Cuando el Rebe Yisosjor Ber de Radoshitz todavía era un desconocido, vivía con la Rebetzin y sus hijos en una pobreza abyecta. Cierta vez, la situación llegó a punto tal que Reb Yisosjor no tenía ni siquiera diez pedazos de pan para esconder para bedikat jometz. Dado que el Radoshitzer nunca le había pedido nada a sus vecinos, se vio forzado a tener que romper la regla que se había autoimpuesto y pedir prestado pan de un vecino a fin de cumplir con la mitzva.
Sin embargo, el día siguiente, Erev Pesaj, no le trajo ningún consuelo. La casa estaba pelada; no había jometz, pero tampoco había matzá ni vino. Las alacenas estaban vacías. Reb Yisosjor estaba muy afligido porque no iba a poder celebrar el Seder con las Arba Kosot ni con el Shuljan Aruj, ¡ni siquiera con una Matzá!
En medio de la desesperación el Rebe salió rumbo a la sinagoga para leer y rezar, mientras que la Rebetzin se quedó en la casa, con sus ollas vacías y sus hijos hambrientos. Apenas su esposo se fue, ella comenzó a llorar rezando al Kadosh Baruj Hu para que llevara un poco de luz y alegría a su casa.
De repente golpearon a la puerta. La Rebetzin abrió vacilante. Dos distinguidos y bien vestidos “dietchels” (judíos alemanes) estaban allí parados, esperando.
“¿Está el Rebe en casa?”, preguntó uno de ellos con respeto.
“Nosotros venimos desde Alemania”, dijo el compañero, “y llegamos hasta aquí en viaje de negocios. Y como nos vimos obligados a quedarnos en Radoshitz o cerca para Pesaj, estuvimos averiguando quienes son los más destacados estudiosos de estos lugares. Nosotros tenemos muchos jumrot y jidurim y nos gustaría pasar Pesaj con un talmid jajam que se ajuste a nuestros requerimientos. ¿Ustedes podrán recibirnos?”.
“Por supuesto”, respondió la pobre mujer tímidamente. “Pero, para serles franca, nuestro hogar está completamente vacío. No hay ni una gota de comida. No hay ni matzot, ni vino…No hay nada de nada”.
“No se preocupe por eso”, le dijo el primero de los visitantes. “Nosotros tenemos un montón de provisiones en nuestro carro. Lo descargaremos todo enseguida”.
En menos de media hora la pequeña choza se había llenado de toda clase de comida y bebida. La Rebetzin y sus hijos casi bailaban de alegría al ver tanta variedad de cosas deliciosas. Los visitantes habían traído matzot, vino, pollos, carne, pescado, papas huevos, frutas y verduras. En muy poco tiempo el delicioso aroma de la sopa de pollo y el del pescado horneado inundó toda la casa.
Las visitas se prepararon para Iom Tov y se dirigieron al Beit Midrash. Rav Yisosjor se había quedado en la sinagoga toda la tarde dado que sabía que no había nada que preparar para Iom Tov. El suspiraba cuando imaginaba cuán poco alegre sería el seder que viviría su familia.
Luego de concluidos los rezos, Rav Yisosjor se dio cuenta de que los dos invitados iban detrás suyo rumbo a su casa.
“Shalom Aleijem”, les dijo el rabino.
“Aleijem Shalom”, le respondieron, “¿podemos ser vuestros invitados esta noche?
“¡Por cierto!”, dijo Rav Yisosjor. “Pero debo decirles que en mi casa no hay nada para comer”.
“Si no encontramos nada de comida entonces no comeremos nada” respondieron los invitados.
Mientras el Rav se acercaba a su casa se dio cuenta que la atmósfera había cambiado. Sus hijos estaban bien vestidos y arreglados y el hogar resplandecía con la alegría del Iom Tov. El Rebe entró en la cocina y le preguntó a su esposa “¿Qué pasó aquí? ¿Les pediste comida a los vecinos?”.
“Por supuesto que no, nuestros invitados trajeron todo”, respondió la mujer. Lágrimas de alegría se derramaron mientras el Rebe le agradecía a Ribonó Shel Olam por Su bondad. Al concluir la festividad, ambos visitantes desaparecieron.
Cuando llegó Shavuot, Rab Yisosjor viajó para ver a su Rebe, el Joze de Lublin, quien le preguntó: “¡Nu!, ¿cómo estuvo tu Iom Tov?”. El Radoshitzer entonces le contó sobre los dos visitantes de Alemania, a lo que el Joze le respondió: “¿Tú sabes lo afortunado que fuiste? Ellos eran los ángeles Mijael y Gabriel. Y como tuviste ese buen gesto de recibirlos en tu casa para Iom Tov, serás bendecido con mucha fortuna y tu nombre será importante y difundido”.
Y así fue. Desde entonces el Radoshitzer Rebe se convirtió en el reconocido Gran líder Jasídico. Bendita sea su memoria.
Cuando la puerta se abre plenamente…
Reb Moshe, un distinguido talmid jajam y leal jasid de el Yid Hakadosh de Pshischa, era el dueño de una pequeña taberna que había alquilado.
Reb Moshe era un destacado estudioso de la Torá y un iore shamaim, respetuoso de Hashem.
Su fiel esposa atendía a los clientes mientras su marido estudiaba Torá y absorbía jasidut de su Rebe. Reb Moshe trabajaba en la taberna sólo cuatro horas por día, haciendo el inventario y llevando los libros de cuentas. El resto del tiempo lo pasaba sumergido en sus libros.
Reb Moshe visitaba a su Rebe varias veces por años y se quedaba a su lado durante siete días, o a veces durante semanas, hasta llenar su espíritu con Torá y Jasidut. De ese modo, totalmente vigorizado, volvía a su casa con su familia y retomaba su trabajo.
Cada vez que Reb Moshé viajaba a ver a su Rebe, él era recibido con los brazos abiertos. El nunca se refería a temas de parnasá ni a cuestiones terrenales. Su tiempo con el Rebe era muy precioso para desperdiciarlo en el olam haze.
El no era ni rico ni pobre, pero espiritualmente se consideraba a si mismo como el hombre más rico del mundo.
Un año, antes de Purim, el Yid Hakadosh estaba conversando con Reb Moshe cuando repentinamente el Rebe dejó de hablar y quedó sumergido en un profundo pensamiento durante unos momentos. Luego de un largo silencio preguntó: “Reb Moshe, ¿tú abres la puerta durante shfoj jamosjo durante el seder?”.
Reb Moshe se quedó callado. No entendió la importancia de las palabras del Rebe.
“¿Por qué te quedaste callado? Era una pregunta sencilla, ¿tú abres la puerta durante shfoj jamosjo?”.
“¡Claro!”, le respondió Reb Moshé algo atemorizado. “Es un minhag de Israel. ¿Por qué habría de cambiarlo?”.
“Es verdad”, dijo el Yid Hakadosh. “Abrir la puerta es una costumbre. Una puerta puede abrirse o cerrarse. Lo natural es que una puerta deba ser abierta, incluso por Eliahu Hanavi. Sin embargo, a veces el Ribono Shel Olam actúa con una persona de una manera opuesta a la naturaleza, más allá de las leyes de la naturaleza. Incluso si uno cree que la puerta está cerrada con múltiples cerraduras, ella puede ser abierta con facilidad. Nada puede impedir que una puerta sea abierta, especialmente en leil shimurim, cuando rezamos shfoj jamosjo al ha’goyim”.
Reb Moshe permaneció sentado, perplejo. Simplemente con entendía el sentido de esas extrañas palabras, y no tenía la jutzpa de preguntarle a su Rebe. El decidió discutirlo más tarde, antes de partir para su casa. Pero la oportunidad nunca se le presentó.
Cuando Reb Moshe llegó a su hogar, después de Purim, fue recibido con una triste noticia: el dueño de su casa, un gentil de muy buen corazón, había fallecido. Y su hijo, reconocido por su odio hacia los judíos, había heredado todos sus bienes.
Reb Moshe y su familia estaban consternados. Reb Moshe se consolaba pensando que había pagado ya un año adelantado de alquiler, por lo cual no debía preocuparse hasta el año siguiente.
Pasaron algunas semanas. En Erev Pesaj, mientras Reb Moshe y su familia se preparaban para el seder, golpearon a la puerta. El dueño de la casa estaba sentado en su carruaje, mientras sus sirvientes invitaban a Reb Moshe a acercarse a él.
“Quiero que te vayas”, le dijo el dueño sin preámbulos. “Debes vaciar toda la casa en este mismo momento. ¿Hoy son tus fiestas, no? Bueno, yo voy a hacer que recuerdes tus “fiestas” para siempre…”
“Señor!, ¿cómo puedo irme con tan poco tiempo de aviso? Además, yo ya he pagado por adelantado un año de alquiler. ¡Tenga piedad de mi y de mi familia!”.
“¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma, insolente!?”, exclamó el dueño. “¡Guardias, sáquenlo de aquí! Mañana lo castigaremos por osar contradecir a sus superiores…”
Los guardias tomaron a Reb Moshe de las ropas y lo pusieron en el carro y lo llevaron hasta el calabozo, donde lo tiraron en el piso y lo encerraron. La familia de Reb Moshe estaba desconsolada.
La noche del Seder llegó y Reb Moshe seguía encerrado en el calabozo, sin esperanzas de salvarse. Mientras tanto, su familia, ansiosa, se sentó en torno a la mesa del seder llorando y rezando a D”s. Mientras tanto el dueño se sentaba en su confortable casa, tomando vino y celebrando el ocaso de los judíos.
Reb Moshé se frotó las doloridas muñecas tratando de cortar las ataduras, cuando de repente estas se soltaron. Reb Moshe comenzó su seder solitario y cuando llegó a “Shfoj Jamosjo” recordó las palabras de su Rebe, sobre las puertas cerradas que se abrían. Se paró con cautela y caminó hacia la puerta, sabiendo que estaba muy bien cerrada y custodiada por guardias. Para su sorpresa, la puerta estaba abierta!. El se deslizó tratando de no hacer ruido, esperando que los guardias no se dieran cuenta. ¡Milagro de milagros! El guardia estaba durmiendo y roncando fuertemente. Con el corazón lleno de alegría, Reb Moshe salió rápidamente y corrió hacia su casa.
Su familia estaba sentada en torno a la mesa del seder con rostros apenados. Pero sus expresiones cambiaron rápidamente al ver a su padre llegar!. Sus gritos de tristeza se convirtieron en gritos de alegría.
Reb Moshe les pidió que hablaran bajo, no fuera cosa que el dueño los oyera. Ellos terminaron rápido el Seder, hicieron sus valijas y se fueron en medio de la oscuridad.
A la mañana siguiente, el dueño y sus guardias fueron al calabozo para regocijarse con el sufrimiento del Judío, pero para su gran sorpresa la puerta estaba abierta y Reb Moshe se había ido. Corrieron hasta su casa y la encontraron con las puertas abiertas. Estaba vacía. Desnuda. Sólo habían quedado los muebles pesados.
El dueño no podía entender lo que había sucedido.
Reb Moshe, junto con su familia, ya estaban muy lejos, entre otros judíos, celebrando Pesaj con verdadera simja shel Iom Tov…
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