Los concursos no son realmente mi tema. Yo no compro billetes de lotería ni hago apuestas deportivas (en ese sentido, ni siquiera conozco demasiado el tema como para pensar en apostar).
Sin embargo, cierta vez, hace casi treinta años atrás, puse mi nombre en algo que prometía un premio verdaderamente especial.
Yo sabía que la apuesta era muy arriesgada, pero la retribución era tan fuera de lo común y tan tentadora, que me imaginé (como los jugadores habituales deberán hacerlo habitualmente), que, ¡vamos!, la inversión era mínima y podía traerme una enorme retribución.
Todo lo que se requería como inversión era compartir una información médica personal con una agencia gubernamental. Y escribir un ensayo acerca de por qué yo querría realizar un viaje al espacio –que era el premio.
El concurso, anunciado por el Presidente Ronald Reagan en el año 1984, sólo estaba abierto a maestros, y yo esperaba que mi función de enseñar Talmud en una ieshivá de enseñanza superior de Providence, en Rhode Island, bastara para calificarme. De lo contrario, yo podía argumentar que también daba clases de Historia Judía. (Además me preguntaba si la administración podía estar de alguna manera enterada de que en el año 1980 yo había votado por el Sr. Reagan).
Yo no puedo recordar con claridad lo que escribí en mi ensayo, pero creo que incluía algo acerca de la naturaleza religiosa de mi enseñanza, mi deseo de experimentar los enigmas del universo desde una nueva perspectiva y de transmitir lo mismo a mis alumnos, y también un versículo o dos de Tehilim o de los Salmos que venían a cuento.
Sea como fuere, entre las más de 11.000 solicitudes enviadas al Maestro del Programa Espacial, la mía parecía que no estaba en condiciones de ser la seleccionada. Y así fue.
Sin embargo, pese a las escasas probabilidades que existían, me sentí defraudado.
“¿Habrá sido por mi ensayo?”, pensé, arrepintiéndome por no haberlo secularizado. Sería quizás por las pocas libras extra que confesé tener?. Lo más probable era que yo no me destacara de un modo verdaderamente importante de los miles de otros posibles astronautas.
En consecuencia, me lamí las heridas aceptando las cosas tal como eran y consolándome a mi mismo con las palabras del personaje de la era Tanájica, Najum Ish Gamzu, que miraba con alegría todo trabajo de parto, verbalizando su razón con las palabras “Esto, también” –que es el sentido de las palabras gam zu en hebreo – “es para bien”.
Ustedes tal vez conocen el final de la historia- al menos la historia del Maestro del Programa Espacial. (El final de mi historia, yo le agradezco a Hashem diariamente, todavía no ha llegado).
Entre los maestros seleccionados para el vuelo espacial estaba Christa Mc Auliffe, y ella fue uno de los siete miembros de la tripulación que fallecieron a bordo del Transbordador Espacial Challenger el 28 de enero de 1986, cuando, 73 segundos después del despegue la nave se hizo trizas sobre el Oceano Atlántico.
Al llegar ese día a una clase que daba temprano a la tarde, un estudiante me contó la terrible noticia. Y como todos los norteamericanos me quedé estupefacto y me produjo una tristeza muy profunda. Lo que más me daba vueltas en la cabeza era la trágica pérdida de siete valientes almas; había quedado muy lejos en mi memoria mi apuesta para ser el primer maestro en el espacio. Sólo varias horas más tarde caí en la cuenta de que el vuelo de trágico destino era el mismo que dos años antes yo tanto había querido tomar. Desde allí hubo un corto recorrido mental hasta darme cuenta de que mi frustración por haber “perdido” esa apuesta para ser el primer maestro en el espacio había sido no sólo algo infantil e insensato, sino que, retroactivamente, había sido para bien; o al menos para mi propio bien.
La verdad de “esto, también, es para bien” se hace más clara cuando vemos cómo actúa en nuestras propias vidas –y si somos perceptivos, nosotros podemos ver cuán frecuentemente. Pero el credo de Najum Ish Gamzu se aplica siempre que nos cuesta darnos cuenta de cómo aquello que parece frustrante o desmoralizador, era en realidad para nuestro beneficio. Nosotros hacemos brajot, bendiciones, no sólo sobre las buenas noticias sino también para las de signo opuesto.
El reciente vuelo final del Programa de Trasbordador Espacial de los EE.UU. es lo que me recordó mi intento de traspasar los límites seguros de la tierra y me trajo a la memoria la sabia actitud de Najum Ish Gamzu. Ahora viene la tarea más difícil de internalizar la realidad de esta verdad incluso cuando el “para mejor” no pueda nunca ser percibido dentro de los límites de la tierra.
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