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El Jafetz Jaim, zt”l, una vez estaba sentado en un lugar de comida Kosher en Vilna cuando un hombre de aspecto rudo entró y ordenó que le sirvan carne y vino y comenzó a comer sin rezar una brajá.
El dueño del restaurante, quien notó que el Jafetz Jaim se sentía molesto por el hecho de que un judío se comportara de esa manera, discretamente le susurró una explicación.
El hombre era un cantonista –él había sido capturado cuando era muy joven y forzado a unirse a las fuerzas armadas del Zar, donde había olvidado todo lo que alguna vez había aprendido sobre Yidishkeit. La única mitzvá que todavía observaba era la Kashrut.
El Jafetz Jaim le agradeció al bodeguero la explicación que le había dado y se dirigió hacia el hombre, con una sonrisa amigable en su rostro.
“Reb Yid”, le dice respetuosamente, mirando profundamente a los ojos del hombre. “Tengo que decirle que en verdad yo lo envidio. Me contaron que usted sirvió en el ejército ruso durante años. Usted debe haber pasado por situaciones terribles allí, y sin embargo usted sigue manteniendo su identidad judía y hasta se asegura de comer solamente en establecimientos Kosher. Me gustaría ser tan virtuoso como usted, ya que entonces me aseguraría un sitio en el Mundo por Venir”.
El duro soldado entonces rompió en llanto ante las conmovedoras palabras del Jafetz Jaim. Y de allí en más, la gentileza con que lo habían tratado en ese restaurante lo condujo a recuperar completamente su Yiddishkeit.
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