Los mosquitos ya se han ido, gracias a D”s.
No sólo aquel que me estuvo molestando una mañana de verano en la sinagoga mientras me encontraba rezando, sino también todos sus amigos y sus parientes. Todos ellos desaparecieron por el otoño, el invierno y la primavera.
Y si todos ellos decidieran tomarse unas vacaciones colectivas de verano en algún lugar lejano el verano que viene, yo estoy dispuesto a pagarles alguna oferta de vuelo económico.
Me pueden contar entre los aficionados del tiempo frío. Yo detesto el calor, la humedad, y especiamente, los mosquitos. No se trata sólo de que nos pican horriblemente y nos producen ronchas, sino que además algunas de sus especies son portadoras de peligrosas enfermedades. En fin, los que se encuentran por estos lares no son de los más peligrosos, pero aún así…
Con respecto a aquel mosquito de la sinagoga, yo me imaginé que había sido enviado por Satán para impedir que me concentre. El volaba todo el tiempo alrededor mío y yo sacudía la mano y lo espantaba. El volvía otra vez y yo volvía a espantarlo. De buena gana lo hubiera despachado a la estratósfera, pero de algún modo pareció darse cuenta de que no era correcto darme una estocada final -incluso un simple insecto- en mi tallit y en mis tefillin.
Yo no digo que cuando uno reza está idealmente concentrado en lo que hace. Mi mente divaga muchas veces mientras rezo y muchas de las cosas que digo son más una rutina que una reflexión. Pero yo sí trato de concentrarme especialmente en las partes del servicio que requieren de una atención especial:
Kri’at Shemá, la Amidá, o el rezo en silencio (especialmente su primera berajá), y Ashrei. El Talmud requiere una especial atención en un versículo en particular en Ashrei: Poseaj et iadeja… “Tú abres Tus manos y ofreces lo que necesitan todas las cosas vivientes”.
Yo siempre me detengo allí sintiendo agradecimiento por tener comida en la mesa y paredes y un techo para resguardarme.
Aquella mañana, mientras yo decía el versículo, yo pensaba en cómo Hashem le provee incluso al nivel más rudimentario de la pirámide de la vida, el reino vegetal, todo que que precisa. Pocos días antes, haciendo una caminata con mi esposa por el norte de Nueva York, me detuve a observar una planta verdaderamente extraña. Se trataba de una flor pequeña y tanto su tallo como sus pétalos eran de un color intensamente blanco.
Cuando me detuve a mirarla examinándola mejor, me pregunté de dónde sacaba la energía para mantener su pequeña vida. Por lo general las plantas dependen de la clorofila, que es verde, para absorber energía de la luz solar. Pero esto no ocurría con ese organismo. Intrigado, cuando regresamos a casa me puse a hacer algunas investigaciones y descubrí que yo me había cruzado con una uniflora monotropa también conocida como Planta Fantasma, originaria de algunas partes de Asia, Norteamérica y el norte de Sudamérica.
Aparentemente ella genera su energía de un modo complejo, albergando algunos hongos que a su vez se simbiotizan con los árboles. Esto significa que la pequeña plantita blanca toma su alimento de segunda mano y “refinado”, de los hongos que a su vez lo reciben de los árboles por medio de la fotosíntesis.
“Provee lo necesario a todas las cosas vivientes”, no cabe duda, me dije aquella mañana maravillado ante la comprobación de cuán coincidentes eran esas palabras que yo decía con lo que representaba un cuasi organismo monotropa en mi mente.
Pero Satán no iba a conseguirlo. Mientras yo trataba de conjurar la imagen de la extraña plantita blanca y pensar en la Divina bendición de su capacidad para absorber la luz solar reciclada, el Pasuk de Poseaj fue interrumpido por los zumbidos agudos y penetrantes del chupasangre cerca de mi oido mientras se dirigía sin pausa directamente hacia mi nariz. Cuanto más lo espantaba, más zumbaba, y más lo espantaba.
Yo me di cuenta de que no debe suponerse que la concentración en la tefilla es necesariamente algo fácil. ¿Por qué debería estar menos sujeta a obstáculos que cualquier otro esfuerzo importante?
Pero con eso y todo, sin embargo, yo deseaba que ese bicho simplemente dejara de merodearme y me permitiera focalizarme en esas palabras tan importantes.
De algún modo, y luego de atravesar no pocas molestias, fue sólo despues de terminar de rezar que se me ocurrío que mi adversario volador, al tratar de hacer lo posible para encontrar un lugar de mi cuerpo donde aterrizar, hincando su aguijón en mi piel y extrayéndo un poco de mi sangre, lo que estaba tratando de hacer no era más que tomar parte en lo que D”s le había provisto como sustento –o, para ser más precisos biológicamente, el sustento de la joven vida que la mosquito-hembra portaba.
De modo tal que ese ser tenía la perfecta bendición de lo que contempla el versículo “Tú abres Tus manos…”.
En medio de mi molestia, yo me había perdido una oportunidad.
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