Especialmente en los últimos siglos hubo judíos que sostuvieron que serían más admitidos por la sociedad en la que vivían si su proceder era más parecido al de sus vecinos (“sin perder su esencia”).
Sin embargo, esta tesitura es totalmente errada. Al contrario: cuanto más intentamos asimilarnos a los conciudadanos, más recelo causamos en ellos. Pertenecemos a una sociedad en la que desde pequeños hemos percibido expresiones de antisemitismo. Hijos de una generación que vivió la destrucción de un tercio de nuestro pueblo, y nietos de quienes vivieron la época de los pogromes en Rusia, llevamos a flor de piel la sensibilidad a todo cuadro que se asemeje o que conduzca al terrible flagelo que marcó nuestra historia durante más de dos milenios.
La reacción de los judíos ante tales embates ha sido de la más variada. Cuánto más cercanos han estado nuestros abuelos a la certeza que todo el antisemitismo responde a un Decreto Di-vino, sea cual fuese la forma de manifestarse o los nombres de quienes perpetraron los atropellos, tanto más han podido tolerar las difíciles situaciones intentando sobrellevar las dificultades con su firme fe en aceptar la Voluntad del Todopoderoso.
Fueron éstos quienes han recitado Alenu leShabeaj aun cuando los arrojaban a las hogueras junto a sus familias. Hasta cierto punto, la mayor parte de nuestro pueblo - casi en su totalidad - ha estado dispuesto - durante muchas décadas - a perder sus bienes y hasta ofrendar su vida adhiriendo sólidamente a su patrimonio espiritual, y tomando distancia de sus enemigos - los descendientes de Eisav. Pero también estuvieron los otros. Aquellos que no pudieron resistir las dificultades y se pasaron de bando. Debido a distintas circunstancias (presiones a las cuales afortunadamente nuestra generación no ha estado expuesta), hubo aquellos que fueron persuadidos por el sufrimiento y otros ahogos, a renegar de su fe y abrazar las creencias de sus opresores.
Cuando esto sucedió, algunos de estos desertores se han convertido en fanáticos delatores que apoyaron a nuestros más acérrimos enemigos.
Obviamente, el modo de obrar de estos traidores, provocaba mucho más dolor a sus hermanos por notarse en sus acciones un profundo auto-odio, que se manifestaba mediante la persecución a sus propios hermanos.
“No hay peor cuña que la del mismo palo”…
Pablo de Tarso El cristianismo evolucionó luego de haber comenzado siendo una secta mesiánica (de las que hubo muchas a lo largo de la historia) con rasgos y cumplimiento de Mitzvot netamente según las prescripciones de la Torá, a convertirse en un credo que mezcló costumbres e ideologías mitológicas griegas contrarias a la propia Torá.
¿Cómo sucedió esto? Cuando Shaul (“san” Pablo) de Tarso - originalmente judío - reconoció que los judíos no aceptarían incorporarse a su movimiento, decidió que sería más fácil encontrar adeptos entre los paganos, para quienes el modo de vida riguroso de la Torá no sería admisible. Borró entonces de su doctrina el cumplimiento de Mitzvot, y, para justificarse, comenzó por despreciar públicamente a los judíos que lo habían ignorado - y a sus creencias. Puso así en marcha, el sentimiento de antagonismo y odio que marcó a sus seguidores durante los siguientes dos milenios.
Nicolas Donin fue un judío que se convirtió al cristianismo a principios del siglo XIII en París, y fue conocido por su triste papel en el debate de París 1240, que terminó suscitando el decreto de quemar públicamente todos los manuscritos disponibles del Talmud. Donin fue excomulgado por el tosafista Rav Iejiel de París en la presencia de la comunidad entera y con las ceremonias correspondientes. Fue, entonces, bautizado en la Iglesia Católica y se afilió a la Orden Franciscana. El primer acto de venganza de Donin como franciscano, fue incitar a los cruzados a llevar a cabo las sangrientas persecuciones en Bretaña, Poitou, y Anjou, en el cual fueron asesinados 3.000 judíos. En 1238 Donin fue a Roma y se presentó ante del Papa Gregorio IX, denunciando el Talmud. Treinta y cinco artículos fueron preparados, en los que Donin declaró sus virulentas acusaciones. En ellas decía que en ese texto se cuestionaba la virginidad de María y la divinidad de Jesús. El Papa quedó persuadido de que las acusaciones eran verdaderas, y envió a las autoridades de la Iglesia la transcripción de los cargos formulados por Donin, acompañado por una orden de incautar todas las copias del Talmud. Si se confirmaran como ciertas las imputaciones de Donin, los rollos debían ser quemados. Esta orden no fue obedecida, excepto en Francia, donde obligaron a los judíos bajo el dolor de la muerte a entregar sus textos. El rey Louis IX ordenó que cuatro de los rabinos más distinguidos de Francia contestaran Donin en un debate público. Sin embargo, el intento de los rabinos fue en vano. La comisión condenó al Talmud a ser quemado. En 1242, se arrojaron al fuego veinticuatro cargas de carro (diez a doce mil volúmenes) de escritos. Recordemos que todo era manuscrito (antes de la invención de la imprenta), por lo que la pérdida era inconmensurable.
Pablo Christiani, una figura del siglo trece, nació en una familia judía piadosa, con el nombre Shaul. Se convirtió en cristiano y en fraile dominicano.
Previo el debate de Barcelona en 1263, era conocido por seguir el modelo de Nicolás Donin en su intento de vedar el Talmud. Sus argumentos se centraron en el material “irracional” dentro del texto. Su rol en el debate de Barcelona con Ramba”n (Najmánides) consistía en intentar una nueva técnica misionera para atraer a los judíos al cristianismo. Sin embargo, su estentóreo fracaso en el debate no lo desalentó. Provisto de cartas de protección del Rey Jaime I de Aragón, continuó sus viajes de misionero, obligando a los judíos en todas partes a escuchar sus discursos y contestar sus preguntas, en las sinagogas en los rezos de Shabbat obligatoriamente o dondequiera que a él más le complaciera. Requirió hasta que ellos sufragaran los gastos de su misión.
A pesar de la protección que le concedió el rey, Christiani no se encontró con el éxito que había anticipado; por lo tanto, fue al Papa Clemente IV y denunció el Talmud, afirmando que éste contenía pasajes despectivos acerca de Jesús y María.
El Papa publicó una comunicación al Obispo de Tarragona, exigiéndole presentar todas las copias del Talmud para ser examinadas por los dominicanos y franciscanos. En la comisión designada por el rey, Christiani sería uno de sus miembros, para actuar como censor del Talmud; así ellos borraron todos los pasajes que creían ser hostiles al cristianismo.
En 1269 Christiani intercedió ante el Rey Luis IX de Francia y obtuvo el edicto canónico que requiere a judíos llevar puestas insignias que los identificaran en su vestimenta en todo momento (sombreros especiales que los ridiculizaban).
Alfonso de Valladolid, nacido judío con el nombre Avner de Burgos fue rabino y escritor. Educado en una firme tradición judía rabínica, se interesó por la teología cristiana y en 1295 abjuró la religión mosaica abrazando el cristianismo, por lo que se bautizó y fue conocido desde entonces con el título y nombre de Maestro Alfonso de Valladolid. Afirmó que su conversión estuvo motivada por un sueño de un varón que le invitaba a abandonar sus creencias y seguir los evangelios; lo cierto es que sus creencias mosaicas sufrieron un duro revés cuando en 1295 se reunieron los judíos de Ávila y Ayllón para esperar la llegada del Mesías prometido según anunciaron dos de sus “profetas” de entonces. Sabía hebreo, latín y castellano y conocía al dedillo la tradición talmúdica y cristiana; aparte de medicina, estaba también muy versado en astronomía y astrología. Su obra escrita está, sin embargo, orientada exclusivamente a combatir su antigua fe para que los judíos apostataran. Gerónimo de Santa Fe, Ibn Vives Lorki (Iehoshúa ben Iosef), fue un judío convertido y médico español. A fin de mostrar su celo por la nueva fe trató de persuadir a sus antiguos co-creyentes a abrazar el cristianismo, creando en ellos sospechas sobre su religión. Ofreció demostrar del Talmud que el Mashiaj ya había llegado (en la persona de Jesús). Para lograrlo, indujo al Papa Benedicto XIII, cuyo médico era él, a organizar un debate público con judíos cultos. También él escribió artículos en los cuales imputó acusaciones contra los judíos repitiendo las viejas recriminaciones calumniosas. Ninguno de todos los conversos “cultos” que renegaron de su raíz y tanto bregaron or la nueva fe, fueron bien vistos ni aceptados por los gentiles, lo que los llevaba a actuar con más odio. En ninguna de las polémicas con los Sabios judíos salieron airosos, sino todo lo contrario. Y, a la vez, a pesar de su traición y propaganda, lograron justamente cohesionar al resto de los judíos de su época, de os cuales somos, por supuesto, orgullosos descendientes.
Johannes Pfefferkorn (1469 - 1523) era un judío alemán convertido al cristianismo. Esto sucedió después de cometer un robo, donde fue encarcelado y para ser liberado se convirtió al cristianismo bautizádose junto a su familia. Predicó activamente contra los judíos e intentó destruir copias del Talmud, recurriendo a una campaña de panfletos calumniosos que los desacreditara, manifestando que las escrituras religiosas judías eran hostiles al cristianismo. Insistía que para un judío se consideraba una “buena acción” matar, o al menos burlarse, de los cristianos, por lo que sostenía que era el deber de todos los cristianos expulsar a los judíos de todas sus tierras aun si la ley prohibiera tal hecho. También predicó que los niños judíos deberían ser quitados de sus padres y educados como católicos. Para concluir, escribió: “quién aflige a los judíos cumple con la voluntad de dios, mientras que quién los beneficia incurrirá en la condenación.”
Herz Homberg, tutor de uno de los hijos de Moses Mendelsohn, fue uno de los miembros más prominentes del movimiento de la Haskalá (iluminismo). Homberg fue censor de libros judíos del gobierno austríaco, y desde ese puesto denunció las prácticas religiosas judías ante las autoridades. No dejó de amenazar a los rabinos y a los judíos tradicionales de Galicia (Polonia) para que educaran a los jóvenes de acuerdo a sus ideas, y, como en tantas otras instancias de sus partidarios reformistas contemporáneos, empleó la fuerza del gobierno antisemita para imponer ideas sobre los judíos, hasta en sus espacios privados, clausurando los Jadarim (escuelas tradicionales), y, al encontrar resistencia, sugirió a las autoridades imponer un impuesto a las velas de Shabbat para obligar a los judíos a asistir a sus escuelas. En tiempos más modernos, los iluministas de Rusia no escatimaron esfuerzos al unirse al régimen de los malvados zares para luchar en contra del judaísmo tradicional.
Más tarde, la Yevsektsiya (sección judía del partido comunista soviético) fue establecida para popularizar el marxismo y animar la lealtad al régimen soviético entre los judíos rusos. Los miembros de Yevsektsiya eran la gente del origen judío, que, sin embargo, eran hostiles a la enseñanza judía tradicional, y, en cambio, procuraron activamente asimilar a los judíos a la nueva sociedad soviética.
Aun más reciente se vivió este mismo fenómeno. Los tristemente célebres Kapos (término usado para ciertos presos que trabajaban en los guettos y dentro de los campos de concentración nazis en varias posiciones a cambio de recibir los privilegios). Los nazis aprovecharon la debilidad de carácter de algunos judíos para someter a sus propios hermanos. Estos tenían a cargo a los presos normales y eran a menudo muy brutales con sus correligionarios. Si bien quizás no sea totalmente idéntico, hoy se conoce este fenómeno como el “síndrome de Estocolmo”. En varias oportunidades, se encontró que las víctimas de secuestros desarrollaron una relación de complicidad con sus secuestradores, ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía, muchas veces cooperando para salvarse ellos mismos, bajo la falsa ilusión que al cumplir los deseos de sus captores su vida estaría más protegida.
Así también ocurrió en nuestra historia, que junto a los innumerables ejemplos de heroísmo, hubo víctimas que al flaquear trataron de justificarse y convencerse de la benignidad de nuestros opresores, e identificase con sus motivos (ver también Rash”í en Avodá Zará 54. “vadai”, donde hace alusión al factor que hay judíos que caen moralmente al observar el “triunfo” de los enemigos).
Un famoso pasaje del TaNa”J hace alusión a este fenómeno, cuando dice que “tus destructores y tus desoladores se apartarán de ti” (Ieshaiahu 49:17). Sin embargo, no solo existieron aquellos que se cruzaron completamente para formar parte de las filas de los enemigos, como las que acabamos de exponer. En cierta medida, este fenómeno también se exteriorizó y se sigue expresando de modo más sutil. ¿Cómo es esto?
Especialmente en los últimos siglos hubo judíos que sostuvieron que serían más admitidos por la sociedad en la que vivían si su proceder era más parecido al de sus vecinos (“sin perder su esencia”).
Sin embargo, esta tesitura es totalmente errada. Al contrario: cuanto más intentamos asimilarnos a los conciudadanos, más recelo causamos en ellos. Así lo enseña el pasaje del profeta Malají (2:9, Metzudot) “os he dispuesto despreciados y repudiados ante el pueblo (vecino), en la misma medida en la que ustedes no obedecen Mis caminos” (Meshej Jojmá, Esther).
Así también ocurrió con Hamán a quien no le importó que los judíos fueran, o no, celosos de sus leyes, y odiaba a todos los judíos - aun a los renegados (Esther 9:24), y lo mismo sucedió tristemente en Europa en el último siglo. La noche previa a la salida de Egipto, aconteció la plaga de la muerte de los primogénitos. Allí (Shmot 12:22), la Torá dice que los hebreos tenían prohibido salir de sus casas hasta que se hiciera de día. Nuevamente, Meshej Jojmá, nos indica que esta proscripción fue una señal para el futuro. “No salgáis de la puerta de vuestros hogares hasta la mañana…”. Mientras perdure el exilio (o sea, figurativamente “la noche”), los judíos deben permanecer cercanos entre sí, cuidando los “cercos” que los Sabios han establecido para evitar el contacto social con los miembros de las demás naciones. No obstante, cuesta mucho aceptar esta idea. Intentaremos ilustrar con un ejemplo práctico: Un judío contemporáneo, fiel observante de las Mitzvot, galardonado con un premio de fama mundial visita nuestras orillas. Los judíos sentimos orgullo porque “uno de los nuestros” logró tal reconocimiento. Pero preguntará Ud.: ¿hay algo malo en esto?, ¿el galardón no está bien merecido? ¿Por qué no sentir satisfacción al ver que un judío que porta orgullosamente su Kipá recibe una condecoración célebre? La respuesta no radica en que esa persona tuviera alguna falla. Seguramente tiene muy merecido el premio que recibe. Sin duda merece nuestros aplausos. Pero: ¿por qué solamente si es judío? ¿acaso si el descubridor o el inventor fuese de otro credo, no merece aquella misma aclamación? Sin embargo, el motivo por el sentimos orgullo es porque esa persona - que es distinguida con el homenaje - es “uno de los nuestros”. O sea: mostramos a “ellos” (al mundo gentil) que “nosotros” (los judíos “religiosos”) no somos menos que ellos - según los cánones que ellos proponen. ¡Cómo - acaso - son capaces de despreciarnos, o pensar que somos inferiores, cuando esta persona claramente demuestra lo contrario! - creemos. Todo esto parece muy justificado, y hasta veraz.
Pero, oculto hay un velado sentimiento de auto-desprecio. Internamente, aceptamos que debemos justificarnos según “sus” parámetros. Quizás parezca insignificante. O fuera de contexto. Pero no. En el inconciente colectivo contemporáneo, incluidos algunos círculos observantes, está la idea de hacer todo lo posible para ser “aprobados” por la sociedad que nos rodea, aun si en ese eso implica cierto grado de auto-desvaloración. Desde la emancipación de nuestros abuelos en Europa, se instaló en la mente de los judíos que hay que adaptar nuestra forma de pensar para que sea aceptable por otros y que, quizás, los demás sepan mejor que nosotros. Esto llevó habitualmente a olvidar nuestra identidad judia poniendo de manifiesto la falta de auto-aprecio.
Conociendo nuestra historia, no debemos caer en los mismos errores que ya se cometieron una y otra vez. El aparato de propaganda, aun si no está dirigido especialmente hacia los judíos para abandonar sus creencias, constituye un elemento más que peligroso. Somos responsables de exhibir orgullo judío según los criterios inherentes a la Torá. Tanto en el plano intelectual, como en el modo de mostrarnos en público, no debemos esconder nuestra identidad. Y si efectivamente nos conducimos franca y abiertamente con la auténtica satisfacción de pertenecer a la nación a la que tenemos el honor de corresponder, este será indudablemente el comienzo de nuestra redención.
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