En abril de 1955, hace más de 57 años, los reporteros de medios colmaron la sala de la biblioteca de la Universidad de Michigan. Fue entonces que el Dr. Francis Thompson Jr., director del Centro de Evaluación de la Vacuna contra la Poliomielitis de la Universidad de Michigan suspiró hondo por un momento antes de hacer su declaración en medio de la algarabía de los que habían ido a escucharlo: “En áreas controladas con placebos, la vacunación contra la poliomielitis resultó efectiva en un 68% contra la polio Tipo 1; 100% efectiva contra el Tipo 2, y 92% contra el Tipo 3”, dijo. Uno de los más temibles flagelos contra la humanidad había sido oficialmente controlado. El virus de la poliomielitis, o polio, tiene un gran poder para invadir el sistema nervioso central de la víctima, de ingresar a algunos nervios y atacar sus mecanismos para producir miles de copias de sí mismo en pocas horas. En los peores casos la enfermedad logra atacar la materia gris que recorre toda la médula ósea (de allí su nombre, poliomielitis, que significa “inflamación de la mielina”) o de matar los nervios de los músculos. Hasta hoy en día no se puede afirmar que la cura contra la polio es absoluta. En los años 1700 los médicos pensaban que la polio era una enfermedad de los dientes y trataban de curar a los niños por medio de sangrías o de quemarlos con hierros candentes. Desde los años 1880 en adelante, la enfermedad fue avanzando. La polio crece en el interior de una persona y se contagia por medio de los desechos humanos. Se cree que en tiempos en que se cuidaba menos la higiene, los bebés expuestos al virus en una edad muy temprana obtenían protección a través de los anticuerpos maternos y desarrollaban una resistencia duradera a la enfermedad. Pero pese a que los padres linpiaban las calles y cubrían las alcantarillas, la amenaza de la polio crecía. Es por eso que la primera gran epidemia azotó a lugares sanitizados como Nueva York, que tuvo su primer epidemia en 1916. Luego la epidemia se extendió a todo el país. En Agosto de ese año, Los Angeles Times informaba acerca de los ingentes esfuerzos realizados para evitar la diseminación de la enfermedad. “Muchos inspectores…se establecían en las estaciones de tren, en los ferrys y los transportes marítimos a lo largo del Rio Delaware…para evitar que todos los niños menores de 16 años cruzaran hacia Pennsylvania sin contar con certificados de salud”. A nivel nacional, la epidemia de ese año causó 9.000 víctimas y 2.343 muertos. Desde entonces en adelante, no pasó un año sin alguna epidemia. Durante los años ’40 y ’50, la enfermedad infectó a millones de niños, dejando a 640.000 de ellos con parálisis en sus piernas o en sus pulmones. Estos púltimos pasaron semanas, meses, o el resto de sus vidas en pulmotores, que eran unos recipientes como cajas que creaban un vacío fluctuante alrededor del pecho de los pacientes, permitiendo que los pulmones se llenaran de aire. Durante la década de 1930, este método para salvar vidas costaba alrededor de $1.500, el dinero suficiente como para comprar una casa. La polio causaba pánico en la gente. Durante una epidemia anual, los pacientes eran segregados socialmente y en sus casas se pegaba un cartel que advertía: “PARALISIS INFANTIL, Poliomielytis. A todas aquellas personas que no ocupen este predio se les advierte de la presencia de parálisis infantil dentro del mismo y se les aconseja que no entren. La persona con parálisis infantil no debe abandonar el departamento hasta que se quite este cartel, lo cual hará un empleado del Departamento de Salud. Por orden del Ministerio de Salud”. Durante las epidemias se evitaba que los niños menores de 16 años fueran a una ciudad. Las piletas de natación eran cerradas y los teatros estaban desiertos. El Presidente Franklin D. Roosvelt sufrió de polio durante su adolescencia y sus piernas estaban paralizadas. Durante los actos políticos, cuando se sacaban fotos, por lo general se sentaba para ocultar su discapacidad. Roosvelt creo un fondo especial en 1938 para combatir el flagelo y alentó a la población a que hiciera donaciones. A comienzos de los años 1950, un médico judío pionero, el Dr. Jonas Edward Salk (co-inventor de la primera vacuna contra la gripe durante la Segunda Guerra Mundial) desarrolló una vacuna con un virus muerto. Esta actúa generando en el cuerpo la impresión de estar infectado con polio y hacer que produzca anticuerpos contra la amenaza imaginaria. Entonces, si la polio real llegara a atacar en el futuro, el cuerpo estaría lleno de anticuerpos capacer de frenar la enfermedad desde el comienzo y antes de que quede fuera de control. En 1954, Salk probó la vacuna en un experimento que incluía a 650.000 niños en 211 distritos de salud de 44 estados. El tuvo éxito pese a los rumores de que se habían preparado pequeños ataúdes blancos para recibir a las posibles víctimas del experimento. Desde entonces, la polio en los EE.UU. fue liquidada. El número de casos reportados en 1960 fueron de 3.000 y de allí en más llegaron a cero. Mientras tanto, otro investigador judío, el Dr. Albert Sabin, estaba desarrollando una vacuna diferente basada en virus vivos criados en laboratorios o en animales para volverlos lo suficientemente fuertes como para inducir al organismo a producir anticuerpos, pero lo suficientemente débiles como para provocar la enfermedad. Muchos de sus experimentos fueron llevados a cabo en la Rusia soviética. Durante años los dos campos combatieron: los adherentes a la vacuna viva contra los entusiastas de la vacuna muerta. El campo del virus muerto del Dr. Salk reclamaba legítimamente que las vacunas con virus vivos tenían la posibilidad de afectar a la gente provocándoles la enfermedad mientras trataban de prevenirla, en tanto que el campo de los virus vivos del Dr. Sabin decían que su vacuna era más fácil de suministrar (en forma oral versus la inyectable) y requería menos dosis de aplicación. Desde entonces, la vacuna de Sabin obtuvo una licencia en 1961 y los departamentos de salud se han roto la cabeza tratando de elegir entre una de las dos vacunas. Inicialmente, los EE.UU. eligieron la vacuna viva debido a su mejor eficiencia, aceptando el riesgo de infligir polio en un porcentaje anual de 4 por millón. Debido a este pequeño riesgo, y al peligro de que el niño recientemente vacunado pueda contagiar a algunas personas con sistemas inmunitarios débiles, el Centro de Control de Enfermedades decidieron cambiar por la vacuna con el virus muerto en el año 2000.
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