El último Premio Nobel de Química le fue otorgado, el mes pasado, a un científico israelí, Daniel Schejtman por su descubrimiento de los “cuasicristales”.
Durante los años 1980, el químico israelí notó algo peculiar mientras examinaba un globo luminoso caliente que él había congelado. El patrón de defracción que se había formado en el metal indicaba inesperadamente un orden atómico, como si se tratara de un cristal.
Sin embargo, la simetría parecía ser diferente de todo otro tipo de cristal conocido.
Cuando el Profesor Schejtman le transmitió esta observación al director de su laboratorio de investigaciones, éste lo remitió a un libro de textos básico sobre cristalografía y le recomendó que leyera sobre el tema.
Dado que él insistía en que había visto algo nuevo, le pidieron que abandonara su grupo de investigaciones.
Lejos de amedrentarse, él le remitió un escrito sobre el tópico al Journal of Applied Physics (la Revista de Física Aplicada). Pero el mismo le fue rechazado.
El célebre químico Linus Pauling dijo que Schejtman estaba “diciendo tonterías” y que “no existe una cosa semejante a un cuasicristal, sólo existen cuasi-científicos”.
Lo que con el tiempo se demostró, sin embargo, fue que el profesor verdaderamente había descubierto un nuevo tipo de cristal, que si bien entra dentro de los patrones regurales, a diferencia de todos los demás cristales hasta entonces conocidos, nunca se repite. Ahora, el obstinado científico tiene un Nobel para ayudarlo a aliviar cualquier tipo de malos sentimientos residuales.
Sin embargo, más obstinados aún que el Profesor Schejtman –y con finales felices considerablemente menores que él- son los científicos ortodoxos como aquel con el que tuvo que competir.
Un mundo que ha progresado a distancia de los ídolos de madera y de piedra, por naturaleza ha creado nuevos objetos de veneración.
Algunos de ellos han sido sistemas políticos, los diversos “ismos” –nacionalismo, nazismo, comunismo- que han plagado las sociedades en los siglos recientes; otros son “ismos” de distinta calaña, como ateísmo o cientificismo, aquí definidos como inquebrantablemente reverenciados por los actuales dogmas científicos reinantes.
Entre los “Yo creo” de las ciencias de hoy en día se encuentran las grandes creencias como “el recalentamiento global causado por el hombre”, y “la evolución de todas las especies a partir de un único ancestro”, y “la existencia de la vida extraterrestre”; así como otras cosas menos importantes como el valor inherente a todos los exámenes médicos.
En verdad, todo eso es secundario. El mes pasado también trajo la noticia de que The U.S. Preventive Services Task Force, el equipo independiente de expertos médicos con representación federal, había llegado a determinar que el examen de próstata que investiga si existe cáncer de próstata y cuya importancia había sido objeto de creencias médicas durante años, en realidad no servía para prolongar la vida para el promedio de los hombres estadounidenses, y que “está relacionado a daños producidos por las subsiguientes evaluaciones y los tratamientos algunos de los cuales podrían ser innecesarios”.
En 2009, el mismo respetable grupo dejó pasmado a todo el país al recomendar no hacerse el estudio de mamografía a mujeres menores a 50 años. Un artículo de la Revista de la Asociación Médica Americana señaló ese año que un programa exitoso de exámenes podría provocar un aumento en la detección de cánceres tempranos seguidos por un descenso en el número de cánceres de larga data. Eso no sucedió, sin embargo, en el caso del examen de mamografía.
Hay algunos grandes ismos, sin embargo, que resultaron grandes sucesos. La noción ampliamente aceptada de una inminente “explosión popular”, por ejemplo, que el científico alemán Paul Ehrlich lanzó de manera sensacionalista en el año 1968 en su libro “La Bomba Popular”, predecía una hambruna mundial en treinta años más causada por un aumento en las tasas de nacimiento humano y en la limitación de los recursos alimenticios. Según profetizaba el Dr. Erhlich, cientos de miles morirían de hambre en el año 1988. (El incluso proponía incorporar al suministro de agua corriente químicos esterilizantes).
Ahora bien, es posible que se ponga en evidencia que la tierra se está recalentando peligrosamente como producto de la actividad humana, que la vida se desarrolla en otros planetas, e incluso, tal como lo considera posible el Rabino Shamshon Rafael Hirsch, que D”s haya creado las especies a través de un proceso que se inició con una sola célula.
Y resulta innegable que la ciencia, en su forma objetiva y pura, es una revelación de la sabiduría Divina, el medio más valioso para entender, apreciar y explotar la naturaleza.
Pero siempre vale la pena recordar que las ortodoxias científicas han sido derribadas por nuevos descubrimientos, y que los esfuerzos del progreso científico que reemplazan algunas teorías por otras mejores llevará a que estas, en su momento, también sean sujetas a futuras revisiones.
En otras palabras, vale la pena tomar conciencia de que el verdadero carozo del método científico reside en tomar con escepticismo los conceptos ya aceptados.
El mismo Profesor Schejtman lo dijo con precisión: “La lección más importante que yo he aprendido a lo largo del tiempo”, dijo, “es que un buen científico es alguien humilde y que presta atención, y no alguien que está seguro en un 100% de lo que lee en los libros de texto”.
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