El abuso infantil “¿es más común en la comunidad judía ortodoxa que entre otras comunidades? Si bien no existen estadísticas confiables…hay razones para creer que la respuesta a esa pregunta podría ser “sí””. Esas palabras, que contienen una importante afirmación dentro de una siniestra pregunta y una especulación infundada, fueron escritas en el año 2006 por un señor Robert Kolker, en una revista de Nueva York. La “razón para creer” a que alude el Sr. Kolker estaba basada en una especulación en torno a unas declaraciones hechas en el New York Jewish Week por la Sra. Hella Winston, quien se considera a sí misma como alguien que mira a la comunidad ortodoxa con un alto grado de envidia. Nuestros corazones se deben acongojar ante la angustia de las víctimas de abuso, en especial si se trata de niños. Y es natural que las personas que han conocido a sobrevivientes de tales terribles situaciones se sientan conmovidas frente a ellos y sientan odio hacia sus abusadores. Pero extrapolar las horrendas aunque contadas situaciones de las víctimas de abuso – que lamentablemente existen dentro de la comunidad ortodoxa como en cualquier otra comunidad, es tan emblemático de la vida ortodoxa como visitar el Sloan Kettering y concluir que existe una aguda epidemia nacional de cáncer. El escritor de esa publicación prosigue haciendo una conjetura –más ofensiva aún y menos fundamentada- defensivamente expresada en el prefacio que dice “Hay quienes creen…”. A lo que alude lo no mencionado –y que “algunos” creen- es a que “la represión dentro de la comunidad Ortodoxa” –a saber, la entrega a las costumbres y a la ley Judía- “pueden fomentar el abuso”. Esto es un insulto desmedido hacia el Judaísmo. La vida judía sostiene altos ideales sobre la familia, la comunidad, la piedad hacia el prójimo, el control de la ira y las pasiones y una conducta ética. Siempre habrá individuos aparentemente observantes que son hipócritas, o que desgraciadamente fallan en la prueba de autocontrol, incluso a costa de horrendas consecuencias sobre la vida de los otros. ¿Pero acaso la existencia de policías corruptos o de médicos faltos de ética condenan la práctica de todos los profesionales del derecho o de la medicina? Si algún sistema de creencias legitima alguna conducta inmoral o anti-ética, éste no es justamente el Judaísmo sino su polo opuesto: la convicción de que no existe ninguna autoridad superior. Si bien los ateos pueden vivir una vida de rectitud, debería ser evidente para ellos que la negación de que existe un Poder Superior y leyes Divinas para la humanidad, deja al ser humano sin otra autoridad que la suya propia y sin ningún motivo de peso –más que el de caer preso – para evitar la mala conducta. Estas ideas surgen en relación a un recientemente muy publicitado escándalo de abuso en Inglaterra. Tras la muerte de un tal Jimmy Savile, una famosa figura del entretenimiento que falleció el año pasado, se dijo de él que había sido un abusador serial de niños, incluyendo pacientes que él visitaba en hospitales mientras realizaba un encomiable trabajo de recaudación de fondos. El Servicio Nacional Británico de Salud, la policía, y la BBC, resultaron conjuntamente acusadas de ocultar los delitos de dicho sujeto –que habían sido tema de un programa de la BBC que la emisora prohibió. Sorprendentemente, en una autobiografía del Sr. Savile, de 1976, él no se avergonzaba al describir algunas de sus conductas abusivas, que claramente cruzaban la línea moral y legal, fanfarroneándose porque “no había sido descubierto”. Y agregaba, en un pretendido tono humorístico: “lo cual, después de todo, es el XI mandamiento, ¿no es cierto?”. Se trató de una mordaz elección de términos. Porque aquellos que reconocen la importancia de los Diez Mandamientos los respetan tal y como fueron dados por D”s, como algo inmutable y comprometido. El imaginario XI del humorista es la antítesis de esos adjetivos. Es el credo de alguien que siente que no puede ser cuestionado por nada de lo que haga, ni por su Ser. Y ello le otorga el permiso de hacer lo que crea que le place o lo entretiene, no importa que victimice a otros, o a su propia alma. No, Sr. Kolker y su “algunos creen que…”; un judío religioso está imbuido de la conciencia de que, así como lo expresaba Rabi Yehuda Hanasí en Masejtá Avot (2:1): “Un ojo mira y un oido oye, y todas tus acciones están escritas en un registro”. Esa verdad, sin embargo, puede ser ocasionalmente olvidada incluso por nosotros, los que no somos ateos. Tal es el mensaje de la bendición inicialmente misteriosa que Rabi Iojanan Ben Zakai les dio a sus alumnos mientras yacía en su lecho de muerte. Decía, “(que) el temor de los Cielos sea para ti como el miedo a la carne y a la sangre” (Brajot 28b). “¿Eso es todo?”, exclamaron. A lo que el sabio respondió “¡Como si fuera poco!”. “Piensen”, continuó diciendo. “Cuando una persona comete un pecado en privado, él dice ‘¡ojalá que nadie me vea!’”. Y por cierto, sin embargo, él es visto de todas formas. Jimmy Savile fue visto. Y todos nosotros también.
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