La Voz Judía


La Voz Judía
Los niños van y vienen - Lo que importa es el dinero...
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Después de una travesía de cuarenta años en el desierto, los judíos finalmente habían llegado a las orillas del río Iardén (Jordán), y acamparon allí frente a la tierra prometida: Eretz Israel (en aquel momento aún se denominaba tierra de C’na’an). Los últimos meses no habían sido fáciles. Dos poderosos reyes - Sijón, el rey de los emoritas y Og, rey del Bashán - habían salido a enfrentar a Israel con enormes ejércitos muy bien adiestrados. Gracias a la asistencia de D”s, Israel pudo vencerlos, y - en consecuencia - la tierra adyacente a Israel, en la ribera oriental del Iardén quedó en manos de los judíos.

En realidad, la margen oriental (donde hoy queda el reino de Jordania), no debía integrar a la tierra de Israel, ni jamás tuvo la misma santidad, hecho que se refleja en ciertas leyes rituales relacionadas con la agricultura de Israel. Sin embargo, dos de las tribus de Israel - Reuven y Gad - poseían mucho ganado, y la tierra recién tomada, era muy fértil, adecuada especialmente para el pastoreo de sus animales.

La tentación de quedarse a vivir allí era muy fuerte, y se lo hicieron saber a Moshé. Cuando dijeron que su pedido concreto era no atravesar el Iardén, sino quedarse a vivir allí, Moshé los reprendió con dureza. Si bien los aspirantes a radicarse en aquel lugar no habían nacido, o habían sido muy pequeños al salir de Egipto, Moshé les hizo recordar el motivo por el cual habían permanecido tantos años en el desierto. Sus padres, o sea la generación anterior, habían desconfiado de poder llevar a cabo el plan de asentarse en Eretz Israel, y en su escepticismo, reclamaron volver a Egipto.

Esta nueva demanda ahora - la de quedarse allí - podía provocar una nueva demora en concretar la anhelada profecía de entrar a Israel.

Es más, considerando que la tribu de Gad era conocida como una tribu valiente, su reciente interés en permanecer en la tierra ya ocupada, provocaría atemorizar y desanimar al en concretar la anhelada profecía de entrar a Israel. Es más, considerando que la tribu de Gad era conocida como una tribu valiente, su reciente interés en permanecer en la tierra ya ocupada, provocaría atemorizar y desanimar al resto del pueblo.

Los integrantes de Reuven y Gad, aclararon su intención: “establos para el ganado construiremos aquí, y ciudades para nuestros hijos, mientras que nosotros nos alistaremos para salir a la vanguardia de Israel hasta que hayan heredado toda la tierra…”.

Evidentemente, no querían que sucediera nada de lo que Moshé estaba sospechando. Valientemente iban a permanecer en Israel hasta que cada judío tuviera su parcela, y recién después volverían a ver a sus familias.

Mas Moshé no estaba impresionado. Algo en lo que habían dicho no correspondía: “establos… ganado…hijos…”. ¡¿Cómo?! ¡¿estaban preocupados primero por lo que harían con la hacienda, y recién después se ocuparían de sus niños?! ¡aquí había un serio desorden en sus prioridades!. Moshé de inmediato les hizo ver su error. Los hombres de Reuven y Gad repitieron y corrigieron lo que habían propuesto. Moshé aceptó, pero condicionó detalladamente el regreso a estas tierras a que se haya cumplido con lo pactado. No solo eso, sino que los instó a cumplir con su palabra (evidentemente tenía sus dudas).


El modo de responder de Moshé parece un tanto tajante: ¿por qué tan categórico? ¿por qué tan susceptible?


Ciertamente los hombres de Reuven y Gad se traicionaron a si mismos con su palabra. No había sido casual, y la rectificación lingüística, no lograría por si sola el cambio profundo que requería su error en sus preferencias vitales. Era muy evidente lo que priorizaban, y respondía a un modo de pensar que aqueja a gran parte de nuestra sociedad (aunque la gente lo niegue).

Lamentablemente, con el tiempo, la sospecha de Moshé se materializó. Habiendo demostrado la importancia preponderante que atribuían a sus bienes materiales, su vida siguió ese curso, aun cuando cumplieron con las condiciones de Moshé. Estando lejos del centro espiritual de Israel (Ierushalaim), el descenso moral de esas tribus precedió al resto del pueblo. En Divrei HaIamim I 5:26, el TaNa”j cuenta cómo Tiglat Pileser de Asiria exilió a estas tribus antes del resto de la nación, y no las volvimos a ver.

Amamos a nuestros hijos, y queremos que sean exitosos. Sin embargo, la definición de éxito depende del orden de prioridades que uno condicionó desde un principio. En una sociedad monetarista, los logros se miden en términos del triunfo material. En realidad, todo se termina calificando con el signo “pesos” (o Dólares, o Euros...). Esta realidad es natural, a tal punto que se la trata con espontaneidad y franqueza, como si no podría haber otra manera de ver el mundo.

Lo que nos olvidamos, es que, si todo tiene precio, entonces el dinero también lo tiene. Si preguntamos, pues ¿cuánto vale el dinero?

La respuesta es que el dinero vale todo lo que uno debe esforzarse por conseguirlo. Obviamente necesitamos los medios para vivir. ¿Cuánto y cómo lograrlo? ¿Cuánto y de qué prescindir para obtenerlo? Es una pregunta tan vieja como el mundo mismo.


Lot, sobrino de Avraham, lo había acompañado en su viaje a C’na’an (desde Ur Casdim). Después de años de estar junto a Avraham, surgió una desavenencia entre los pastores de uno y del otro. Ambos eran muy pudientes en aquel momento. Avraham quiso evitar que el altercado los distanciara a ellos mismos, y ofreció a Lot que optara por el sitio que quisiera dentro de la tierra.

Lot miró hacia una dirección y hacia la otra, y eligió afincarse en el extremo moral opuesto a Avraham: la codiciada Sdom, una ciudad emplazada en lo más fértil de la tierra.

La búsqueda de mayor crecimiento económico, lo llevó a integrarse con una sociedad que fue modelo de corrupción ética. Pasaron algunos años, y D”s determinó que Sdom no merecía seguir en pie. Gracias al mérito de Avraham, Lot fue advertido por los emisarios Di-vinos. A mitad de la noche, con los momentos contados para salvar su vida y la de sus seres queridos, Lot quiso aún salvar sus bienes, pero ya era tarde. Toda la fortuna malhabida que lo había tentado hacia Sdom, quedó sepultada bajo sus escombros.


En la escuela nos enseñaron que el dinero sirve como “medio de canje” (para poder comprar y vender con más facilidad), y como “común denominador de todos los bienes y servicios” para expresar el costo de las cosas.
Todo esto es teoría. En la práctica, cumple dos fines adicionales - y más célebres: Es el recurso de confianza de la gente (les brinda la “seguridad” que buscan, en lugar de confiar en D”s), y es lo que da el “Status” a cada uno en el seno de la sociedad: las personas suelen juzgar a los demás por el dinero que poseen. La gente convirtió así al dinero en el eje central de su razón de ser y de su quehacer diario.


En ciertos países de habla inglesa, tienen una expresión coloquial “Time is money” (acá dicen: “el tiempo es oro”), para dar a entender que el tiempo no se debe desperdiciar. Detengámonos a estudiar lo que esto significa. Como regla, cuando la gente hace una comparación y equipara una idea con otra para valorizarla, toma aquella de la que no tendría duda, o sea que “realmente” vale (a ojos del oyente) para utilizarla como calificativo para aquello que está intentando justificar. Es decir: para entender que el tiempo vale, hay que compararlo con el dinero.


Compárelo, entonces, con la idea que se transmite en una expresión de uno de los Sabios lituanos de la generación pasada: “Geld is Zeit, und Zeit is Toire” (el dinero se debe cuidar, pues requiere tiempo para adquirirlo - y el tiempo dedicado a buscar lo económico, automáticamente se resta del estudio de la Torá). Si la Torá es el valor ulterior, por el cual se definen los elementos y su valor relativo, sabremos también cuánto cuesta el dinero.

 

La tribuna Judía 50

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