La Voz Judía


La Voz Judía
Tu D”s es mi D”s

Ruth, cuya historia leemos en Shavuot, es una heroína del pueblo judío. Una mujer que provenía de otro pueblo, y que en mérito a sus nobles actitudes se convirtió en madre de una realeza.
Las siguientes son historias de algunas mujeres que siguieron su camino.

En cada generación hubo quienes se convirtieron al Judaísmo. Incluso en los días más amargos de nuestra historia hubo siempre quienes se propusieron encontrar la verdad con valentía, y cuando la hallaron orgullosamente unieron sus destinos al del pueblo más perseguido del mundo.
Hay quienes dicen que las almas de los conversos contienen rayos sagrados que recibieron de Sara Imeinu mientras ella criaba a sus otros hijos, luego de nacer Itzjak. Otros aseguran que los conversos son almas de aquellos que quisieron aceptar la Torá cuando Hashem se las ofreció primero a sus pueblos. Cada converso descubre un camino único que Hashem ha preparado especialmente para él o ella y que conduce hacia una vida de verdad.
Los conversos viven entre nosotros en casi cualquier barrio. La transformación que han atravesado es extrema. A menudo, además de tener que adaptarse a una nueva religión y a nuevas costumbres, ellos necesitan aprender un nuevo idioma, una nueva mentalidad, una nueva cultura.
Aquellos que van a Israel experimentan las mismas dificultades que cualquier inmigrante, todos los desafíos enfrentados por los baalei teshuvá, y más. A menudo su apariencia delata su origen poniéndolos constantemente en la mira y haciéndoles más difícil tener un sentido de total pertenencia.
Es admirable cómo describen el modo en que superaron los obstáculos con coraje y con fe, y cómo cuentan sus historias con una sonrisa.

Sara

Yo nací y me crié en Filipinas. Mi padre era chino y mi madre norteamericana. Fui la menor de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. Mis padres me pusieron Sara, por el Tanaj. En Filipinas es muy común que a los niños les pongan nombres bíblicos.
Como mi padre no era muy devoto del cristianismo mi madre nos llevaba a la iglesia mientras él se quedaba en casa. Mi padre nos decía que los Diez Mandamientos enseñan a la humanidad a observar el Shabat y que no entendía por qué los cristianos trabajaban el Shabat y descansaban el Domingo.
Mi padre tenía una fábrica muy grande de toallas. Cierta vez tuvo que encontrarse con un cliente que venía de Nueva York. La cita estaba agendada para motzaei Shabat y mi padre quería hablar antes con su cliente. El llamó durante el Shabat al hotel donde se encontraba pero la recepcionista le explicó que el hombre no podía hablar por teléfono ya que era un observante del Shabat. Cuando por fin se encontraron, a mi padre había dejado de interesarle hablar de negocios; él quería saber cuándo empezaba y cuándo terminaba el Shabat y por qué estaba prohibido hablar por teléfono.
Su cliente le explicó la escencia del Shabat y le dio algunos ejemplos de melajot que están prohibidas. Mi padre estaba profundamente impresionado ante el hecho de que todo un pueblo dejaba de trabajar durante un día entero por semana, incluso si eso le representaba una pérdida financiera. A él le parecía digno de destacar el respeto que el pueblo judío mostraba hacia su Creador.
Entonces comenzó a buscar información sobre los judíos y el Judaísmo. En todo el país había una sola sinagoga con un rabino que a la vez servía como jazan. Mi padre fue a esa sinagoga pero los feligreses no lo recibieron muy bien; a veces lo ignoraban y en alguna oportunidad le pidieron que se vaya.
Papá nos empezó a decir que quería ser judío; eso seguramente produjo una conmoción y nadie le creyó. Mamá no quería tener nada que ver con el asunto del Judaísmo, pero mi padre le rogó que al menos no lo contrariara y que empezara a mirar algo del tema. Ella aceptó y empezó a leer libros sobre Judaísmo también. Yo había estudiado el Antiguo Testamento en la escuela y pensaba ingenuamente que pronto nos convertiríamos en los únicos judíos del mundo. Mi hermana se opuso completamente a la idea lo mismo que mi abuela, para quien yo era su nieta favorita, y quien trató de convencerme de que no siguiera los pasos de mi padre.
Durante años no fuimos aceptados por la comunidad judía. Nosotros observábamos ciertas mitzvot, así como aprendíamos su sentido. Una vez vimos la película El violinista en el tejado y vimos cómo prendían velas para el Shabat y cantaban zemirot, y nosotros también prendimos velas y leímos pasajes del Tanaj, y de Tehilim. Por supuesto, no teníamos Sidurim. Finalmente comimos una comida festiva, al igual que en la película.
Papá trajo un libro llamado “Cómo ser judío”, y una vez, al volver de la escuela vi a mi madre toda excitada diciendo que había aprendido del libro a preparar carne casher, y que había terminado de hacer ¡un cerdo casher! Nosotros no sabíamos lo que era la Shejitá y que ciertos animales está prohibido comerlos.
En 1986 llegó de Israel un nuevo rabino. Papá estaba muy contento; quería conocerlo y pedirle que lo convierta. El rabino trató de convencerlo de que convertirse era muy difícil y que su vida se complicaría mucho en caso de hacerlo, pero papá estaba muy decidido y siguió insistiendo. Cuando el rabino vió que mi padre hablaba en serio, aceptó empezar a enseñarle Torá.
En 1988 la situación política y económica en Filipinas se volvió muy inestable ; muchos chicos eran secuestrados para cobrar rescate, y a veces eran asesinados. Mi padre decidió por nuestra seguridad irnos todos a Canadá. Allí conocimos a un rabino conservador o reformista que nos enseñó las letras hebreas y “convirtió” a uno de mis hermanos. Pero el rabino de Filipinas le dijo a mi padre que buscáramos una sinagoga ortodoxa y encontramos una. En 1992, el rabino de Filipinas volvió a Israel, a su casa, y mi padre viajó con él y se convirtió en Eretz Israel. Así lo hicimos todos nosotros.
Nosotros sabíamos que existía un país llamado Israel pero pensábamos que la gente todavía viajaba montada en camellos y que vivían en carpas y no podíamos creer cuán moderno era realmente el país.
Después de estudiar intensivamente durante un mes pasamos por la fase final de la conversión. Actualmente todos somos judíos excepto una de mis hermanas que no quiso convertirse.
Yo le estaré agradecida toda mi vida a mi padre por haberme introducido a la idea de convertirme a mi y a toda la familia.

Jana

Tengo 60 años y acepté contar mi historia como prueba de mi inmensa gratitud hacia el Creador, Avinu Malkeinu, hacia mis abuelos de bendita memoria y hacia mis padres, que tengan una larga vida.
Mi fe en HaKadosh Baruj Hu y mi yirat Shamayim las obtuve al escuchar historias del Tanaj, cuyos versículos me acompañan desde mi infancia hasta la fecha.
Yo nací en el oeste de Francia, cerca de la frontera con Alemania, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Fui la segunda de siete hijos. Mi padre era maestro y tenía una profunda fe religiosa. Siempre nos recordaba que la Fuente de todo es el Creador y que nunca debíamos arruinar cualquier parte de su Creación. Através de su ejemplo personal nuestros padres nos enseñaron a amar a nuestros semejantes. Mi madre era un ejemplo de no haber hablado nunca con lashon Hará. Ella hablaba con nosotros sobre Hashgajá Elyioná, la Divina Providencia, y los buenos ángeles que nos protegían. Nuestro abuelo también nos contaba conceptos del Tanaj, tales como que el arco iris era un signo del convenio que Hashem tenía con la humanidad.
Nuestra familia era devota católica. Nosotros rezábamos juntos dos veces al día y dábamos las gracias antes de cada comida. Todos los domingos íbamos a la iglesia y mis padres estudiaban una traducción del Tanaj al francés.
Un día escuché un versículo de Tehilim capítulo 125, que dice “Hazorim b’dimá…haloj yelej uvajo…bo yavó b’riná…”, Aquellos que siembran con lágrimas cosecharán con alegrías; aquél que se vá con lágrimas…regresa con una canción”. Esto provocó en mí una enorme impresión. Yo comprendí que había mucho sufrimiento e injusticia en el mundo, y ese versículo me daba la esperanza de que algún día las cosas iban a ser mejores.
A los 9 años empecé a estudiar Tehilim. En el secundario iba a clases de religión porque pensaba que le iban a dar una guía a mi vida. Al terminar me dediqué a estudiar para profesora de educación física y luego trabajé en eso. Yo estaba muy ocupada con todas las cosas que interesan a los jóvenes y la religión quedó de lado.
A los 25 años me casé, mi esposo era ateo. Al principio pensé que no sería un problema. Tuve tres hermosas hijas y todos vivíamos en una hermosa mansión de un pequeño pueblo llevando una vida tranquila y placentera.
Un día encontré en mi placard una traducción al francés del Tanaj. Mi hermana protestante me lo había regalado hacía diez años y yo nunca lo había abierto. De pronto el Tanaj volvió a ser importante para mi. Lo puse sobre mi mesa de luz y todas las noches lo leía. Yo estaba sedienta de las palabras de la Biblia, pero mi esposo no estaba muy complacido con mi entusiasmo y en poco tiempo nos abandonó y nunca más volvió.
El divorcio fue muy traumático para mí. Yo me consolaba con las palabras de Tehilim. De las palabras del rey David aprendí que Hashem no me iba a abandonar. Ese era exactamente el tipo de consuelo que yo necesitaba.
Como quería aprender Tanaj y el Libro de Tehilim en profundidad, me afilié a toda clase de denominaciones y variedades del Cristianismo: Protestantes, Evangelistas, Bautistas, e incluso Judíos Mesiánicos. Esa época fue de mucha confusión para mí.
Como yo estaba muy versada en Tanaj, me molestaba que ninguna de las congregaciones a las que me había acercado mencionaran nunca a Israel. Cada vez que yo trataba de plantear el tema de am Israel en clase, me querían convencer de que ese no era un tema de discusión. Yo entendí que am Israel era el Pueblo Prometido, y el personaje central del Tanaj, pero nunca me había encontrado con un solo judío.
Pensé que podía servirme estudiar Hebreo. Había escuchado de un curso dictado en la Universidad de Paris por una mujer israelí. A los 45 años empecé a estudiar Hebreo con Yael. Me costaba mucho aprender, pero desde el momento en que aprendí a decir alef me enamoré de esa lengua.
Rompí mis contactos con todas las sectas cristianas y decidí concurrir a una sinagoga, allí comencé a comprender y a participar en tefilot. Luego de estudiar Meguilat Rut pensé que quizás yo también me podría convertir al Judaísmo. Una mujer de la sinagoga aceptó enseñarme a rezar. En Sefer Melajim encontré referencias de que no judíos iban a rezar al Beit Hamikdash. Me di cuenta de que yo también podía ir a Israel a rezar en Jerusalem aunque yo no fuera judía.
Decidí viajar a Israel. Me costó mucho dejar a mis hijas en Francia, pero ellas ya estaban casadas y no me necesitaban más. El 2 de Octubre de 1994 hice Aliá. Al llegar me di cuenta de que no me quería ir más, que quería unir mi vida al pueblo de Israel por el resto de mi vida. Empecé a estudiar Judaísmo preparándome para la conversión, y fui a un Beit Din para completarla. Al llegar allí besé la mezuzá y susurrando una plegaria a Hashem le pedí “Si lo merezco, permíteme convertirme en un miembro de Klal Israel. Y si no lo merezco, que mi pedido sea rechazado”.
Baruj Hashem, todo resultó como esperaba y me convertí en judía.
Continuará

 

La tribuna Judía 47

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