Harav Iosef Friedenson, historiador y escritor de varios libros referidos a la Segunda Guerra Mundial, es Redactor de “Dos Yidishe Vort”, periódico de “Agudat Israel” de Norte América que se publica en yidish. La ceremonia de Clausura del Talmud en el MetLife Stadium y su transmisión a través de todo el mundo puede interpretarse de diversas maneras: para una gran parte de los asistentes es tiempo de alegría por sus logros personales pues han completado el estudio de todo el Sha”s. Para otros es la oportunidad de compartir un momento histórico demostrando con orgullo su identificación con la Torá. Para mí, sobreviviente de aquella terrible destrucción en Europa, esta circunstancia significa ante todo, un día triunfal. Salvado del ghetto de Varsovia y de varios campos de concentración esta ocasión atestigua por sí misma: “¡Netzaj Israel lo ieshaker!” (“¡La Gloria de Israel no mentirá!”). Somos un pueblo eterno. ¡Am Israel existirá por siempre! Recuerdo mi infancia cuando los nazis comenzaron a extender su fuego y su odio contra los Iehudím, que solían dirigir filosas lanzas hacia nuestro pueblo y su Torá, en especial hacia el Sha”s; apuntes, redacciones y también incitaciones por radio informaban que el Talmud, fuente sanguínea del mundo judío, representaba - desde su punto de vista - un peligro para el futuro del planeta. Las horribles caricaturas y sus escritos también eran provocaciones contra el Talmud. Guardo en la memoria un incidente ocurrido en nuestra casa en Lodz. Aquello sucedió apenas los nazis (borrados sean sus nombres) conquistaron Polonia. Dos oficiales alemanes irrumpieron en nuestro hogar y comenzaron a saquear todo lo que aparecía frente a sus manos. Mi madre (de Bendita Memoria) les alcanzó un paquete con dinero albergando la esperanza que con ello nos dejarían en paz. Cuando por fin comenzaban a retirarse, uno de los asesinos notó la biblioteca ubicada en la habitación. Sus ojos posaron la mirada sobre el Sha”s de Vilna revestido en cuero que pertenecía a papá. Enseguida me increpó acerca de esos libros. Le contesté con ingenuidad que aquello era el Talmud. Los malvados reaccionaron a consecuencia de mis palabras cual caldera de agua hirviendo arrojada sobre un torso despojado de atuendo. Sus caras enrojecieron de ira. “¡El Talmud! – bramó uno de ellos, como si no fuera su propia voz. Se inclinó hasta el estante y arrancó un volumen. Luego entre los dos arrastraron los libros restantes. Con ardiente brutalidad los tiraron al piso y sus botas comenzaron a pisotear y romper un ejemplar detrás de otro. Como las Guemarot gozaban de una buena encuadernación no les resultó tan fácil destruirlas. Decidieron entonces arrancar con las manos hoja por hoja para luego lanzarlas desde la ventana hacia la calle. Recuerdo que yo estaba parado en un rincón congelado de miedo mirando con horror aquella escena tan dura. Esos animales salvajes estuvieron terriblemente desaforados durante una hora. Con energía rompieron todo el Sha”s y otras obras sagradas. Aquél vandálico pogrom contra los sagrados textos de papá quedó marcado en mi memoria como una huella de desasosiego y sobresalto que perdura hasta el día de hoy. En realidad, ese episodio fue mi primer encuentro con esos malditos, animales con cuerpo de hombre. Apenas escucharon la palabra Talmud, replicaron el odio del régimen nazi hacia la Torá y sus maestros. Es por esa aversión que ni bien invadieron Polonia, uno de los primeros decretos fue no aceptar solicitudes de visas para rabinos y maestros que desearan salir de Europa, con el pretexto que ellos tienen la fuerza de transplantar – transmitir judaísmo. Y tenían razón. Ellos entendieron perfectamente que el Talmud es el símbolo universal de bondad y rectitud. Sabían que la Torá es la brújula que marca el camino de una vida de sumisión, de generosidad para con el semejante, aleja de la abyección y los deseos impuros de este mundo. Aquellas cuestiones eran justamente opuestas a su maldita cultura construida sobre la arrogancia y la abominación sin límites. Afirmaban que mientras el Talmud exista, ellos no tendrían la posibilidad de conquistar el mundo. Los perversos alemanes comprendieron que el secreto de la eternidad del pueblo judío está basado en su unión a las Fuentes, y por ello se ocuparon desde el principio de destruir el judaísmo europeo oriental que ante sus ojos estaba simbolizado por el Talmud y sus maestros. Recuerdo cómo habíamos llevado a cabo el Tercer Sium del Sha”s en el mes de Jeshván de 5706 en uno de los campos de refugiados en Feldafing, Alemania. Éramos un pequeño grupo de personas que habíamos sido obligados a abandonar nuestro lugar de residencia, un remanente de los judíos polacos que casi habíamos sido “barridos” del mundo. En el lugar sólo se encontraban tres ejemplares de la Guemará, una clara señal de la lamentable situación en la cual se encontraba el Klal Israel en aquellos momentos. Rememorábamos la Clausura anterior del Sha”s ocurrida en Lublin antes de la guerra, cuando decenas de miles de Iehudím asistieron con gran regocijo. Ahora habíamos sobrevivido sólo unos pocos frágiles judíos y con sólo tres Guemarot. El festejo de este año en cambio, contó con la participación de 150.000 judíos a través de todo Norte América, además de los miles de hermanos que compartieron en vivo este suceso alrededor del mundo. La emoción me embarga; es difícil describir este íntimo sentimiento y plasmarlo sobre una hoja de papel. Efectivamente, los nazis (borrados sean sus nombres) comprendieron perfectamente cuál era el secreto de la existencia de nuestro pueblo. Y eso fue lo quisieron destruir. Ellos intentaron hacer desaparecer los volúmenes de la biblioteca y su contenido, el sagrado Talmud que unió a todo Am Israel a través de las generaciones. Pero gracias a la ayuda del Todopoderoso no lo lograron. ¡El pueblo judío es eternidad! ¡La sagrada Torá, el Talmud son eternidad! Aunque nos asesinen, atormenten o quemen, mientras tengamos firmes lazos con nuestra sagrada tradición ningún enemigo podrá doblegarnos. Deberíamos tratar de comprender cuán profunda es la Bondad Celestial al observar el maravilloso renacer actual de la observancia. Aún no han pasado 70 años desde la amarga destrucción. En aquella época ninguno de nosotros hubiera soñado que cientos de miles de judíos se irían a reunir para celebrar juntos ni más ni menos, que el Sium del Talmud. De aquellos tres únicos volúmenes que fueron salvados del fuego y la ceniza de esa gran tragedia universal, surgió el mayor renacimiento de judaísmo de la historia. La celebración actual de la Clausura del Sha”s marca el tiempo de mi triunfo personal, una victoria para todos los sobrevivientes de la amarga lucha, pero por sobre todo, de conquista para cada uno y uno de los estudiantes del Talmud!
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