olvidé que era un soldado delante de un General, y le dije lo que vino de mi corazón: -”General Washington” le dije, “estoy llorando y orando por su victoria. Sé que con la ayuda de D-s vamos a ganar. Hoy son fuertes, pero mañana van a caer porque la justicia está con nosotros. Queremos que esta tierra sea libre, sea un refugio para los que sufren del otro lado del océano.” -”Gracias, soldado”, dijo y se sentó a mi lado en el suelo. -”¿Qué es este candelabro?” preguntó. Yo le dije: “Los Judíos en todo el mundo encienden velas esta noche ya que es Janucá, la fiesta del gran milagro”. Las velas de Janucá iluminaron los ojos de Washington, y preguntó alegremente: “¿Tú eres un Judío de la nación de profetas y dijiste que vamos a ser victoriosos?” “Sí, señor”, le respondí con convicción. “Vamos a ganar al igual que los macabeos ganaron, para construir una nueva tierra y una nueva vida.” El general se levantó y su rostro brillaba. Me estrechó la mano y desapareció en la oscuridad. Al final, la victoria de Washington fue completa. Mi general se convirtió en el primer Presidente de los Estados Unidos y yo era uno de sus ciudadanos, mas me quedé con el recuerdo de aquella primera noche de Janucá en mi corazón como un sueño precioso.
Durante la fiesta de Janucá algunos años después, estaba sentado en mi apartamento en Nueva York, en Broome Street y las velas de Janucá ardían en mi ventana. De repente, oí un golpe en mi puerta. Abrí la puerta y me quedé atónito: mi General, el Presidente George Washington, estaba ahí de pie en la puerta con toda su gloria. “He aquí la vela maravillosa. La vela de la esperanza del pueblo judío”, proclamó con alegría al ver las velas de Janucá en mi ventana.
Puso su mano en mi hombro y dijo: “Estas velas y tus hermosas palabras encendieron una luz en mi corazón esa noche. Esa luz me dio una nueva energía para no nos rindiéramos, así pudimos seguir adelante y ganar la guerra. ¡Te lo agradezco!” Él colgó una medalla de oro en mi pecho. Las lágrimas llenaron mis ojos y yo no podía hablar. El presidente me estrechó la mano y se fue. Cuando me recuperé de este sueño maravilloso, entonces miré el medallón. Tenía grabado de una hermosa Menorá. Debajo de ella estaba escrito: “Una muestra de gratitud por la luz de tu vela - George Washington”. Este es un relato verídico, traducido del original en inglés. Esperemos que también la luz de janucá nos ilumine también a nosotros y nos llene de anhelo y esperanza.
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