El Rebe Elimelej de Lizhensk solía relatar la siguiente parábola sobre una segulá por parnasá para Pesaj.
Cierta vez había un rey que tenía un anillo muy valioso, y un día descubrió que le faltaba ese anillo. Luego de que sus siervos buscaron arriba y abajo sin poder encontrar el anillo el rey decidió hacer una búsqueda más extensa. Llamó a sus mensajeros y les dijo: “Vayan por toda la ciudad y difundan este mensaje en cada esquina y en cada manzana. Todo aquel que me busque el anillo recibirá un premio. Recibirá un pago por los esfuerzos realizados tanto si lo encuentra como si no lo hace.”
Naturalmente, cuando la gente oyó esta proclama se entusiasmaron mucho y se sumaron a la búsqueda del anillo del rey. La noticia llegó incluso hasta el barrio judío de la ciudad y hasta la casa de un matrimonio judío que eran tan pobres que no tenían dinero para comprar comida para Pesaj.
“Tú también deberías buscar”, le dijo a su marido la esposa. “El rey seguramente mantendrá su palabra y te dará un premio aún cuando no encuentres el anillo”.
El pobre judío prestó atención a las palabras de su esposa. Y se esforzó mucho tratando de encontrar el anillo del rey, pero no tuvo más éxito que todos los demás. El recibió el dinero que se le debía por los esfuerzos realizados y vio encantado que se trataba de una suma considerable. El pobre judío corrió entonces a comprar lo que su familia necesitaba para Pesaj, y trajo un poco demás.
“Este año vamos a recibir invitados para nuestro Seder”, le explicó el hombre a su mujer, quien aceptó contenta la idea.
En la noche del Seder el pobre hombre y su mujer se sentían como si fueran un rey y una reina. Su mesa estaba repleta de ricos manjares, gran cantidad de vino y de Matzot, y el aroma de la comida llenaba el espacio de su casa para recibir el Iom Tov.
Para completar su felicidad, su mesa estaba rodeada de varios invitados que se sumaron con entusiasmo a la lectura de los textos de la Hagadá.
Sin embargo, sin que el judío lo supiera, de algún modo se había hecho un enemigo de uno de los asesores del rey que era un conocido antisemita. Este asesor sabía que había una festividad judía y se coló en el barrio judío para espiar a los judíos y ver si podía tenderle una trampa al pobre hombre.
Cuando el asesor llegó hasta la casa del pobre judío y espió por la ventana y lo vió sentado junto con sus invitados alrededor de la mesa, supo exactamente lo que tenía que hacer.
“Su Majestad”, gritó el asesor casi exhausto por la velocidad con que había recorrido el camino de regreso al palacio, “usted ha sido trampeado por un nefasto judío. El tomó su dinero pero en lugar de buscar su anillo, en este mismo intante está sentado junto con sus amigos comiendo y bebiendo. Pero no se base sólo en lo que digo. Venga conmigo y vea con sus propios ojos que esto es verdad”.
El rey fue con su asesor hasta el barrio judío. Vio la escena que su asesor le había descripto, pero sin embargo, como era un buen rey, no quería pensar mal del judío.
“Los judíos deben tener alguna razón para sus actos”, le dijo el rey a su asesor. “Tal vez el invitó a esos hombres a su casa y les dio de comer y de beber debido a que desea interrogarlos, dado que es bien sabido que el vino hace soltar la lengua”.
Mientras el rey seguía hablando con su asesor afuera de la casa del pobre judío, el grupo que estaba adentro había llegado hasta el punto de la Hagadá donde es momento de decir ¡Dayeinu!.
El pobre judío les explicaba a sus invitados: “Mi familia tiene la siguiente costumbre: yo digo solo esta estrofa y todos me responden en voz alta “¡Dayeinu!”
Los invitados aceptaron contentos acompañar esa costumbre. El pobre judío leyó entonces la primer estrofa, y todos los invitados exclamaron…”
“¡Dayeinu!”?, exclamó el rey quien no había escuchado las palabras anteriores del pobre judío pero había oído el grito al unísono de los demás. “Pero, ¡ese es tu nombre!”, le dijo el rey a su asesor.
El asesor, quien por cierto se llamaba Dayenu, se puso pálido. Cuando intentó salir corriendo, los guardias del rey lo capturaron. Fue poco antes de que todo se aclarara. El hombre que había robado el anillo del rey no era otro que su asesor, Dayenu!
|
|
|