Los tiempos eran difíciles, muy difíciles.
El cielo gris sobre Radin parecía estar cubierto no con nubes, sino con una fina capa de acero. ¿Cómo podría un llamado angustiado de ayuda atravesar esa barrera aparentemente imposible? ¿Había incluso algún objetivo en pedir ayuda?
El Jafetz Jaim se reunió con el grupo de sus preocupados bajurim y les dijo: “Voy a contarles algo que me ha sucedido. Presten atención”.
El Jafetz Jaim se encontraba caminando por una calle de Radin cuando vio a un vendedor de manzanas pregonando su mercancía. El hombre levantaba el tono de su voz cuando pasaba algún transeúnte llamándolo para que le compre sus manzanas. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, nadie le prestaba la menor atención. La gente pasaba apurada y no se detenía a comprar nada.
Pocas horas más tarde el Jafetz Jaim regresó al mismo lugar. El vendedor de manzanas todavía estaba allí, gritando y pidiendo que le compren. Pero las manzanas también seguían allí en el mismo lugar.
“Yo me acerqué hasta el hombre”, les explicaba el Jafetz Jaim a sus bajurim, “y le pregunté por qué razón él seguía gritando puesto que eso no le traía ningún beneficio. El había estado parado en ese lugar durante todo el día y no había vendido ninguna manzana”.
“Rebbe, puede parecer que yo no consigo nada”, le respondió el vendedor de manzanas. “Pero la verdad es que cuando regreso a mi casa a la noche y hago las cuentas yo descubro que he ganado algo. Hashem me ha dado lo que yo necesito para vivir”.
El Jafetz Jaim miró a sus talmidim con una mirada penetrante que parecía ir hasta el fondo de sus almas. Y entonces dijo: “Comprendan esto bien. Una persona puede gritar. A veces puede ser que grite una sola vez. Otras veces puede gritar tres veces, o diez veces o cien veces. Pero siempre tenemos que gritar, porque si gritamos –si nosotros le rogamos a HaKadosh Baruj Hú que nos conteste- El nos contestará.
El nos contestará de la misma manera que El le responde al vendedor de manzanas, y del mismo modo en que le responde a cada Judío”.
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