En cada generación hubo hombres y mujeres que se convirtieron al Judaísmo. Incluso en los días más amargos de nuestra historia existieron aquellos que se propusieron encontrar la verdad con valentía, y cuando la hallaron orgullosamente unieron sus destinos al del pueblo más perseguido del mundo.
En el número anterior contamos las historias de Sara y de Jana, procedentes de Filipinas y de Francia. Esta es la historia de Miriam, de Azerbaijan.
La historia de Miriam
Yo soy caucásica (de la región montañosa de Azerbaijan, en el Cáucaso), de la ciudad de Baku. Allí viven muchos judíos. Mi esposo pertenece a una familia judía del lugar que perdió todo vestigio de religiosidad debido al comunismo. Mi esposo sabía que su abuelo solía rezar y que su abuela solía observar la cashrut. Pero en la Unión Soviética la religión no estaba permitida y nosotros éramos ateos. Nosotros creíamos en la naturaleza y en la ciencia y no teníamos ningún conocimiento religioso.
En 1991 emigramos a Israel de acuerdo con la Ley del Retorno. Los padres de mi esposo y su abuela vinieron con nosotros. Nosotros asistimos a un ulpán en Netanya. Afortunadamente para nosotros el ulpán era religioso. El Rabino Shimon Grilus nos enseñó Torá y Judaísmo, y nosotros de repente descubrimos que había un Creador. Nosotros nos dimos cuenta de que las palabras de la Torá eran la verdad y pensamos que debíamos hacer un cambio en nuestras vidas. A mi no me molestaba no ser judía; yo no tenía ninguna intención de convertirme. Yo simplemente sentí la armonía que había en la Torá y quise beneficiarme con sus enseñanzas para mi propia vida.
Cuanto más nos enseñaba Rabi Shimon, más deseos teníamos de observar los mandamientos de Hashem. Yo empecé a encender velas del Shabat, y separábamos la leche de la carne (la carne que comíamos era taref, pero dejamos de comerla junto con los lácteos!).
Algunas cosas me resultaron difíciles al principio. Por ejemplo, cubrirme la cabeza. O también, puesto que yo soy hija única, imaginarme tener una familia numerosa. ¿Quién hubiera podido creer que alguna vez yo iba a tener cinco hijos?
La primera persona que me mencionó el tema de la conversión fue mi madre. Ella me escribió una carta desde Baku en la que me decía que podría ser una decisión inteligente de mi parte el convertirme. Pero después de dos años de observar el Shabat y de encender las velas, yo todavía no tenía intenciones de convertirme.
“¿Para qué?”, le contesté. “Yo soy una persona democrática. Para mi todas las personas son iguales, no importa de qué religión sean”. Mi madre me envió un lindo sombrero instándome a taparme la cabeza. Yo lo empecé a usar cuando asistía a mis clases de Judaísmo, y cada tanto lo usaba durante el resto del día.
Una noche me di cuenta de que mi esposo estaba rezando antes de ir a dormir, entonces le pedí que me enseñara lo que decía, y así fue como empecé a rezar Kriat Shema todas las noches. Aprendí lo que era teharat hamishpajá, y quise ponerlo en práctica. Pero el punto culminante fue cuando me preguntaron “¿Cómo dices tú la bendición? ¿Eres Sefaradí o Ashkenazi?”. Yo no podía mentir, y respondí que no era judía. Entonces me pidieron que me vaya y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Un rabino me dijo: “Si tú quieres observar mitzvot, entonces te tienes que convertir”. En ese entonces yo deseaba más que nada observar mitzvot, así que decidí convertirme.
Comencé entonces el proceso de conversión que duró dos años completos. Durante ese período no pude enviar a mi hija mayor a una escuela religiosa, porque ella tampoco era judía. Finalmente, mis tres hijas –que tenían entre uno y siete años de edad- y yo pudimos ir a una mikvá. ¡Ya éramos todas verdaderamente judías!
Mi esposo y yo nos casamos por segunda vez y la comunidad local nos ayudó a hacer una linda fiesta llena de alegría. Algunos de los familiares seculares de mi esposo asistieron a nuestra boda. Ellos no podían entender cómo gente que eran casi extraños para nosotros podían festejar con tanta alegría nuestro casamiento. Ellos no sabían que cuando se observa una mitzvá, el judío se siente feliz. Dos chicas solteras me llevaron hasta la jupá, y al cabo de uno o dos años ambas se casaron.
Mi madre vino a visitarnos. Después del primer impacto que sintió al ver cuánto había yo cambiado, ella aceptó completamente nuestro nuevo estilo de vida. Con quienes no me resulta tan fácil es con los familiares seculares de mi esposo. Nosotros no podemos comer en sus casas, y dentro de la cultura caucásica, eso resulta muy humillante.
Después de mi conversión di a luz a dos niños. Baruj Hashem las niñas nacieron primero y los varones pudieron ingresar al pacto de Abraham Avinu de acuerdo a la Halajá, en el octavo día luego de su nacimiento.
Sara, Jana y Miriam, son tres de las múltiples heroínas modernas que, al igual que Rut, la moabita, cuya historia leímos en Shavuot, dieron un paso hacia un futuro que sólo contiene una certeza:
“Tú pueblo será mi pueblo, y tu D”s será mi D”s”.
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