La Voz Judía


La Voz Judía
Alimento espiritual
Por Rav Yoel Schwartz

La misión espiritual del hombre, el hambre espiritual
“Y el espíritu tampoco estará satisfecho.”(Kohelet 6:7)

“Esta afirmación puede ser explicada con una parábola: En cierta ocasión se casó un plebeyo con la hija de un rey; aconteció que todo lo que él le regalaba no tenía para ella ningún valor. Así sucede con el alma: aún si se le brindaran todos los manjares de este mundo, no significarían nada para ella. ¿Por qué? Porque pertenece a una dimensión más elevada.”

El hombre, habiendo sido creado a imagen y semejanza de su Creador, indaga perpetuamente por sus raíces espirituales; el materialismo que lo rodea no puede brindarle lo que busca, puesto que, derivándose su espíritu de una fuente trascendental, sólo anhela el sustento espiritual. Y cuanto más se aleje el hombre de la fe en lo espiritual, tanto más sucumbirá frente a las garras de la desesperación.

El Dr. Cari Gustav Jung, eminente psicólogo suizo, en su libro “El hombre moderno en busca del espíritu”, afirma:
“Durante los últimos treinta años mucha gente proveniente de todos los rincones del planeta han acudido a mí en busca de consejo. He atendido a cientos de enfermos, un gran número de los cuales se hallaban en la segunda etapa de su vida, es decir, eran mayores de treinta y cinco años. De entre ellos no había uno solo cuyo problema de fondo no hubiera sido causado por una visión religiosa de la vida de índole depresiva. Se puede afirmar con seguridad que cada una de ellos se había enfermado a causa del abandono de todo aquello que la religión proporciona al creyente... y sólo lograban ser curadas si retornaban a una conciencia religiosa.”

Nuestra generación actual tiene a su disposición inmensas oportunidades para el placer material; y sin embargo, se halla más hambrienta de satisfacciones que ninguna otra que haya existido. Esto acontece porque carece de la satisfacción espiritual que el alma humana necesita.

La fe en Di-s impresa en el hombre

“Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, es alabado el nombre de Di-s” (Salmos 113:3)

El Rabino Eliahu Lopian formula la siguiente pregunta en relación con este versículo:
“Si, como sabemos, fue escrito durante una época histórica en la cual la idolatría se daba profusamente en el mundo, y sólo el pueblo judío había mantenido la fe en Di-s, ¿cómo es posible entonces que en el versículo se afirme que el Nombre de Di-s era alabado desde el nacimiento del sol hasta su ocaso?

“La respuesta a este interrogante es que el alma perpetuamente anhela a su Creador, como se encuentra escrito: “Mi alma tiene sed de Ti, mi carne Te anhela” (Salmos 63:2). Sin embargo, por lo general la paradójica reacción del hombre frente a esta sed es intentar saciarla con el culto a los ídolos. No obstante, si persistiese en su búsqueda, finalmente arribaría a la fe perfecta, tal y como le sucedió a Abraham. En esta búsqueda continua -que opera en ocasiones a niveles puramente subconscientes- se revela aquel anhelo del alma humana por su Creador que el Salmista plasmó en sus palabras. Por ello es que perennemente “alabado es el Nombre de Di-s”: inclusive si el mundo está lleno de ideologías idólatras que alejen al hombre del conocimiento del Altísimo.”

La universal creencia en un poder supra-terrenal -presente en todas las culturas de la humanidad- halla aquí su plena manifestación. Esta creencia se deriva del hecho de que la raíz misma de la fe en Di-s tuvo su origen en el primer hombre. Adán, auténtico ancestro de todo individuo que vive en nuestra época: en él, la idea misma de la universalidad humana se plasma en una expresión concreta. Este mismo concepto es desarrollado con mayor detalle en el artículo “Introducción a la Tora Escrita y a la Oral” de la Enciclopedia Hebrea:

“No existe razón alguna para ocultar a un niño el hecho de que nació de sus padres -ya que su origen mismo sería inexplicable al margen de ellos- y así como inclusive un niño cuya inteligencia todavía no se desarrolló completamente, intuitivamente sabe de la existencia de sus progenitores a partir de su propio ser, de la misma manera Adán supo y reconoció en Di-s, a su Creador. No había necesidad de exigirle este reconocimiento, mas en cambio sí le fue ordenado -a él y a sus descendientes- que no descuidaran esta creencia a fin de no incurrir en la idolatría.”

“Más aún. Adán fue un ser formado directamente por Di-s, siendo él la más selecta de entre todas Sus criaturas; poseyó la percepción de la Divinidad en un nivel sensiblemente elevado: su ser se hallaba inmerso dentro de la dimensión profética y mantenía una vinculación con Di-s semejante a la de Moisés.

“A partir de este origen histórico se ha derivado la creencia en el Ser Supremo. Esta creencia es universalmente compartida por todos los pueblos del planeta -incluso por tribus cuyos lazos con el mundo externo fueron cortados desde mucho tiempo antes- aún cuando en la gran mayoría de ellos esta noción se halle hasta cierto punto deformada.

“Este hecho no hubiera sido posible si la creencia en lo divino no les hubiera sido ya conocida a sus antepasados, a partir de quienes la humanidad entera se desarrolló y extendió por toda la tierra.

“No nos referimos aquí a los que voluntariamente rechazan el yugo divino, sino a aquella vasta mayoría de la humanidad cuya existencia gira alrededor de ciertas tradiciones religiosas. A pesar de la carencia de contacto entre estos pueblos durante miles de años, siempre subsistió como factor común entre ellos la creencia en la innegable realidad de un poder divino. Es hasta cierto punto irrelevante el apelativo particular con el que cada pueblo se refiere a este Poder; de la misma manera, todos los estudiosos de este tema se han visto obligados a reconocer que la religión no es propiedad exclusiva de ninguna cultura en particular. El hombre testifica por diversos medios que existe “algo” —inherente o trascendente al mundo — que es ontológicamente superior a él, y que no se halla constreñido por las limitaciones de la vida cotidiana como él mismo está. En términos generales, percibe que hay algo más allá del mundo que él puede reconocer, una fuerza esencialmente diferente de su propio ser, que determina el destino mismo del hombre.”

El Rabino Shlomo Wolbe añade la siguiente explicación:

“Enraizada en lo profundo del hombre se halla una “conexión” que lo vincula con esta Fuerza Superior, instándolo claramente a que se relacione y acerque a lo divino. Todo hombre posee la capacidad de rezar y siente también una urgencia interior de hacerlo, puesto que a través de la oración el ser humano percibe con un mayor grado de nitidez esta conexión con Di-s. Es posible que, sentado a su mesa y ocupado en sus pensamientos personales, el hombre no experimente ninguna inclinación por la religión o por Di-s; empero, basta que su vida corra peligro o que uno de sus seres queridos vacile entre los umbrales de la vida y la muerte, para que súbitamente se sienta capaz de rezarle con todo su ser al Uno que dispensa la vida y por cuya acción todo espíritu respira.”


Biografía del autor:
El Rabino Yoel Shwartz es un estudioso y prolífico escritor ha publicado más de 200 libros. Estudió en las grandes Yeshivot de Poneviz y Mir. Tuvo el merito de estudiar con el famoso Rosh Yeshiva de Yeshivat Mir, el rabino Jaim Shmuelevitch zt “l. En la actualidad se desempeña como Ram en la Yeshiva Dvar Yerushalayim. El Rabino Schwartz también ha sido consejero espiritual y educador desde el inicio del programa de alumnos de Yeshiva que se enrolan en el Ejército de Israel. Participó en el proyecto de creación de un tribunal y de la infraestructura para Bnei Noaj. El Rabino Schwartz es también el Presidente de la Corte Suprema, Av Beit Din, de este Tribunal, el Tribunal Especial para Cuestiones Relativas Bnei Noaj, conocido en hebreo como Beit Din L’inyanei Bnei Noaj, o BDBN. Reside en Jerusalén con su esposa, hijos y nietos.

 

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