Pensemos en todas nuestras experiencias cotidianas. ¿Cuán a menudo alguien nos honra siendo un cliente? Muy raramente. Pero cuando ello ocurre, el poder del espíritu humano realmente adviene. Al final del día, cuando los negocios resultaron bien, ya no se trata de crear una marca o de hacer dinero. Eso se termina al final. De lo que se trata es de honrar el espíritu humano, de honrar a la gente que trabaja en el negocio y de honrar al cliente.
Cuando estuve en Israel fui a Mea Shearim, el barrio ultraortodoxo dentro de Jerusalem. Junto con un grupo de empresarios con quienes yo estaba, tuve la oportunidad de tener una entrevista con Rabbi Nosson Tzvi Finkel, el director de la Yeshivá Mir. Yo nunca había oído hablar de él ni sabía nada sobre él. Nosotros entramos a su estudio y esperamos durante 10 o 15 minutos hasta que finalmente la puerta se abrió.
Lo que nosotros no sabíamos es que Rabbi Finkel estaba seriamente enfermo de Parkinson. El se sentó a la cabecera de la mesa y, naturalmente, nuestra mirada se dirigió hacia otro lugar. No queríamos molestarlo.
Mientras mirábamos hacia otra dirección escuchamos un golpe sobre la mesa: “Señores, mírenme; y mírenme ahora”. En ese instante la gravedad de su voz era peor que el sacudimiento de su cuerpo. Resultaba verdaderamente difícil mirarlo y prestarle atención. El dijo, “tengo sólo unos pocos minutos para ustedes porque yo se que ustedes son hombres de negocios de Estados Unidos que están muy ocupados”.
Entonces preguntó, “¿Quién puede decirme cuál es la lección del Holocausto?”.
El se dirigió a uno de los hombres que no sabía qué hacer; era como habérsele preguntado algo en quinto grado para lo cual no tenía respuesta. Y el hombre le respondió algo elegante como “Nosotros nunca, jamás olvidaremos”. El rabino lo desaprobó completamente, y yo me sentí terriblemente mal por el hombre hasta que me di cuenta de que el rabino se disponía a dirigirse hacia otro más. Todos nosotros estábamos casi escondiéndonos debajo de la mesa, mirando para otro lado, como diciendo, “¿sabe qué? A mi no, por favor!”
El no me llamó a mi. Yo estaba traspirando. El se dirigió a otro de los hombres que tuvo una respuesta fantástica para darle. “Nosotros nunca, jamás volveremos a ser víctimas ni espectadores pasivos”.
A lo que el Rabi respondió: “Ustedes, muchachos, simplemente no se dan cuenta. Ok, señores, déjenme decirles cuál es la escencia del espíritu humano.
“Como ustedes saben durante el Holocausto la gente era transportada de la peor manera posible, la más inhumana, en vagones de trenes. Ellos pensaban que se dirigían hacia un campo de trabajo. Todos nosotros sabemos que ellos se dirigían hacia un campo de la muerte.
“Luego de horas y horas de estar en ese corral inhumano, sin luz, sin baños, con frío, ellos arribaban a los campos. Las puertas se abrían de par en par, y ellos estaban cegados por la luz. Los hombres eran separados de las mujeres, las madres de sus hijas, los padres de sus hijos. Ellos eran llevados a dormir a las barracas.
“Al dirigirse a la zona donde iban a dormir, se le entregaba a una sola persona una sábana para seis. La persona que recibía la sábana, cuando se iba a la cama, debía decidir: ‘¿yo voy a extender la sábana hacia las otras cinco personas que no la recibieron, o voy a taparme yo solo con ella para no tener frío?’.
Y Rabi Finkel dijo, “Fue durante ese momento determinante cuando nosotros aprendimos el poder del espíritu humano, porque nosotros extendimos la sábana hacia los otros cinco”.
Y dicho esto, él se levantó y dijo: “Tomen su sábana. Llévenla de regreso a América y extiéndanla hacia otras cinco personas”.
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