Uno de los 24 libros que componen el TaNa”J se denomina Meguilat Kohelet y se atribuye al Rey Shlomo. A simple vista - en particular tomando en cuenta nuestra visión superficial de la humana existencia y de contemplar las circunstancias de la vida, el texto nos deja una sensación muy fuerte a tristeza, lúgubre y sombría. El contenido de Kohelet describe de manera muy real el carácter pasajero de la vida y lo breve y efímero de la existencia de cada individuo. Asimismo, traza de modo muy crudo y vívido el flagelo de los sufrimientos de algunos humanos a manos de sus semejantes. Condena con términos muy severos la mezquindad y las otras malas cualidades de los seres humanos. Continúa narrando la caducidad de los proyectos de las personas y la futilidad de cuestiones banales a las que el conjunto de la humanidad suele atribuir importancia exagerada. Hacia el último capítulo utiliza la metáfora para retratar el modo penoso en que la vejez va consumiendo las funciones y prestezas que en años más mozos parecían ser eternas. Al final de Kohelet, y luego de haber considerado todas las diferentes alternativas de vida - aconseja a las personas a temer al Todopoderoso y cumplir sus leyes - pues ese es el contenido de la vida.
Evidentemente, esta clase de enseñanzas son eludidas por aquel que prefiere taparse los ojos ante todo lo que es serio y sobrio. La vida “moderna” vendió a las personas la idea y la sensación de que existe un “pasar” (por la vida) suave, indoloro, sin significado e inconducente. Reflexiones como aquellas que se repiten una y otra vez en Kohelet incomodan a quienes prefieren no meditar acerca de la esencia de la vida.
En cierta oportunidad, había una persona que se estaba mofando de la torpeza de un pobre hombre. El Jafetz Jaim lo escuchó reír y le preguntó qué era lo que le parecía tan gracioso. “Imagínese” - respondió el que se creía gracioso - “este hom bre En cierta oportunidad, había una persona que se estaba mofando de la torpeza de un pobre hombre. El Jafetz Jaim lo escuchó reír y le preguntó qué era lo que le parecía tan gracioso. “Imagínese” - respondió el que se creía gracioso - “este hombre dice que se vino viajando desde Aisheshuk (que quedaba a unos 20 Kilómetros de Radin - un viaje considerable para cierta gente en aquella época) y lo único que trajo consigo a la vuelta es una latita de “Tabak” (el rapé perfumado que se solía utilizar como aroma)…” El Jafetz Jaim lo escuchó y lo amonestó con una reflexión: “Imagínate tú” - le dijo - “hay personas que hacen un viaje de 120 años hasta este mundo - y cuando vuelven tienen tan poco para mostrar de lo que consiguieron aquí…”
El pasaje de Kohelet (11:1) reza: “Echa tu pan sobre las aguas, pues con el correr de los días lo encontrarás”… Con esta metáfora, el rey Shlomo nos exhorta a trascender nuestro impulso natural por preocuparnos únicamente de nuestro bienestar, y - en cambio - mirar más allá y ver el beneficio de las acciones que no tienen un rédito inmediato. Del mismo modo en que Itró invitó a Moshé gratuitamente a su casa (cuando era un “simple” exiliado de Egipto en Midián), y terminó siendo suegro de nadie menos que Moshé Rabeinu, así también toda acción noble será respondida por D”s, Quien jamás olvida de retribuir cada una de las acciones del ser humano. Según el comentario del R. Moshé Alshij, esto se refiere a aquel que socorre a otro sin saber a quien está auxiliando (tal como echar el pan a las aguas sin saber quién es que lo comerá), lo cual constituye la manera más elevada de cumplir con el precepto de Tzedaká.
Hace ya algunos años un abuelo - ya muy avanzado en edad - recibió una carta de su nieta que residía en Petaj Tikva. En la misma, su nieta - ya casada y embarazada de su primer hijo le cuenta el siguiente episodio. Trabajaba en una empresa que tenía pocos empleados, y estaba preocupada por lo que iba a suceder después que a ella le naciera el bebé. Su marido estaba sin trabajo, y su hermano, que residía con ellos tampoco tenía aún ingresos, con lo cual ella era la única que traía un sueldo del cual estaban viviendo. Su preocupación en ese momento era que no pudiera seguir en el empleo después del parto, y que no tuvieran de qué vivir. Varias veces había querido expresar su inquietud al patrón, pero siempre le parecía que no era el momento adecuado. Un día muy lluvioso, se quedaron todos en la oficina la hora del almuerzo, pues resultaba difícil salir. Sentados todos juntos y distendidos - algo que no sucedía con frecuencia, comenzaron a narrar cada uno cosas de su vida personal. Decidió que este era el momento oportuno de hacer saber su incertidumbre al empresario. Sin querer ponerlo en un aprieto, ella contó su situación a todos esperando que su jefe reaccione de manera positiva. Sin embargo, el jefe no dijo nada en el momento, sino que permaneció reflexivo durante unos minutos mientras la conversación derivaba de tema en tema. Cuando volvió de su cavilación, comenzó a indagar a la señora acerca de su procedencia, de su familia, del lugar en donde rezaba su padre, del nombre de sus familiares, etc. Ella fue respondiendo asombrada a cada una de las preguntas. De repente, el patrón salió de la habitación, dejando a todos sorprendidos. Cuando volvió, se le notaba en los ojos que había estado lagrimeando. Todos quedaron callados, mientras él comenzó a narrar una sorprendente e impactante historia: “Hace muchos años vivían en Flatbush (barrio de Nueva York) dos electricistas que asistían a la misma sinagoga. Uno de ellos estaba en buena posición económica, porque pertenecía al sindicato y siempre estaba ocupado. El otro electricista, sin embargo, era muy pobre. Dado que vivían en la misma ruta, cuando salían de la sinagoga en Shabbat, solían caminar algunas cuadras juntos, pero su relación era escasa. “Un día, el electricista pobre falleció repentinamente dejando una familia de niños desamparados. Toda la comunidad se conmovió, y se realizaron los rezos de la Shivá en su domicilio. Su compañero de camino de Shabbat, obviamente acudió el primer día a la Tefilá, y se sorprendió del estado de penuria que se vivía en aquel hogar. Sin preguntar, ingresó a la cocina de la casa, y encontró que las alacenas y la heladera estaban prácticamente vacías. “Decidió que no permitiría que las cosas quedaran así, y cuando llegó a la próxima Tefilá, cargó consigo bolsas y paquetes de alimentos que colocó en las alacenas. Este ejercicio se repitió durante todas las reuniones matutinas y vespertinas de la semana de duelo, a pesar de las protestas de la viuda que se fue percatando de lo que sucedía. Habían transcurrido apenas unos días de la primera semana de luto, cuando la viuda se comunicó con su benefactor: ‘Tengo en el sótano muchas herramientas y materiales de trabajo de mi marido. Gustosamente se las puede llevar. No pido más que U$S 100 por todo’. El hombre escuchó y puso sus manos a la obra. Durante dos semanas, trabajó en el sótano del fallecido colega ordenando todo lo que encontró y poniendo precio a cada artículo que se podía vender. Una vez concluida esa tarea se comunicó con todos los conocidos que trabajan en los gremios que podían llegar a interesarse por comprar los objetos en venta y organizó una “feria americana”. En un día recaudó U$S 3.000 que de inmediato entregó a la muy agradecida viuda.
Pasaron los años desde entonces. El electricista pobre cuya familia recibió todo este generoso apoyo en un momento tan crítico, fue mi padre. Yo era un niño en aquella época. Por otro lado, aquel que le prestó su dedicada asistencia fue tu abuelo… Jamás tuve oportunidad de mostrar mi gratitud hacia el noble gesto de él. Creo que hoy llegó el momento. “No te preocupes por tu futuro en tu trabajo, y dile a tu marido y a tu hermano que se acerquen mañana, pues habrá empleo para ellos también.
“¡Abuelo!” - terminó la carta de la feliz nieta - “estoy muy orgullosa de ti”.
¿Conocemos nuestro futuro personal? ¿sabemos qué sucederá mañana? Evidentemente, con tan solo una leve reflexión, Kohelet nos despierta hacia las realidades de la vida. No conocemos el mañana, pero estamos certeros de una cosa: D”s estará con nosotros. De eso se trata la vida en la Sucá.
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