Era el año 1897, cuando yo tenía entonces 7 años; en la Moshavá no existían construcciones, aparte del comedor común que servía también como de sinagoga. Las viviendas eran de lodo, la vida era muy difícil y los medios muy escasos. Raramente se comía carne, la comida exclusivamente consistía en pan – pitas – y sopas de verdura. Sin embargo éramos siempre felices y existía unión entre nosotros. Durante el día trabajábamos duro pero, por la noche, nos reuníamos todos y cantábamos y conversábamos sobre temas de la geulá (la redención) y otros relativos a nuestra consolidación en Eretz Israel. Discutíamos mucho sobre el modo de defendernos de los ataques de los beduinos, y se decidió constituir un cuerpo armado de defensa nombrando a un miembro de la Moshavá como su jefe.
Llegó la noche de Pesaj, habíamos hecho los preparativos para la fiesta con gran expectación; al atardecer todos los habitantes de la Moshavea nos reunimos en el comedor para el seder alrededor de largas mesas.
Al acabar de recitar la Hagadá y empezar con la comida festiva, escuchamos súbitamente el galope de un caballo que iba acercándose. Después de un momento de silencio, uno de los jóvenes salió al encuentro del jinete y regresó poco después acompañado de un árabe. “Hermanos – gritó – los beduinos están atacando la Moshavá”
¿Se puede uno imaginar la sensación general? Hasta hace algunos momentos atrás estaban todos absortos en la alegría del Seder, olvidándonos por algunos momentos de lo que pasa a nuestro alrededor y ahora los rostros están lívidos.
En ese instante el jefe dio las ordenes:
“Que las mujeres y los niños se queden aquí, y todos los hombres tomen su revólver, suban a los caballos y me sigan”
Al cabo de unos momentos, ya no quedaba ningún hombre en el comedor, la mesa del Seder estaba casi desierta, las mujeres pálidas y reinaba un silencio sepulcral, nadie se atrevía a hablar.
Poco después se escucharon disparos, las mujeres y los niños no pudieron controlar su miedo, estallaron en llanto. Yo también como los demás niños me puse a llorar.
Olvidamos cuanto tiempo duró la espera, pero de repente, escuchamos nuevamente el galope de caballos y después de un momento de expectativa vimos entrar a todos los hombres, gracias a Di-s se encontraban todos sanos y salvos.
¿Qué ocurrió? Preguntaron las mujeres, mostrando un semblante de tranquilidad y alegría.
Uno de los compañeros de la Moshavá relató lo que había pasado:
“Un grupo de beduinos, al ver que estabamos celebrando, quiso aprovecharse de la ocasión para robar nuestros bienes, pero gracias a Di-s conseguimos vencerles y quitarles también los caballos.
Al escuchar el relato de la victoria todos soltaron en unísono un grito de Le’Jai, Le’Jaim, ahora tenemos un nuevo milagro para celebrar cada noche de Seder.
La alegría se duplico esa noche con cantos y alabanzas al Todopoderoso por el milagro que les había hecho y permanecieron despiertos hasta la madrugada. En ese momento uno exclamó “Javerim, llegó el momento de recitar la lectura del Shmá de la mañana”…
“Y ella (la promesa) fue la que mantuvo a nuestros antepasados y a nosotros, pues no solo uno fue quien se levantó contra nosotros para exterminarnos, sino que en cada generación se levantan contra nosotros para aniquilarnos, mas el Santo Bendito sea El nos salva de sus manos.” (Hagadá de Pesaj)
Texto extraido del libro “Pesah Fiesta de la Libertad” por el Rav Nissim Behar z”l con autorización de la familia.
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