Aunque no fue informado por The New York Times ni por el Washington Post vaya uno a saber por qué motivos, el 19 de marzo pasado agentes de seguridad del Hamas irrumpieron en las oficinas de la Agencia de Noticias Reuters en Gaza, secuestraron cámaras de los periodistas, golpearon a un empleado con un caño de metal y amenazaron con tirar a otro de los empleados por la ventana.
Lo que produjo el salvaje ataque, la destrucción de material periodístico y las amenazas de muerte fue simplemente el hecho de que un reportero que se encontraba en el edificio había filmado una manifestación que estaba teniendo lugar en esos momentos en la calle.
Hay que aclarar que se trataba de una manifestación en favor de la reunificación del Hamas -que está empeñado en destruir a Israel – con su rival, el Fatah, que administra la Margen Occidental y que, por el momento, está en paz con Israel.
Unos escasos días más tarde la atmósfera se oscureció –o, mejor dicho, se aclaró.
En primer lugar, un asesor del Presidente Palestino Mahmoud Abbas dijo que su jefe consideraba que la unidad con el Hamas era tan importante que ni siquiera la pérdida de la ayuda norteamericana a la Autoridad Palestina –que actualmente es de cientos de millones de dólares anuales- podría detener el plan de una reunificación de las dos facciones palestinas.
Posteriormente, un prominente líder del Hamas, Mahmoud al-Zahar -que estaba de visita en Egipto por primera vez desde la renuncia del ex presidente Hosni Mubarak- anunció que Egipto está activamente involucrado en alentar una reconciliación entre su grupo (el Hamas) y el Fatah.
Muy poco después la Liga Arabe salió a respaldar la iniciativa ofreciendo ser la anfitriona de los encuentros necesarios para dialogar.
Es la Primavera del Hamas. Y dicha estación, sin embargo, nunca olió tan mal.
A finales de marzo surgió algo más: la reacción del Fatah y el Hamas ante la información de que la UNRWA (el brazo de la Agencia de las Naciones Unidas que provee de ayuda y servicios a los “refugiados palestinos”) estaba planeando incluir un breve estudio sobre el Holocausto en la currícula sobre derechos humanos de sus escuelas. La idea de que 200.000 niños que asisten a las escuelas subsidiadas por las Naciones Unidas en Gaza así como otros miles más que pertenecen a las áreas administradas por la UNRWA puedan estar anoticiados de lo que les pasó a los judíos en Europa en las décadas de 1930 y 1940, aparentemente era demasiado para que las facciones palestinas pudieran digerirlo.
“Jugar con la educación de nuestros niños es la Franja de Gaza es cruzar la línea roja”, declaró el Ministro de Educación del Hamas Mohammed Asqoul, agregando que su grupo obstaculizaría cualquier plan por el estilo, “no importa cuál sea el precio a pagar”.
Zakaria al-Agha, el líder del Fatah en Gaza, que es miembro del comité central del Fatah fue mucho más lejos aún. Dijo que “enseñarles el Holocausto a los estudiantes palestinos en las escuelas de la U.N. es inaceptable”.
La agencia Associated Press informó que aproximadamente una decena de maestros de Gaza a los cuales se les preguntó qué opinaban, dijeron también que el plan era deplorable y “advirtieron que se rebelarían” ante cualquier intento de implementarlo.
Ninguno de ellos tiene de qué preocuparse. La educación sobre el Holocausto parece no estar más dentro de los planes de la UNRWA, si es que alguna vez lo estuvo. En un diario de Jordania se citan declaraciones del representante de esa agencia en el país en las que afirma que, en resumidas cuentas, no se estuvieron planeando hacer ninguna clase de cambios curriculares.
Al contemplar tan descarado menosprecio por la historia uno se ve tentado a recordar partes del discurso del Presidente Obama en El Cairo, en 2009. Luego de declarar que los “fuertes lazos de los EE.UU. con Israel son indestructibles”, él se tomó el trabajo de recordarle al mundo islámico lo que fue el Holocausto. Señalando que justo al día siguiente se iba a dirigir a Buchenwald, que formaba “parte de una red de campos de concentración donde los judíos fueron esclavizados, torturados y exterminados con cámaras de gas y otros métodos por el Tercer Reich”, subrayó expresamente que el número de judíos asesinados durante el Holocausto era más grande “que toda la población actual de Israel”.
Y prosiguió, subrayando de la misma manera, que la negación del Holocausto “carece de sustento, y es una muestra de ignorancia y de odio”, y que “amenazar a Israel con destruirlo, o repetir miserables estereotipos sobre los judíos, es un error garrafal”.
Algunos observadores criticaron al Sr. Obama por haber obviado –según su opinión- referirse al persistente reclamo de los judíos por Eretz Israel. (Quizás él debió haber citado al primer Rashi del Jumash). Pero para otros oídos menos recelosos, sus palabras fueron un valioso retruque a la predominante ignorancia y al odio antisemita de los árabes. Eso sin mencionar el valioso alegato que conllevaba el tema central de su discurso. El dijo: “Los palestinos deben abandonar la violencia”.
Si resultara que esta fétida primavera del Hamas de verdad floreciera y fuéramos testigos de la recreación de su profana alianza con el Fatah, uno desearía que el Sr. Obama recordara bien el principio fundacional del Hamas de destruir a Israel, la falta de narración del Holocausto entre los palestinos, y sus propias afiladas declaraciones en El Cairo.
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