Los últimos protagonistas de la larga lista de horribles intentos de asesinato en nombre de una religión de paz son dos jóvenes insolentes, Ahmed Ferhani, de 26 años de edad, y Mohamed Mamdouh, de 20, nativos de Argelia y Marruecos respectivamente. Ellos fueron arrestados semanas atrás en Nueva York bajo cargos de planear la voladura de varias sinagogas.
Mamdouh, de acuerdo a los fiscales, aparece en un video diciendo que odia a los judíos; y Ferhani, según el querellante, planeaba entre otras cosas utilizar granadas de mano y le seducía la idea de “quitar el seguro de las granadas y arrojarlas dentro de la sinagoga”.
Esa imagen –ahora felizmente reducida a palabras inocuas en los papeles de la causa- despertó en mi mente otra similar, de otros tiempos, en otra sinagoga y con otras granadas de mano.
Sucedió en 1943. Después de más de tres años de que los alemanes tuvieran bajo su control a Francia, la Gran Sinagoga de Lyon continuaba funcionando. Sin embargo, ese día 10 de Diciembre la Milicia de Lyon –las tropas de choque del gobierno de Vichy, decidieron poner fin a la actividad religiosa de los judíos en la ciudad.
El rabino de la sinagoga sobrevivió a la guerra y pudo contar la historia, que figura en un libro acerca de Klaus Barbie, el infame “Carnicero de Lyon” (y tal es el título, por cierto, de dicho libro escrito por Brendan Murphy –Empire/ Harper&Row, 1983). Un miembro de la milicia entró silenciosamente al interior del santuario ese viernes por la noche durante los servicios religiosos. Armado con tres granadas de mano, intentó ubicarlas entre la multitud de feligreses en la parte posterior y escapar antes de que se produjeran las explosiones. Luego de abrir sigilosamente la puerta y entrar sin que nadie más que el rabino (quien estaba parado frente a la congregación) se diera cuenta de ello, él quitó el seguro de las granadas.
Lo que él vio en aquel momento, sin embargo, en esa escena de granadas listas para explotar y una multitud de hombres judíos parados dándole la espalda, lo impactó a tal punto que quedó inmovilizado, con los ojos abiertos, sin entender nada en el momento crucial, y sólo atinó a lanzar las granadas unos pocos centímetros delante suyo antes de caer en shock.
Algunos feligreses resultaron heridos pero no murió nadie.
Lo que tanto había asombrado al nazi fue la repentina e inesperada visión de los rostros de sus posibles víctimas cuando la congregación, como adivinando lo que estaba por suceder, giró toda sobre sus talones y quedó frente a él, mirándolo.
El posible asesino masivo había entrado a la sinagoga precisamente durante el “bo’i b’shalom”, la última parte de Lejá Dodi, cuando los feligreses tradicionalmente cambian de frente y quedan mirando hacia la puerta para recibir al Shabat.
Sigamos hablando de momentos justos.
Yo no soy amigo de contar historias de sobremesa o con final feliz. Muchas de ellas sencillamente no son ciertas, o al menos no están debidamente fundadas ni corroboradas. (Las historias no se vuelven más reales por ser repetidas). Más aún, cualquier historia que no parezca tener un final feliz o muy contundente no testifica con menor fuerza la existencia de un plan Divino. La Hashgajá, o Divina Providencia es tan operativa en los planes que no terminan en un estallido como en los que sí lo hacen.
Pero cuando un relato aparece, no en un discurso de inspiración sino en un libro de historia bien documentado, detallado y fechado, las cosas no pueden sino llamar nuestra atención. No a modo de “refuerzo de la fe”, sino como una razón especial para que nosotros, que ya somos creyentes, sintamos una profunda gratitud hacia el Creador por Su misericordia.
La historia de la sinagoga de Lyon resurge a menudo en mi mente los Viernes por la noche en la sinagoga, cuando yo mismo me doy la vuelta para recibir al Shabat. El modo en que finalizó es una razón de peso para agradecer - aún después de haber pasado 68 años del incidente – al Shomer Israel, el Guardián del Pueblo Judío.
Lo mismo vale para los planes de los terroristas nordafricanos que actualmente están detenidos. Y ojalá que si se establece su culpabilidad permanezcan en prisión durante muchos años más.
Ningún mortal puede reconocer cuál fué el mérito especial de los feligreses de Lyon. Tal vez fue el hecho de que la comunidad judía de la ciudad haya provisto de un santuario para muchos judíos refugiados provenientes de distintas partes de Francia. Tal vez fue el hecho de que la sinagoga continuara tercamente manteniendo sus servicios religiosos durante tiempos tan difíciles. O quizás fue algo más, algo desconocido. O muchas otras cosas. Pero sin duda, algunos méritos existieron.
Y ningún mortal puede saber en qué lugar se está planeando realizar un nuevo atentado contra los judíos en estos momentos. Lo que sin embargo nosotros podemos saber, es que contamos con un Guardián. Y que nosotros debemos esforzarnos por ser merecedores de Su protección para el futuro.
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