Después de la segunda guerra mundial, la caza de criminales nazis fue llevada adelante principalmente por supervivientes del Holocausto. Se hacían llamar nokmim, “vengadores”.
Después de la segunda guerra mundial, la caza de criminales nazis fue llevada adelante principalmente por supervivientes del Holocausto. Se hacían llamar nokmim, “vengadores”. No llevaban a juicio a los nazis, los ejecutaban. Rafi Eitan, a cargo del Mossad a fines de los 50, sabía que oficialmente, en Israel había poco interés por perseguir criminales de guerra. Era un asunto de prioridades. Como nación, Israel era muy endeble, rodeada por países árabes hostiles. Se vivía el día a día. El país estaba muy mal económicamente. No había dinero para enmendar los males del pasado.
En 1957 el Mossad recibió la impactante noticia de que Eichmann había sido visto en Argentina. Rafi Eitan, figura destacada por sus incursiones contra los árabes, tenía la misión de capturarlo y llevarlo a juicio en Israel.
El resultado sería muy beneficioso. Un acto de justicia divina para su pueblo. Recordaría al mundo los horrores de los campos
de concentración y aseguraría que nunca más volvería a ocurrir. Ningún otro servicio se había propuesto algo tan osado. Los riesgos eran enormes: trabajarían a miles de kilómetros del país, viajando con documentos falsos, confiando solamente en sí mismos y en un ambiente hostil. Argentina era por entonces, y gracias a Perón un santuario de nazis. Un equipo del Mossad podía terminar en la cárcel o muerto.
Dos años pasó Rafi Eitan esperando que se confirmara la primera identificación: el hombre que vivía en el conurbano de Buenos Aires, en la localidad de San Fernando, bajo el alias de Ricardo Klement era Adolf Eichmann.
Al dar la orden de partir, Eitan se volvió frío como el hielo. Sabía todo lo que podía salir mal. Las repercusiones políticas,
diplomáticas y, para él, profesionales, serían enormes. También se había preguntado que ocurriría si después de capturar a Eichmann intervenía la policía argentina. “Decidí que estrangularía a Eichmann con mis propias manos. Si me apresaban, argumentaría ante los tribunales que se trataba del bíblico ojo por ojo.”
Con fondos del Mossad, El Al, la compañía aérea israelí, había comprado un avión Britannia pazzzzzzra el vuelo a Buenos Aires. Rafi Eitan recordaba: “Mandamos a alguien a Inglaterra a comprarlo. Entregó el dinero y nosotros nos quedamos en el avión.
Oficialmente, el vuelo a Argentina llevaba a la delegación israelí a los festejos del 150 aniversario de la Revolución de Mayo. Ninguno de los delegados sabía a qué íbamos ni que habíamos construido una celda especial en el fondo de la aeronave para llevar a Eichmann”.
Rafi Eitan y su equipo llegaron a Buenos Aires el 1 de mayo de 1960. Se mudaron a uno de los siete pisos que habían alquilado previamente. Uno llevaba el nombre de “Maoz” (fortaleza). Era la base de operaciones. Otra vivienda era “Tira” (palacio) y estaba destinada a albergar a Eichmann después de su captura. Las otras servirían en caso de que Eichmann tuviera que ser trasladado debido a la presión policial. Una docena de coches había sido alquilada para la operación.
Con todo listo, Rafi Eitan se sentía confiado y seguro. Las dudas sobre el fracaso habían desaparecido: la expectativa de la acción se había impuesto a la tensión de la espera. Durante tres días, él y sus hombres mantuvieron una discreta vigilancia sobre Eichmann, que en otro tiempo había viajado en un Mercedes con chofer y ahora tomaba el ómnibus 203 y bajaba en la calle Garibaldi, en San Fernando, tan puntualmente como alguna vez había firmado las órdenes para enviar gente a los campos de la muerte.
La noche del 10 de mayo de 1960 eligió para el golpe a un chofer y dos hombres que deberían reducir a Eichmann una vez que estuviera en el auto. Eitan se sentaría junto al chofer “por las dudas”.
La operación se hizo la noche siguiente. A las 20 hs. del 11 de mayo, el equipo entró en la calle Garibaldi. A las 20:06 el secuestrador abrió la puerta del auto y caminó detrás de Eichmann. El criminal caminaba rápido, quería llegar a su casa a cenar. El auto se acercó a Eichmann. Apenas tuvo tiempo de darse vuelta y mirar con asombro al especialista que salía del auto. El hombre tropezó con el cordón de uno de sus zapatos y casi se cae. Rafi Eitan había recorrido medio planeta para atrapar al responsable de mandar a seis millones de judíos a la muerte y podían perderlo por un cordón mal atado. Eichmann apretó el paso. Rafi Eitan saltó del coche.
“Lo agarré por el cuello con tanta fuerza que los ojos se le desorbitaron. Un poco más y lo estrangulaba. El especialista ya estaba de pie, con la puerta del auto abierta. Arrojé a Eichmann al asiento trasero. El especialista entró rápidamente, sentándose casi encima del criminal. El asunto no duró más de quince segundos.”
Desde el asiento delantero, Eitan percibía la respiración pesada de Eichmann que trataba de recobrar el aliento. El especialista trató de relajarle la mandíbula y Eichmann se calmó. Incluso preguntó qué significaba aquel ultraje.
Nadie le contestó. En silencio llegaron al refugio, a 5 km de distancia. Rafi Eitan obligó a Eichmann a quitarse la ropa. Cotejó sus medidas con las de un archivo de las SS que había conseguido. No se sorprendió al ver que Eichmann había logrado borrarse el tatuaje de las SS. Pero sus medidas concordaban con las del archivo: el tamaño de la cabeza y las distancias del codo a la muñeca y de la rodilla al tobillo. Tenía a Eichmann encadenado a la cama. Durante diez horas se lo dejó en absoluto silencio. Rafi Eitan quería “aumentar su sensación de desamparo”. Antes del amanecer, Eichmann estaba completamente deprimido. “Le pregunté su nombre y me dio su alias: Ricardo Klement”. No, su nombre alemán, su nombre verdadero, el de las SS”. Se estiró en la cama como queriendo ponerse en posición de firme y contestó claro y alto: “Adolf Eichmann”. Ya no era necesario preguntar nada más.
Durante siete días Eichmann permaneció con sus captores en la casa. Nadie hablaba con él. Comía, se bañaba e iba al baño en completo silencio.
Para Rafi Eitan “guardar silencio era más que una necesidad operativa. No queríamos mostrarle a Eichmann que estábamos nerviosos. Eso le habría dado esperanzas. Necesitábamos que se sintiera tan desprotegido como mi gente cuando él la enviaba en tren a los campos”.
La decisión de cómo transportarlo al avión de El Al que esperaba para regresar con la delegación tuvo mucho de humor negro. Lo vistieron con el uniforme de vuelo sobrante que habían traído de Israel. Lo obligaron a beberse una botella de whisky que lo dejó sumido en un estado de profundo sopor.
Rafi Eitan y su equipo se pusieron los uniformes, y los rociaron deliberadamente con whisky.
Le colocaron una gorra en la cabeza a Eichmann y lo arrastraron al auto. Partieron hacia la base militar donde esperaba el Britannia, listo para salir, con los motores encendidos.
A la entrada de la base, los soldados argentinos pararon el auto. En el asiento de atrás, Eichmann roncaba. Rafi Eitan rememora: “El auto olía como una destilería. En ese momento ganamos el Oscar del Mossad! Hicimos de judíos borrachos que no podían aguantar el licor argentino. Los guardias parecían divertidos y ni siquiera miraron a Eichmann.
Cinco minutos después de la medianoche del 21 de mayo de 1960, el Britania despegó con Adolf Eichmann roncando en una celda en la parte de atrás del avión.
Después de un largo juicio, Eichmann fue hallado culpable de crímenes contra la humanidad. El día de la ejecución, el 31 de mayo de 1962, hace 50 años, Rafi Eitan se encontraba en el recinto de la prisión de Ramla. Eichmann me miró y dijo: “Llegará la hora de que me sigas, judío”. Y yo le contesté: “Pero no es hoy, Adolf, no es hoy”. Inmediatamente la trampa se abrió.
Eichmann emitió un leve sonido de ahogo. Se percibió el olor de la defecación, luego sólo el sonido de la cuerda al estirarse. Un sonido muy satisfactorio”.
Se había construido un horno especial para quemar el cadáver. Al cabo de pocas horas, las cenizas habían sido esparcidas en el mar, en un área extensa. Ben Gurión había ordenado que no quedaran rastros que pudieran alentar a los simpatizantes de Eichmann a convertirlo en un nazi de culto. Israel lo quería borrar de la faz de la tierra. Después el horno se desmanteló y nunca más se usó. Esa noche, Rafi Eitan se paró frente al mar, sintiéndose finalmente en paz, “sabiendo que había cumplido mi misión. Ese es siempre una sensación placentera”.
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