Los profetas decretaron 4 ayunos en recuerdo de la destrucción de nuestro Bet haMikdash (el sagrado Templo de Ierushalaim).
Cronológicamente el primer ayuno es el que celebramos el 10 de Tevet, día en que los caldeos pusieron sitio definitivo a la ciudad de Ierushalaim (Melajim II 25:1).
Este acontecimiento marcó el comienzo del fin del primer Bet HaMikdash.
En las Selijot (oraciones de contrición) de este día, se mencionan ciertos sucesos adicionales que recordamos en esta fecha, pues acontecieron también en este mes y juntos se suman para convertir este día en uno de duelo.
Uno de ellos - también relacionado directamente con la destrucción del Templo - acaeció un 5 de Tevet. En aquel día, la triste noticia de la desgracia llegó a los exiliados de Bavel (Iejezkel 33:21).
Otra de de las circunstancias tristes que rememoramos, es el fallecimiento de Ezrá haSofer (el escriba), el 9 de Tevet. Ezrá fue quien lideró la reconstrucción del segundo Bet haMikdash y estableció firmemente el cumplimiento de la Ley de la Torá entre aquellos que lo acompañaron desde Bavel en su retorno a la tierra de Israel, con la anuencia de los monarcas persas.
La situación de los judíos que habían atravesado los setenta años de exilio, estaba decaída y fue la fuerza de Ezrá y los Anshei Kneset haGdolá (los hombres de la Gran Asamblea) que lo acompañaron, la que cimentó el futuro de los judíos en la época que le siguió. Según el Talmud, Ezrá era merecedor que la Torá fuera entregada por medio de él, si no fuera que lo había precedido Moshé Rabeinu.
A Ezrá debemos mucho del modo en que la Torá sigue viva entre nosotros. Él instituyó la lectura de la Torá tres veces por semana, y el texto uniforme de la Amidá (a fin de que todos recemos en un idioma claro y común, y que abarque todos los requerimientos humanos en sus 18 bendiciones - Ramba”m Hil. Tefilá 1:4). < cemos en un idioma claro y común, y que abarque todos los requerimientos humanos en sus 18 bendiciones - Ramba”m Hil. Tefilá 1:4).
La otra fecha oscura en Tevet es el día 8. En aquel día se completó la primera traducción de la Torá a un idioma extranjero, a beneficio de los gentiles. En el Talmud esta composición se denomina “Tárgum haShiv’im” (la Septuaguinta), por los setenta y dos Sabios que Eleazar el Kohen Gadol (Sumo Sacerdote), hermano de Shimón haTzadik envió a Alejandría a exigencia del Emperador Ptolomeo Philadelphus, a quien los judíos debían pagar sus tributos en aquella época.
Ptolomeo era un gran entusiasta de la literatura, y su biblioteca contenía cientos de miles de escritos - todos, menos la Torá, que hasta aquel momento solo existía en hebreo.
Las circunstancias en la que ocurrió este triste episodio trajeron aparejadas reacciones contradictorias. La comunidad de Alejandría era muy poderosa - y asimilada. Los jóvenes desconocían mucho de su propio acervo, y se identificaban más con la muy difundida cultura griega. Corría el año 245 antes de la era común y a la altura de estos acontecimientos ya habían transcurrido desde la muerte de Ezrá muchos años.
Parecería ser que e sta traducción estuviera aprobada inclusive desde las Alturas, pues si bien Ptolomeo aisló a cada uno de los Sabios en celdas separadas para cotejar posteriormente la obra de cada uno de ellos, éstos entendieron que si traducían la Torá en forma literal, ello provocaría muchos malos entendidos. D”s inspiró a todos a realizar las mismas 14 “alteraciones”. Los judíos de Alejandría se regocijaron y posteriormente recordaban esta fecha con alegría.
Pero la Realidad Di-vina era otra. La Torá había sido profanada: “Cuando la Torá fue traducida al griego, el mundo fue cubierto con penumbra durante tres días” (Meguilat Taanit).
“Este acontecimiento fue tan funesto como la confección del becerro de oro, pues es imposible traducir la Torá con fidelidad” (Masejet Sofrim 1:8).
Si bien en ciertas circunstancias puntuales es necesario utilizar el idioma local para comenzar a viabilizar el primer acercamiento del neófito a la Torá, ningún idioma - fruto del pensamiento humano foráneo al espíritu de la Torá - puede traducir cabalmente concepto Di-vino alguno, pues aquellos valores simplemente no existen en otros estilos de vida, de los que emanan esas lenguas.
Mientras Ezrá luchó valientemente por acercar a los judíos asimilados a la Torá, Eleazar permitió dejarse llevar por la tentadora concesión de adecuar la Torá al idioma y pensamiento extranjero
(R. Avraham Jaim Feuer).
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